miércoles 24 abril 2024

Cuitas domésticas

por Fedro Carlos Guillén

La sensación de que atraigo calamidades me persigue desde niño. Alguna vez, por razones que me siguen pareciendo misteriosas, mis padres tomaron una decisión extraordinaria, porque extraordinario es mandar a un infante a la ciudad de Guatemala para visitar parientes en un camión. Éramos tres personas; mi hermana Diana, que siempre se tomó todo con filosofía, una señora viejita a la que llamábamos crípticamente “Tía Güicha” (digo “crípticamente” porque ni era mi tía ni se llamaba Luisa) y un servidor.

A las tres horas de viaje a algún apicultor con debilidad cerebral se le ocurrió mover su maleta en la que llevaba frascos con miel, uno de ellos se rompió exactamente sobre mi coronilla y me convirtió en una especie de hot cake de 10 años que siguió en esa calidad en un viaje que duró 20 horas.

Bien sirva el preámbulo anterior para explicar lo que acabo de vivir. Para dimensionar los hechos bástele saber, querido lector, que trabajo en mi casa (que es la suya) y mi mayor actividad física consiste en permanecer nueve horas sentado frente a mi computadora. Mi dependencia de Internet es la misma que tienen los huicholes de las lluvias y es por ello que hará unos días me sorprendí mucho porque mi máquina colapsó de manera irremediable un día (viernes). Como mis habilidades tecnológicas se limitan a destapar refrescos llamé al ingeniero Valdés quien muy amablemente se presentó en mi casa (que es la suya) el día lunes. Vio la computadora mientras yo lo veía a él y movió la cabeza lentamente: “es Prodigy”. Perfecto, hablé entonces a Telmex donde me atendieron muy amables y me dijeron que “de 24 a 72 horas” el asunto se resolvería. En mi enorme ingenuidad me froté las manos y me fui a ver la tele esperando a estos señores. Por supuesto no llegaron, cuando llamé y expliqué lo necesario que era para mi trabajo el servicio y rogué por una cita nomás les faltó reírse. Asunto que consigné por medio de un tuit siguiendo el estimulante ejemplo de Dresser.

Pasó un rato y llegó mi asistente para trabajar, en eso sonó el timbre: “Son los del Telmex” dije triunfante. Mentira, eran los del Sistema de Aguas que iban con la diligencia de cortarla “porque me negaba a pagar”. Razonar con ellos fue como discutir con un Monolito por lo que llamé a la sucursal y la respuesta fue notable: “son de otra área”. Resignado vi como me cortaban el agua (miércoles) y fui a la oficina en cuestión a aclararlo todo. “De 12 a 72 horas” fue esta vez la respuesta.

Un modesto éxito se refirió a los de redes sociales de Telmex que llamaron al ver el tuit y resolvieron el problema (jueves). Sin embargo, el problema de fondo seguía sin ser atendido. Ya expliqué que vivo solo por lo que mi única opción de baño era a las 4 de la mañana en alguna regadera pública, no fueran a llegar los del agua que en esta penosa circunstancia descubrí que no trabajan fines de semana ni en puente. Mi aspecto era el de un deshollinador (martes) cuando por fin llegaron 180 horas después de la aclaración. Estaba tan consternado que los recibí como si fueran un ejército de liberación y poco me faltó para ofrecerles un wisquito.

Las enseñanzas son dos: la primera es que en lugar de quejarse en los teléfonos de atención lo que uno debe hacer es exponerlo en redes sociales lo cual me parece simplemente perverso. La segunda es que parecería que en pleno siglo XXI es imposible hacer una cita de atención lo que nos da un plazo de tres días (en mi caso más) para esperar el momento en que se les ocurra aparecerse.

Estoy terminando este artículo y se me antojó un café y ¿qué creen? La cafetera colapsó. Mi asistente sugirió que “le echáramos vinagre” no quiero tentar a mi suerte así que salí de mi casa (que es la suya) temeroso de que las paredes se derrumben mientras yo intento compartir mis cuitas con usted, queridísimo lector.

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