miércoles 17 abril 2024

El apogeo del sensacionalismo

por etcétera

 

Es necesario conocer los estados de los medios importantes o influyentes, saber quién o quiénes son los dueños o los que están detrás de ellos, pero de manera imparcial. El reportaje es tendencioso porque no ubica a Televisa en el marco de la crisis que viven todos los medios (incluido The Guardian, autor de la entrevista anterior), y en la apertura de opciones que distraen publicidad y audiencias y asuntos económicos del país y el mundo. Y es de llamar la atención que Villamil se ocupe de esa televisora y no de su competidor y antagonista en el ramo: Carlos Slim quien, en 2015, perdió unos 27 mil millones de dólares (la tercera parte de su fortuna comparativamente esto es muy superior a las pérdidas de Televisa, pero nadie se ocupa de hacer un reportaje que titule: “Slim se tambalea”.

 

Sumidos en la crisis de los medios, podemos encontrar que son demasiados los que olvidan la ética para incurrir en el sensacionalismo o amarillismo; son muchos los casos como el Crimen de la Narvarte; la fuga o recaptura del “Chapo”, el caso de OHL-Infraiber, tratados críticamente en la revista etcétera. La banalidad campea en los medios por eso, se puede volver viral que un conductor revele sus preferencias sexuales; que se le vean los glúteos a una actriz o que una articulista sea supuesta novia de un payaso.

 

Sobre el tema, Jean-François Revel, expone: “Se invoca sin cesar en esas sociedades un deber de informar y un derecho a la información. Pero los profesionales se muestran tan solícitos en traicionar ese deber como sus clientes tan desinteresados en gozar de ese derecho.”

 

Desde sus inicios, el periodismo acostumbró a las audiencias a lo sensacional y cultivó la atracción hacia los crímenes espectaculares, así que siempre ha habido un amplio sector a quien le importa más el morbo que la reflexión y, con el advenimiento de Internet, esto va en aumento; pareciera que las audiencias cada vez quieren ver más sangre y escándalos.

 

Por otra parte, los que tratan de explicar estos fenómenos son ignorados por las mayorías. Revel señala que, quien no entrega lo que exige el público es relegado del gusto popular, así que, para él, las audiencias tienen su parte de culpa; indica que la democracia se condena a muerte si sus ciudadanos:

 

Que efectúan tales opciones se pronuncian casi todos en la ignorancia de las realidades, la obcecación de una pasión o la ilusión de una impresión pasajera. La información es sagrada por asumir la función de contrarrestar todo lo que oscurece el juicio de los ciudadanos, últimos decisores y jueces del interés general. Pero ¿qué sucede si es la misma información la que se las ingenia para oscurecer el juicio de los jueces?

 

El filósofo también apunta sobre otro género:

 

Incluso lo que se llama periodismo de investigación, presentado como ejemplo típico de valentía y de intransigencia, obedece en buena medida a móviles no siempre dictados por el culto desinteresado a la información, aunque ésta fuera auténtica. Frecuentemente se pone de relieve un dossier porque es susceptible, por ejemplo, de destruir a un hombre de Estado, y no por su importancia intrínseca; se deja de lado o se minimiza tal otro dossier, infinitamente más interesante para el interés general, pero desprovisto de utilidad personal o sectaria a corto plazo. Desde fuera, el lector distingue apenas, o en absoluto, la operación noble de la operación mezquina.

 

Con esta abundante sobreexposición de miserias humanas se logra un doble objetivo: obtener mayores audiencias y ocultar lo importante, lo que debería trascender para auxiliar al ciudadano en el entendimiento de su sociedad, para conocer qué está mal y cómo podría colaborar en su cambio, eso no lo obtiene.

 

Uno de los más respetados periodistas estadounidenses, Jeff Jarvis, opina en su libro El fin de los medios de comunicación de masas: que una función de los medios es para servir como organizadores comunitarios. Esto es lo que plantea el periodismo de investigación, que la sociedad actúe “¿No es ese el resultado deseado del periodismo de investigación (es decir cruzada lograr que los lectores exijan al gobierno que actúe, causar impacto, lograr cambios?”, pregunta.

 

Jarvis sostiene:

 

si no es defensa, no es periodismo. ¿No es la defensa de los principios y del público la verdadera esencia del periodismo? Las decisiones que tomamos acerca de qué cubrir y cómo cubrirlo y qué necesita saber el público son actos de defensa en nombre del público. ¿No creemos que actuamos en su interés?

 

Por si no fuera claro, Jarvis ejemplifica que, cuando se publica un fraude o una estafa; eso es defensa; cuando periodistas publican como evitar el cáncer; eso es defensa. Cuando un editor decide publicar un delito en el barrio en lugar de otro, “está defendiendo que se preste atención al primero”.

 

En contraposición, cuando un canal de televisión envía un equipo o un helicóptero a cubrir un incendio que sólo tiene un impacto en pocas cuadras a la redonda; eso no es defensa. Cuando una cadena televisiva, dice Jarvis, “dedica horas y horas a explicar los detalles escabrosos de un crimen pasional que no afecta nuestra vida. ¿Es defensa? No”. Tampoco lo es cuando una Web recopila fotos de gatitos, agrega, ni cuando un periódico destina recursos para cubrir un partido de futbol o “informa” sobre la estupidez de algún famoso.

 

Jarvis indica que desde un principio se confundió lo que es periodismo con entretenimiento u otras cosas, fue un error abrir el “paraguas periodístico” sobre todo el contenido que creamos, dice, y se pregunta: “¿qué es eso que llamamos periodismo pero que no defiende personas ni principios, ni cubre una necesidad pública? En el peor de los casos es una explotación (de público, ventas, clics o índices de audiencia). En el mejor, es entretenimiento. El primero es peyorativo, el segundo, no necesariamente, puesto que el entretenimiento —ya sea una narración periodística, un libro o una película— puede informar e ilustrar. Sin embargo, si lo que haces no contiene información que la gente pueda utilizar para gestionar mejor su vida o su sociedad, diría que no pasa la prueba del periodismo”.

 

Jarvis recurre a las palabras de quien fuera editor del New York Times, Michael Oreskes: “Las normas, la práctica y la ética son lo más importante. Sin ellas, no es periodismo”.

 

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