miércoles 17 abril 2024

De cine

por Fedro Carlos Guillén

Hace ya un rato mi amigo y hermano en Cristo Fernando Rivera Calderón me hizo la sorprendente oferta de hacerme cargo de la sección de cine en su programa “La noche W”, y digo sorprendente porque yo de cine no sé un carajo, pero uno no se niega con los amigos. Mi nueva condición laboral me llevó con mayor frecuencia a la sala oscura en condiciones que quisiera compartir con usted, querido lector.

Por principio de cuentas y dado mi talante neurótico que aborrece aglomeraciones y escuincles con el conteo neuronal de un burro de planchar es que elegí horarios en los que solo un desempleado (mi caso) podría asistir. Me equivoqué; los miércoles o jueves por la mañana y allá por los rumbos de Altavista un servidor, en la honorable compañía de unos viejitos que llevan de un asilo cercano, hacemos tertulia, hablamos de enfermedades degenerativas y comparamos la calidad de nuestro equipo ortopédico.

Es muy divertido.

Sin embargo, hoy no quiero hablar de mis aficiones personales a las que siempre he considerado execrables, sino de mi más reciente participación en el programa en la cual lancé la pregunta más pendeja posible: “¿Qué tienen en común los siguientes directores, Ritchie, Spielberg, Eastwood y Almodóvar?”. El cuestionamiento estaba tan pobremente formulado que temí que algún radioescucha respondiera: “La próstata”. Por supuesto nadie atinó lo que el misterioso camino de mis ideas pedía y tuvimos que cambiar la pregunta por una que Fernando sugirió y que decía a la letra: “¿A quién prefieres: a) Tin Tin b) Tontín c) Tun Tun y d) Tin Tan. Sospecho que ante dos enanos y uno que nadie conoce la respuesta, muy copiosa por cierto, se desgranó sobre don Germán Valdés.

Pero sigo divagando, el hecho es que en dos semanas pude asistir a ver películas de estos cuatro grandes y el resultado me dejó mirando al techo con cara de ya valió madre. Tin Tin, el personaje creado por el ilustrador belga Hergé en 1929 parecía tan actual como la máquina de vapor y salvo una secuencia de persecución y otras de flash back, efectivamente resultó una máquina de vapor ante un guión que agoniza y que daba para mucho más.

Al día siguiente entré a ver “Sherlock Holmes” con Downey Jr. En franco regreso después de haber visitado varias veces el infierno. Si omitimos el nada omitible hecho de que el Holmes original era hombre de mente y no de acción, que portaba una capa y una pipa, que medía dos metros y usaba un sombrerito como de melón invertido y que Watson, interpretado por Jude Law, era un viejito gagá, la película resulta de una gran fidelidad.

Me encontré también con un Almodóvar desangelado en “La piel que habito” ¿Dónde quedó el manchego divertido e irreverente? Sepa la chingada, pero lo que yo vi fue un bodrio que se acerca peligrosamente a una telenovela serie B con la actuación de un Antonio Banderas al que alguien le metió una vara prostática (mi obsesión con la próstata se explica por mi avanzada edad). Hay una escena críptica dónde aparece un brasileño salido de la nada y disfrazado de tigre que me dejó pensando en algunos conceptos, concretamente en la desaparición del imperio maya.

Ya vencidón pero aún con esperanza me dirigí en noble compañía a revisar “J. Edgar”, la película que narra la vida del que fue director del FBI durante 48 años. Un hombre que encaja perfectamente en la definición de maquinal, gordo y perfecto hijo de la chingada. Siempre he disfrutado el cine de Eastwood y en este caso no hubo decepción aunque la historia es ciertamente anodina pero rescatada por completo por el joven Di Caprio, un actor que a pesar de su propio naufragio en “Titanic”, en el que interpreta uno de los papeles más mamarrachos que registra la historia, demuestra que está entre los mejores logrando una caracterización notable.

En fin, “Para los gustos los colores”, dicen que dicen por ahí. Nadie, por enterado que parezca, puede imponernos su propio criterio así que lo que aquí ha encontrado, querido lector, es la humilde opinión de un hombre que va al cine dos veces por semana en la honrosa compañía de adultos en plenitud.

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