Mírate.
– Qué.
– Siento piedad por ti. ¿O debería decir ternura? Pero no, ni piedad ni ternura. Además del dolor de la pérdida, sufres miedo y la desesperación.
– De acuerdo, lo admito: me da terror permanecer aquí para siempre, con los inclementes y vanidosos ojos de mi conciencia vigilándome de modo constante como los hombres de bata blanca a un sujeto que no soportó más la realidad y dejó de distinguir la ficción del mundo del mundo real.
– Me asombras.
– ¿Por qué?
– Porque los hombres de bata blanca son reales.
– ¿De veras?
– De veras.
– ¿Y tú también?
– Me temo que sí.
– Espera, escúchame.
– Por supuesto, soy toda tuya, estoy solo para ti.
– ¿Lo dices en serio?
– ¿Qué?
– Que temes ser real.
– ¿Cuándo dije eso?
– Ahora mismo.
– ¿Ahora mismo?
– Te pregunté si tú también eras real y respondiste que temes que sí.
– Lo dije de broma, de manera figurada.
– No seas falsa, no juegues conmigo.
– Okey, confieso que temo ser real, aunque por lo regular no lo admita ni ante mí misma.
– Te entiendo: resulta arduo admitirlo.
– ¿Sí? ¿Por qué?
– No sé, porque es necesario recorrer un largo camino para advertir que nos rehusamos a ser reales. Puede haber mucha crueldad en serlo.
***
– Oye.
– Dime.
– Hace rato dijiste que te asombro, pero no explicaste por qué.
– Okey, porque dices cosas extraordinarias.
– ¿De veras?
– Sí, lo malo es que careces de sentido del humor.
– Ah.
– Y además eres muy rígido.
– ¿Muy rígido?
– Sí.
***
– No lo soporto: estoy encerrado aquí bajo la coartada de una enfermedad que no padezco.
– Tranquilo.
– No.
– Vamos, quiérete más, déjate de auto compadecer, si no te calmas te aplicarán de nuevo la inyección para dormir.
– Antes alguien debe explicarme por qué estoy aquí.
– Sencillo: porque eres incapaz de reírte.
– Hay mucha gente que no sabe reírse y no está aquí.
– Tienes razón, pero saben distinguir el habla figurada de la que no lo es, en algún momento logran diferenciar la realidad de la ficción, y tú no. Dices cosas extraordinarias, pero no distingues una cosa de otra.
***
– Oye.
– Dime.
– ¿Por qué dijiste que sentías piedad por mí?
– Porque no puedes dejar atrás a la mujer que te cambió por otro.
***
– ¿Entonces soy muy rígido?
– Sí, y por eso no logras salir aquí.
– Al contrario: soy rígido para salir de aquí.
– ¿Cómo es eso? Explícamelo por favor.
– Sencillo: porque debo demostrar que sé dónde me encuentro; no puedo volver a fallar en declarar mi ubicación espacio-temporal, debo decirles con exactitud qué día es hoy y dónde me encuentro. Con frecuencia olvido que estamos en el manicomio.
– ¿El manicomio? De nuevo te equivocas: éste es un sitio de descanso, un lugar de recreo.
– ¿De veras?
– Claro, no te hagas guaje.
– Sí, es verdad, yo solo permanezco aquí porque estás tú.
***
– Oye.
– Dime.
– Ya sé cuál es mi problema.
– ¿Ah sí? ¿Cuál es?
– Hace unos momentos dijiste que no sabías si sentir piedad o ternura por mí.
– ¿Y?
– Pues eres incapaz de sentir empatía. Supongo que jamás te han cambiado por otra.
– No puedo negarlo: nunca lo han hecho. En más de una ocasión he imaginado que lo han hecho, pero jamás me ha ocurrido.
– O sea, desconoces el dolor de perder a alguien que amas.
– Error: ése sí lo conozco… supongo que es peor cuando te cambian por otra persona, pero sí lo conozco.
– Y tú, ¿has cambiado a alguien que amas por otra persona?
– En cierto modo.
– ¿Cómo en cierto modo?
– Le ofrecí al hombre que traicioné quedarme con los dos, pero no quiso.
– Jajaja… Qué conveniente para ti.
– Aunque no lo creas lo proponía también por él.
– Yo creo que lo hacías para lavarte las manos, para evadir la responsabilidad que te correspondía.
– ¿La responsabilidad que me correspondía?
¿Y cuál era ésa?
– La de haberlo traicionado.
– Te equivocas: la asumí confesándole que me había acostado con otro y que lo amaba.
– ¿Qué lo amabas? ¿A quién? ¿A cuál de los dos te refieres?
– En ese momento amaba a los dos. Luego,cuando el hombre a quien traicioné demostró que no podía admitirme con el nuevo, renuncié a él.
– Te digo: todo muy conveniente para ti.
– ¿Qué quieres que te diga?
– No sé, tal vez que mostrarás algúnescrúpulo.
– Perdona decepcionarte.
***
– Oye.
– Dime.
– ¿Por qué estás aquí?
– Para ayudarte a superarlo.
– ¿Ah sí?
– Sí.
– Bueno, entonces dime, ¿cómo le hago?
– Siente el dolor de la pérdida, pero no dejes de vivir mientras lo hagas.
– Es fácil decirlo, pero difícil lograrlo.
– Tienes razón.
Entonces los hombres de bata blanca se aproximaron para indicarles que era hora de dormir, y ambos se retiraron con resignada mansedumbre.