viernes 29 marzo 2024

De sotanas y militares

por Salvador Quiauhtlazollin

Cinco aniversarios mediáticos (Segunda parte)

Si usted amablemente leyó el número anterior, recordará que etcétera salvó del infierno de la desmemoria tres aniversarios mediáticos olvidados: el primero fue el medio siglo del peor desastre demográfico no natural del siglo XX: el Gran Salto Adelante, promovido por los delirios de Mao. El segundo, las cuatro décadas de un descomunal éxito underground cinematográfico: la cinta de sexología ficción llamada Garganta Profunda. Y el tercero fue el trigésimo aniversario de un inesperado triunfo mercadotécnico: el lanzamiento de Business as Usual en EEUU e Inglaterra, discazo de Men at Work, un grupo down under que hizo bailar al mundo.

El olvido de los anteriores aniversarios el pasado año por los grandes medios, siempre tan dados a recordar hasta insulsas rebatingas de canes y felinos, fue más que notorio, porque como anotamos (y repetimos, aún a riesgo de parecer redundantes), para los medios el recuerdo cumple tres importantes funciones:

1) El recuerdo representa para los medios una oportunidad de reafirmarse como protagonistas indispensables de cualquier hecho, aunque en la mayoría de los casos solo se hayan limitado a cumplir su función de informar.

2) Con las conmemoraciones, los medios crean y retroalimentan una mitología propia, donde sólo cabe lo que efectivamente fue reportado, mientras que lo ignorado simplemente no existe. Lo que no salió en la foto nunca pasó.

3) Lo más importante: los aniversarios permiten llenar tiempos muertos en los medios electrónicos, y espacios en blanco en las páginas de los impresos.

Y como nosotros, con memoria de elefante, no olvidamos nuestro compromiso, aquí están los otros dos aniversarios mediáticos que los otros medios olvidaron, pero que nosotros recontamos para ustedes:

Las puertas del cielo

Un elemento indispensable para la supervivencia de la República Mexicana fue el acotamiento del poder clerical. Nadie que hable en serio puede negar, o minimizar, el poder inconmensurable del que disfrutaba la Iglesia Católica en nuestro país antes de la llegada de los liberales decimonónicos al poder (a pesar de que ahora hay estudiosos que afirman, sin rubor alguno, que la Iglesia fue una fuerza modernizadora1). La tenacidad de Juárez primero, y de los constituyentes de 1917 después, desancló a México del pantano de la inmovilidad teocrática. Después, una irregular guerra declarada en nombre de Cristo Rey, alejó definitivamente al clero de la actividad política, condenándolo al ostracismo de la inexistencia legal.

Pero los tiempos cambian, y a inicios de los noventa nadie pensaba que los aires modernizadores del tlatoani en turno podrían verse contaminados por un regreso a las tinieblas inquisitoriales. Dos hombres encabezaban con indudable popularidad sus respectivos feudos: Carlos Salinas de Gortari limpiaba las telarañas del pasado en México, y Karol Wojtyla actuaba como el primer papa que electrizaba los escenarios y se movía como Jagger. Llegaba el momento para reparar el puente roto, 131 años atrás, entre el Vaticano y los Estados Unidos Mexicanos. El 21 de septiembre de 1992, en el pináculo del poder salinista, se dio el diplomático paso. Claro, no fue gratuito: Por su parte, el papa había visitado el país dos años antes y deslumbrado al respetable con su el boato de su mediático show. Salinas, mientras tanto, había logrado, gracias a un dócil congreso, los cambios constitucionales pertinentes para que la curia de nuevo respirara los aires de la altanería.

Veinte años después, los curas en México de nuevo reciben por igual jerarcas políticos y mafiosos, disfrutan de los negocios propios de la credulidad, presumen la segunda grey católica del mundo por el volumen de sus seguidores, y cierran los oídos ante las dudas de la existencia de Juan Diego. Pero a ningún medio se le ocurrió recordar que hace dos décadas, las sotanas regresaron a la vida pública nacional por la puerta grande.

Marea Roja

Tenía todo para convertirse en una súper producción hollywoodense: terroristas armados con granadas, armas automáticas y explosivos atados a sus cuerpos, listos a estallar. La vida de 850 rehenes pendía de un hilo en un teatro minado en Moscú. El escuadrón suicida había hecho demandas estrambóticas, el margen de maniobra era más estrecho que el esfínter de un ratón, el plan de acción resulto desesperado, pero con posibilidades de éxito: Había que esparcir un gas anestésico por los conductos de aire, y una vez adormilados los enemigos, un comando irrumpiría como una tromba, eliminaría a todos los terroristas, y consumaría el rescate. Con una precisión milimétrica, las fuerzas armadas actuaron. El resultado fue espectacular, aunque las vidas perdidas fueron muchas, muchas más que las planeadas: 130 de los rehenes fallecieron.

Vladimir Putin estaba decidido a un único objetivo: regresarle a la Santa Madre Rusia su esplendoroso poderío militar. Por ello, no dudo en realizar el operativo antes descrito contra rebeldes chechenos el 26 de octubre del2002. Pero quizás por representar el resurgimiento feroz del Oso Ruso, humillado en los 90, los medios olvidaron la primera década de este movimiento magistral de inteligencia militar. Y por supuesto, no hacen cola los productores de la Meca del Cine para llevar a la pantalla el hecho, aunque sobre la muerte de Bin Laden van dos películas…. y contando.

Si ese tiempo pudiera volver

El olvido sana heridas y permite la regeneración del pensamiento. No funciona así para los medios: recordar es volver a informar, es revivir el hecho. A lo largo de dos números hemos constatado que los medios recuerdan frivolidades de forma arbitraria, y olvidan hechos decisivos de manera sorprendente. Inconscientemente, nos remiten a momentos pasados que ninguna relevancia tuvieron para nosotros. Y arbitrariamente, erigen la lápida del silencio alrededor de hechos que podrían reverdecer la reflexión.

Nota:

1 Lo afirma Thomas E. Woods en su libro Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental.

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