viernes 29 marzo 2024

El amor es un perro rabioso

por José Luis Durán King

El crimen pasional es un hijo bastardo de las emociones. No necesariamente se trata de un homicidio, puede ser simplemente un ataque, un delito. ¿Contra quién? Contra el esposo, contra el amante, contra el novio, contra cualquier individuo que nos despierta un impulso de agresión a causa de celos, desengaño, abandono. Lejos, muy lejos de ser un acto premeditado, en la médula ósea de un crimen pasional hay eso, pasión, pasión desmedida, a chorros, más allá, incluso, del amor. Es una pasión que tiene como objetivo arder al máximo antes de apagarse, vaya ironía.

De acuerdo con el fiscal central para homicidios de la Procuraduría General de Justicia, Joel Díaz Escobar, los crímenes pasionales ocupan el segundo casillero como detonantes para el mayor número de homicidios dolosos en el Distrito Federal; se encuentran por detrás de los ocurridos en riñas y rebasan a los provocados por asaltos. Díaz Escobar, asimismo, afirma que el crimen pasional es pan de cada día en las parejas heterosexuales y el monopolio de este ilícito aún lo detentan los varones, lo que no significa que las damas estén exentas de perturbaciones insanas. Las albergan…; y de qué forma.

“Mío o de nadie”

Distrito Federal, mediados de los 90, esquina de Ignacio Mariscal y Jesús Terán, colonia Tabacalera, cerca de las 6 de la mañana. Después de una velada en el periódico El Nacional, varios compañeros y yo -entre ellos Héctor Martín del Campo, “El Tirantes” (qepd)- esperamos turno para un atole y una guajolota. A unos cuantos metros del puesto callejero está la entrada de un hotel de paso, un lugar, literalmente hablando, de mala muerte, llamado Royalty. Apenas si nos percatamos de la presencia de una mujer de aspecto humilde, con un delantal sobre el vestido, un suéter desteñido y una bolsa de mandado en la mano izquierda. Mientras atienden mi pedido, fumo, me recargo en la pared junto a “El Tirantes”. Un hombre y una mujer de cabello teñido de rubio salen del Royalty; ambos lucen bañaditos, caminan sobre la acera del hotel. La dama del delantal los aborda. La “rubia” encoge los hombros como minimizando la situación. El hombre se detiene un momento y reinicia la marcha detrás de la esquelética rubia. La mujer del delantal alcanza a musitar algo así como “eres un hijo de la chingada”. Mete la mano a su bolsa de mandado y extrae de ella un cuchillo cebollero. Alcanza al hombre y, como en las corridas de toros, la hoja del arma se hunde limpiamente hasta la empuñadura de madera en la unión de la columna vertebral con el cuello de la víctima. El individuo se retuerce un poco, mira con reproche-enojo-sin dolor a su agresora. Camina como diez metros y se desploma como si lo hubieran desenchufado. La mitad de su cuerpo queda sobre la avenida, la otra mitad reposa sobre la banqueta, con la vista hacia nosotros. Alcanzamos a ver cómo la pupila del hombre se dilata, cómo la vida huye de esa mirada. Mi estómago se mueve involuntariamente y ya no quiero saber nada de atoles y tamales.

La mujer del delantal, a su manera, modesta, repitió un capítulo ocurrido casi 40 años antes, a miles de kilómetros de distancia. El 10 de abril de 1955, a la entrada de la taberna Hampstead, en Londres, Ruth Ellis, de 28 años, encargada de un bar, apareció decidida a terminar con el motivo de sus sufrimientos: David Moffat Drummond Blakely, un aprendiz de playboy de 25 años, quien mancornaba impunemente a la que fue su amante durante dos años. Sin advertencia de por medio, en cuanto Ellis estuvo frente a David Moffat, le disparó en seis ocasiones, acertando en cuatro de ellas, causando una muerte casi instantánea. Los celos, ese monstruo reptante de mil cabezas, motivaron la conducta de Ellis, quien pasó a la historia no sólo por ser una asesina sino porque fue la última mujer en ser ejecutada en Inglaterra. Al legendario verdugo Albert Pierrepoint correspondió accionar la palanca que abrió la trampa del cadalso erigido para la solemne ocasión.

El beso del diablo

El amor lo es todo, decían nuestros antepasados recientes, quienes crecieron a la sombra literaria de cómics sesenteros como Susie. Secretos del corazón, Doctora Corazón, Lágrimas, risas y amor, las inserciones de Corin Tellado en revistas de periodicidad mensual, y de las novelas gruesas como directorios telefónicos y de color sepia; una de ellas ostentaba, por cierto, el ambicioso nombre de El libro semanal.

Otro vehículo de intercambio sentimental, muy efectivo por varias décadas, fue el de los clubes de corazones solitarios, antecedente primitivo de los actuales puntos de encuentro, cuyas citas se hacen mediante un número telefónico o vía Internet. Antes no era así. La gente enviaba sus datos, incluyendo estado civil, requisitos y aspiraciones. La mayoría de veces estas plegarias clasificadas obtenían respuesta y ya dependía de la pareja consolidar o desinflar las expectativas iniciales.

Sin embargo, no han sido pocos los asesinos que se han cebado en personas solitarias en busca de afecto. Uno de ellos fue Bela Kiss (hasta el apellido suena sugestivo), un joven húngaro que a principios del siglo XX convirtió la sección de corazones solitarios en un correo de las parcas. Kiss era un hombre bien parecido, de cabello rubio, hojalatero de oficio. En 1914, a los 37 años, fue llamado al frente. Por el cumplimiento de su deber patriótico, el joven dejó la casa que rentaba en Cinkota, aunque su criada sabía que su patrón también rentaba un departamento en Budapest, desde donde colocaba y contestaba anuncios de clubes de corazones solitarios. Soltero empedernido, Kiss había llevado a varias mujeres a su domicilio en Cinkota, aunque ninguna al parecer le había convencido para sentar cabeza.

En julio de 1916, nadie sabía del paradero o destino del soldado Bela Kiss. Se rumoraba incluso que había muerto en acción. El dueño de la propiedad alquilada por Kiss decidió que era tiempo de rentar nuevamente el inmueble. Sólo que al hacer algunas reparaciones notó algo fuera de lugar, algo que hizo necesaria la presencia de la policía. En uno de los patios de la casa había seis botes metálicos de gran tamaño. Uno por uno fue abierto. En cada uno de ellos había restos de cuerpos femeninos flotando en metanol. La búsqueda continuó y en los terrenos adyacentes los trabajadores encontraron más cuerpos.

La pesadilla iba en aumento. Los agentes llegaron hasta una habitación secreta, donde encontraron correspondencia de Bela Kiss con casi 200 mujeres y 174 propuestas de matrimonio. La cifra heló la sangre de las autoridades. Asimismo, en el cuarto había diversos libros refiriéndose a técnicas de envenenamiento, estrangulación y conservación de cadáveres en metanol. La policía de Hungría logró armar un caso de 30 mujeres asesinadas para culpar a Kiss. Pero éste nunca fue encontrado. Con el tiempo, algunas personas dijeron que lo vieron en Budapest, otros señalaron que había muerto en batalla y hubo uno que declaró haber platicado con él en Chicago. Lo único comprobable es que Bela Kiss nunca fue capturado por los asesinatos que cometió.

Juntos y revueltos

Con más diferencias que similitudes, el caso de Raymond Fernández y Martha Beck también se desarrolló teniendo como contexto las páginas de corazones solitarios. Que Fernández fuera de Hawai y Beck de Florida no fue obstáculo para que se convirtieran en una pareja de asesinos que siempre tuvo como crisol la pasión.

Después de que un conocido la inscribió de broma en un club de corazones solitarios de Nueva York, la obesa Martha Beck recibió en 1947 respuesta de Raymond Fernández, un hombre que había hecho de la estafa de mujeres su modo de vida. En un principio, el individuo viajó una gran distancia para conocer a su víctima potencial. Sin embargo, los datos proporcionados por el amigo de Beck eran falsos y la mujer no tenía dónde caerse muerta. Fernández se marchó a Nueva York, seguido por la compulsiva Beck, a quien no importó dejar abandonados a sus dos hijos.

Todo lo que Beck hacía, lo hacía con exceso. Comía y bebía de forma inmoderada. El sexo para ella también era salvaje y sin freno. Pronto, la pasión sexual vinculó a la pareja, al grado de formar una sociedad abocada a la estafa de mujeres, a las que ubicaban mediante los anuncios en las páginas de corazones solitarios. Para lograr sus propósitos, Fernández incluso contrajo matrimonio con algunas de ellas. Aunque la mayor parte de las víctimas del dueto Fernández-Beck sólo fue estafada, otras no tuvieron tanta suerte.

Por ejemplo, una de las damas murió por una sobredosis de calmantes que la pareja le suministró para asaltarla sin contratiempos. Pese a que Janet Fey, de 66 años, fue robada mientras sostenía relaciones con Fernández, los celos de Beck al ver a la mujer contonearse encima de él, provocaron que machacara con un martillo el cráneo de Fey. No obstante, fue el homicidio de Delphine Downing y de su hija de dos años, así como el cobro de varios cheques a nombre de la víctima, lo que permitió la aprehensión de la romántica y enfermiza pareja.

El 8 de marzo de 1951, Raymond Fernández gritó que amaba a Martha Beck. Poco después el verdugo accionó el interruptor para que la electricidad redujera a polvo la sangre del hombre. Beck murió media hora después de su amado, convirtiéndose en la sexta mujer en ser ejecutada en Nueva York en el siglo XX.

Solvente y soluto

En 1966, las fotografías de Ian Brady y Myra Hindley ganaron la portada de los periódicos de todo el mundo. La pareja británica era sospechosa de asesinar en orgías de sangre y sexo a cinco menores de edad. Con el correr de los años, sin embargo, hay indicios de que estos jóvenes brujos acabaron con la vida de casi una veintena de niños. Lo que llama la atención de esta sociedad de asesinos son las grandes diferencias que existían entre ellos, aparentemente irreconciliables en una primera instancia. Myra Hindley provenía de una familia de clase trabajadora, con una fuerte vena católica. A los 16 años conoció por fin a un hombre “con las uñas limpias”, inteligente y culto. Sólo que Ian Brady era también dueño de un historial de violencia, sadismo, xenofobia y pornografía. Pese a todo, Myra se enamoró perdidamente de Brady.

La exigencia constante de muestras de amor por parte de Brady condujeron a la chica de Manchester a un mundo de sexo duro, de fotos pornográficas y, más adelante, de sacrificio de menores. El testimonio grabado de la tortura de una de las víctimas, teniendo como fondo gritos de dolor y la música de El niño del tambor sobrevive como uno de los ejemplos más depurados de depravación humana.

“Te pareces tanto a mí”

Pero así como hay parejas tradicionales -hombre y mujer- que incluyen el homicidio entre sus actividades, también hay amantes homosexuales que deciden hacer lo propio.

En junio de 1983, la policía de Texas detuvo a un vagabundo tuerto de 45 años llamado Henry Lee Lucas. Cuatro días después de su arresto, el hombre decidió aceptar que había asesinado a la anciana Kate Rich, que era el delito que se le imputaba. Pero el vagabundo decidió seguir hablando, así que también confesó el homicidio de su novia, la adolescente Frieda Powell, en total, el hombre se refirió a más de 300 víctimas, muchas de las cuales, casi 100, las había terminado con la ayuda de su amante Ottis Toole, un máquina de odio que nació y creció en un entorno de satanismo en Jacksonville, Florida.

Aunque Lucas posteriormente se retractó de lo que había confesado, muchos de los homicidios a los que se refirió sólo eran conocidos por las autoridades y unos más, ni siquiera eso. Se especula que la pareja de homosexuales Lucas-Toole, en sociedad y cada uno por su parte, cobró más de 500 víctimas. Y no sólo estuvieron vinculados en el asesinato, sino también en el robo y tráfico de infantes, en el secuestro y desmembramiento de personas con fines satanistas, en la elaboración de cintas pornográficas del tipo snuff, y en el robo y tráfico de autos.

En lo que concierne a la afamada Aileen Wuornos y a su amada Tyria Moore, sólo la primera de ellas asesinó, y lo hizo por el amor que sentía por esa joven de 24 años que conoció en un bar gay de Daytona. De hecho, Wuornos quiso rehacer su maltrecha vida, donde había violaciones e hijos no deseados, y trabajó como camarera para ganarse limpiamente el pan de cada día. Pero el dinero no alcanzó y Aileen tuvo que regresar a lo que sabía hacer desde los 15 años: prostituirse. A partir de 1989, ya con clientes escasos a causa de su edad y evidente lesbianismo, Aileen Wuornos se dedicó a asaltar a sus pocos enganches. Algunos de ellos no sobrevivieron la experiencia y fueron asesinados y despojados de sus pertenencias. Ocho víctimas se adjudican a Wuornos, suficientes para ser condenada a morir mediante la inyección letal.

Cabe destacar que el motivo de los desvelos de Aileen Wuornos, la joven Tyria Moore, encontró un gran consuelo al convertirse en una de las beneficiarias de las regalías que dejaron películas, programas de televisión y libros en torno a las actividades de la llamada Viuda Negra de Florida. Moore nunca visitó en prisión a la que fue su amante. Aileen Wuornos fue ejecutada a las 9:47 horas del miércoles 9 de octubre de 2002 en la Prisión Estatal de Florida. Murió esperando escuchar o leer algo que le indicara que Tyria Moore la había amado aunque fuera un poquito.

Edipo en Plainfield

El 16 de noviembre de 1957, la policía llegó a la granja de Ed Gein, a, las afueras de Plainfied, Wisconsin, en busca de una mujer llamada Bernice Worden. El patrullero llamó varias veces a la puerta principal y, al no obtener respuesta, el agente decidió echar un vistazo al granero. A la mitad del alveolo alumbró con su lámpara un charco de sangre; cuando dirigió la luz hacia arriba, el visitante vio el cuerpo desnudo de Bernice, colgando de los pies hacia abajo; estaba abierto en canal y decapitado. Los intestinos ya habían sido extraídos. La cabeza y las entrañas de la mujer fueron halladas en una caja, y el corazón reposaba en un plato en el comedor. El hallazgo de la mujer fue el ábrete sésamo al universo de pesadillas desplegado por el solitario individuo.

Tras ser detenido y juzgado, Gein fue enviado al Hospital Central del Estado de Waupum, Winsconsin. Los especialistas señalaron que la muerte de la madre del individuo sumió a éste en una soledad atroz, la cual pretendió aliviarla mediante la compañía de partes corporales femeninas que el taciturno individuo robaba de los cementerios cercanos, a las que posteriormente disecaba y colocaba en los muros de la casa a la manera de trofeos de caza. Cabezas, vulvas, corazones e intestinos decoraban el paraíso íntimo de “El Loco Ed”, como le decían los residentes de Plainfield. Aunque las crónicas de la época señalaron que en una de las habitaciones reposaba en una cama el cadáver momificado de la madre, no hay evidencias que sustenten tal especulación. Aun así, dicha aseveración sirvió para que Robert Bloch se pusiera manos a la obra y escribiera Psycho, obra que ulteriormente fue llevada al cine por el maestro Alfred Hitchcok, una historia que es un monumento al amor edípico y a su fuerza destructora.

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