jueves 28 marzo 2024

Convergencia y concentración

por Eduardo Ruiz Vega

Al cierre de esta edición de etcétera, hemos sido testigos de una inusual pugna que involucra a tres de los principales grupos empresariales de nuestro país: Grupo Televisa, Grupo Salinas y Grupo Carso. ¿Por qué inusual?, se preguntarán algunos lectores, si a lo largo de los años ha existido una relación relativamente cordial entre dichos consorcios y, más aún, una simbiosis comercial entre el principal grupo empresarial del país (Carso, que engloba a Telmex, Telcel, Inbursa y Samborns, entre otros) y los grupos que detentan las dos cadenas nacionales de televisión abierta, que han sido, y son, su vitrina de publicidad por excelencia.

Existen, en mi opinión, diversos fenómenos que advertían, con claridad textos suficiente, la posibilidad de una inminente pugna, cómo la que estamos presenciando la sociedad (y las autoridades), y que por el momento se explica, públicamente, tan sólo como una cuestión mercantil de precios. Sin embargo, la realidad es más compleja, como trataré de abordar en esta colaboración.

Mucho se ha hablado de la convergencia tecnológica de las telecomunicaciones y de la radio y la televisión. La convergencia, descrita en castellano, es el proceso que permite que a través de una red de comunicación se presten diversos servicios. Es decir, que lo que antes era teléfono (voz a distancia), hoy sirve para eso, pero también para datos, videos y televisión; que las redes de televisión por cable o por microondas, hoy puedan usarse para transmitir voz y datos, de igual forma, etcétera.

La convergencia supone, e impone, un traslape de actividades mercantiles que otrora estaban seccionadas de manera clara, en beneficio de los principales actores económicos del mercado. En este sentido, es evidente que la producción y distribución masiva de contenidos estuvo reservada, por décadas, a la radio y a la televisión, aclarando que por su rentabilidad, principalmente a la pantalla; mientras que la telefonía doméstica y su evolución con la movilidad celular, se ha concentrado, notablemente, en un grupo empresarial (que enfrenta, aún, una incipiente competencia).

Partiendo de la premisa anterior, llamémosle, que gracias a la convergencia tecnológica se hace posible la invasión del territorio o feudo de estos gigantes, entre ellos mismos, debemos entender otro aspecto del desarrollo de los medios masivos de nuestro país, electrónicos e impresos, a lo largo de su existencia. Los medios, en especial los electrónicos, viven de la publicidad. Durante décadas, el principal anunciante de estos medios fueron los gobiernos, federal y estatales. Con la astringencia presupuestal, que se puso de moda hace tiempo en este país, el papel del estado como anunciante (y dicho sea de paso, a través de esas dádivas, como potencial o efectivo censor de la comunicación masiva) ha disminuido sensiblemente.

Sin embargo, como suele suceder en cualquier actividad, si los medios masivos tradicionales persisten, es debido a que el lugar que ha perdido el poder público en la erogación de recursos para publicidad, ha sido ocupado por otros agentes. ¿Qué agentes económicos? Pues obviamente los que más venden, los que requieren de este insumo con mayor notoriedad, los que tienen un universo de clientes cercano al total de la población de este país. Acertó, señor lector, las empresas que conforman Grupo Carso son un excelente ejemplo. Me atrevo a afirmar, entonces, que este exitosísimo grupo empresarial es hoy, para los medios electrónicos, lo que en antaño fueron los gobiernos de este país.

Entonces, en un ejercicio de lógica empresarial, cuando las murallas de los feudos tradicionales caen por virtud del desarrollo tecnológico y los ingresos exclusivos se reparten, las negociaciones de actividades que parecen ordinarias, como anunciar la venta de productos o servicios, se matizan con elementos diversos, no visibles de manera evidente.

¿Por qué el aumento de las tarifas publicitarias de Grupo Televisa a Carso? ¿Inflación? ¿Condiciones de competencia? Sí, sin duda. Pero también competencia que antes no existía, concretamente el ingreso de Grupo Televisa a la venta de capacidad para transmisión de datos a través de su subsidiaria Bestel, beneficiaria de los miles de kilómetros de fibra óptica que desplegó la Comisión Federal de Electricidad, en un negocio en donde Telmex es aún el monarca. Además, agreguemos a este elemento, el interés manifiesto, y legítimo de Grupo Televisa, por participar del mercado de la telefonía móvil. En este contexto, qué decir de la oposición, abierta o velada, para que Telmex acceda al negocio de la televisión de paga por cable, para el que técnicamente está lista, en donde el rey indiscutible es Televisa. Creo que suena lógico y no del todo especulativo pensar y concluir, que este dinamismo en el mercado de las telecomunicaciones no resulta ajeno a las negociaciones, hasta hoy fallidas, en materia de compra de publicidad por televisión.

El caso de Grupo Salinas, si bien diferente, también puede encuadrar dentro de esta nueva realidad económica y empresarial de nuestro país. A diferencia de Carso o de Televisa, Grupo Salinas no tiene una posición predominante en los diferentes mercados de los que hemos hablado, sin embargo, tiene presencia, importante y participa en todos y cada uno de ellos. Grupo Salinas es propietario de TV Azteca y compite en producción y difusión de contenidos; con Iusacell y Unefón, está presente y compite en telefonía móvil y a últimas fechas, de manera agresiva, compite en telefonía fija, acceso a Internet de Banda Ancha y Televisión de Paga, mediante su filial Total Play. Es decir, Grupo Salinas, sin haber poseído propiamente un feudo exclusivo, participa activamente de mercados altamente competidos y ha contribuido a la erosión de las murallas o fronteras que los delimitaron por años.

Para poner un poco más de condimento al actuar agresivo de Grupo Carso en torno a sus negociaciones de compra de publicidad, bastaría por describir, brevemente, otro hecho innegable en el mundo convergente en el que vivimos. El llamado pastel publicitario, concentrado por los medios tradicionales (como la televisión abierta) disminuye su tamaño con rapidez. Medios de comunicación alternativos, como las versiones electrónicas de medios impresos o, en general, las páginas de Internet, cada vez captan más ingresos de publicidad. La publicidad en México es como la energía, no se crea, ni se destruye, sólo se transforma. Es un mercado de suma cero. Si un medio aumenta su participación en el pastel publicitario (Internet), otro medio pierde (televisión, radio o impresos). Así de sencillo.

¿Sabe usted, estimado lector, qué empresa o grupo controla la mayoría de accesos de banda ancha al Internet de este país? Adivinó: Grupo Carso. De ahí la actitud o la respuesta lógica a esa pregunta tan mexicana que reza “¿Compadre, que te hace tan valiente?”.

En medio de este conflicto habrá que ver si las evidencias que arroja, como la evidente concentración en el mercado y la posibilidad de la manipulación editorial por la vía de los recursos publicitarios, en algo inspiran, o al menos llaman la atención, de nuestras siempre impávidas, que no valientes, autoridades.

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