viernes 26 abril 2024

La Constitución Moral, un preocupante rasgo autoritario

por Orquídea Fong

El autoritarismo tiene muchos rostros. Su afán: conseguir el poder, ser elogiado, temido, amado o admirado. Sus medios: desde la sutil persuasión hasta la violencia más abyecta, pasando, en la mayoría de los casos (sin importar el tipo de autoritarismo del que hablemos) por la injerencia en la vida moral de los ciudadanos.

Ningún gobierno realmente democrático interviene en la moral de sus gobernados. Hacerlo es característica de muchos sistemas autoritarios que desde el poder del Estado han buscado definir lo bueno y lo malo, el pecado y la virtud.

Naturalmente, ha habido gobiernos que, considerándose democráticos, han intervenido de manera indebida en la moral. Caso del gobierno británico, una democracia monárquica, que todavía hasta muy avanzado el siglo XX calificaba a la homosexualidad como un delito.

Pero también han existido las dictaduras descaradas que no se han molestado en impulsar un código de “virtud” para sus gobernados. Como Anastasio Somoza en Nicaragua o Rafael Trujillo en República Dominicana, que se contentaron con buscar el control político y económico total, sin disimulos ni sutilezas.

Estado e intimidad

Podríamos establecerlo así: no todos los gobiernos autoritarios han buscado el control moral, pero todos los que han buscado el control moral han sido regímenes autoritarios.

La anunciada “Constitución Moral” de Andrés Manuel López Obrador es un claro rasgo autoritario, ya que será una intervención del Estado en la esfera íntima de las personas. Su deseo de moralizar el país rebasa el ámbito de su competencia como futuro Presidente de la República.

Por más que los preceptos establecidos en dicho documento no sean de cumplimento obligatorio, el solo hecho de que una guía moral emane del Estado es un error. Preparémonos, no obstante, para que los preceptos establecidos en dicha Constitución se vuelvan materia de insistente propaganda. Desde el 2011 AMLO así lo anunció en sus “Fundamentos para una República Amorosa”.

Sin derecho

Considero que el presidente electo es un político autoritario. Pero no estoy afirmando, que quede muy claro, que el morenista tenga vocación de dictador al estilo de Hitler, en lo absoluto.

Esta comparación, que algunos internautas hicieron hace unos días, es desatinada. El autoritarismo, repito, tiene muchos rostros, y aunque ninguno es admisible, es importante discernir las diferencias.

AMLO no es un represor, sino un líder carismático a la vieja usanza. No busca que la gente le tema, sino que lo ame, lo admire, lo apruebe y le dé confianza ciega. Considero que no es capaz de llegar a extremos violentos para lograrlo, sino que, ante la crítica y el cuestionamiento, acudirá a sus armas preferidas: la propaganda, la manipulación y el uso de su simpatía personal, que en muchas personas tiene gran efecto.

Lo curioso es que él se considera a sí mismo un demócrata. Pero muchos de sus actos evidencian que su noción de democracia es, en el mejor de los casos, algo anticuada: dicta línea a los senadores de su partido, se reserva información cuando así quiere, les dice “corazoncitos” a las reporteras de su fuente y felicita a los periodistas cuando se “portan bien”.

AMLO quiere ser reconocido como un ser intachable, como un ejemplo a seguir y como muestra de altos valores morales. Ha dicho que es “admirador de Cristo” y se ha mostrado cercano a la Iglesia católica.

Naturalmente, en la esfera de su vida personal, el nuevo presidente tiene tanto derecho como cualquiera de ceñirse a las normas de conducta que prefiera, regidas por las creencias religiosas o espirituales que sean de su agrado.

A lo que no tiene derecho a impulsar su moral a nivel nacional y que afirme que sólo así podrá “salvar” a México. No tiene derecho a impulsar ninguna moral.

La moral no es cuestión de Estado

Desde que empezó a hablar de instaurar una “República Amorosa”, AMLO mencionó la urgencia de impulsar la moralidad como medio de salvar y transformar al país. En cuanto tome el poder, la defensa de la moral lopezobradorista se volverá política de Estado.

Líderes tan disímiles entre sí como Mao Tse Tung, Augusto Pinochet, Josef Stalin, Francisco Franco, Adolf Hitler, Hugo Chávez, Fidel Castro y Jorge Videla, por mencionar a algunos, tuvieron en común su insistencia en intervenir en la moral de los ciudadanos, entendida como la definición de lo que es bueno y lo que es malo.

En cambio, los gobiernos auténticamente democráticos no consideran de su incumbencia lo que una persona considere bueno o malo, ya que eso es un tema estrictamente personal. En los gobiernos democráticos se espera de los ciudadanos que observen un conjunto de códigos éticos: reglas de conducta para garantizar la adecuada convivencia, sin importar si internamente la persona está de acuerdo con dichas normas.

Esto significa, por supuesto, que lo ético y lo moral, por más que son ámbitos vinculados, no son lo mismo. Lo ético no requiere convicción íntima. Lo moral sí. Un gobierno aplica normativas orientadas según ciertos principios éticos generales (nuestra Constitución Política es un ejemplo), pero no debe interferir en los códigos morales. Hacerlo es invadir a las personas.

Querer regir la moral es autoritarismo.

Bombardeo de virtudes

De la lectura del documento “Fundamentos para una República Amorosa”, se desprende que la moral que López Obrador sostiene se basa en la creencia en la bondad intrínseca del pueblo, la exaltación del amor a la familia, la patria y la naturaleza. Cita como referencia la Cartilla moral de Alfonso Reyes, pero también habla de una “reserva moral” que permanece dentro del “México profundo”.

En diversos momentos, ha mencionado la necesidad de adoptar una moral que combata “la mancha negra del individualismo” (ello me recuerda los escritos del líder norvietnamita Ho Chi Minh), al entenderlo como origen de males como la codicia y la corrupción.

Ciertamente, su insistencia casi obsesiva en “erradicar la corrupción” tiene una raigambre moral. Para López Obrador, el cambio de México, la Cuarta Transformación, pasa por moralizar a México.

¿Y cómo va a moralizar a este país tan diverso? Ya lo ha dicho: propagando la virtud. ¿Cómo piensa propagar la virtud? Como primer paso, estableciendo preceptos en la Constitución Moral. En segundo lugar, acudiendo a los medios de comunicación para difundirlos. Es decir: mediante el bombardeo propagandístico.

El político tabasqueño afirma que la política “está relacionada con el amor” y, así, asegura que su propósito como político es “contribuir a la formación de hombres y mujeres buenos y felices, con la premisa de que ser bueno es el único modo de ser dichoso”. El propósito del gobierno de López Obrador es ejercer influencia moral “sobre la sociedad en su conjunto” y “auspiciar una nueva corriente de pensamiento para alcanzar un ideal moral cuyos preceptos exalten el amor a la familia, al prójimo, a la naturaleza y a la patria”.

Dictaduras moralistas

Al respecto, es inevitable recordar que el régimen de Francisco Franco, en España, impulsó ardientemente el amor a la familia y a la patria. Para ello concedió plenos poderes a la Iglesia católica, que se convirtió en el brazo moralizador del régimen e impuso su doctrina a todos los niveles.

Con Franco, además de las espantosas persecuciones policiacas y la represión política, España vivió un severo control de la moral de sus habitantes. Bajo la bota de Franco se volvió a prohibir el divorcio, el sexo prematrimonial y era política de gobierno impulsar temas como la decencia entre las mujeres y cómo ser una buena esposa.

De signo totalmente opuesto, el régimen de Mao Tsé Tung en China también se ocupó de la moralización de su país. No se trataba de una moral católica, por supuesto, ni tampoco de la confuciana, a la que combatió con rabia, sino de una comunista, que identificaba la virtud con lo “revolucionario” y el crimen con lo “burgués”.

En la China comunista, el disfrute sexual se convirtió en tabú. No por identificarse con el pecado, pero sí por considerarse “vicio burgués”. La feminidad y sensualidad en las mujeres era combatida y criticada, así como la expresión de muchas modalidades de arte y filosofía. Si no eran revolucionarias, eran un “crimen contra el pueblo”.

Por su parte, la dictadura de Augusto Pinochet, en Chile, no dio tanta relevancia al tema religioso, pero sí intervino en el aspecto moral con la intención de lograr pleno control ideológico. Se trataba de una moral patriótica. El discurso dominante era “salvar a la Patria” de las garras del comunismo, y en este sentido, todo lo que tuviera resabios socialistas era visto como una grave falta en contra de la Patria.

No sabemos qué preceptos específicos establecerá la Constitución Moral de la República Amorosa, cuyos redactores, según se nos ha informado, ya están trabajando.

Los defensores del nuevo presidente han dicho que dicha Constitución no será obligatoria, que serán “sugerencias”, que estaremos en plena libertad de seguir o no. Sin embargo, el gobierno gastará dinero público para la difusión de este “código del bien”.

Si, en el mejor de los casos, dicho documento solo resulta ser un compendio de buenas intenciones mediante el cual el nuevo gobierno busca darse un barniz de pureza, de cualquier modo es criticable.

Una democracia auténtica, un Estado laico y un gobierno plural no deben dedicarse a moralizar. La moral es el reducto de la mayor libertad del ser humano. Es un mundo interno y sólo compete a cada individuo su conformación. Ni este gobierno, ni ninguno, deben invadir ese territorio.

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