Carlos Ramírez ha sido reportero, columnista y director de diversos proyectos periodísticos. Su columna “Indicador Político” desde su nacimiento, a mediados de los ochenta, captó la atención de innumerables lectores, ya sea por su estilo franco y sin miramientos, por la revelación de sucesos políticos, por su narración explicativa y contextualizada o por la invitación al análisis. Este profesional trabajó con los iconos del periodismo mexicano, José Pagés Llergo, Manuel Buendía y Julio Scherer:
“La disciplina es el método del columnista; si no, entonces el caos o el desorden lleva al columnista a escribir sin método y con alto grado de desatino”, hace una breve pausa y dice: “Nada se compara con el acto de escribir una columna de análisis, de investigación, de interpretación o de información. Cuando escribo tengo en cuenta tres cosas: los datos, las fases temáticas y el lenguaje”.
Es un bibliófilo: “Todos los domingos voy a una librería a unos pasos de mi casa; los que atienden son mis amigos, platico con ellos de novedades y ellos me hacen recomendaciones. También, por lo menos una vez al mes, voy a alguna librería de viejo; encuentro obras originales y sobre todo revistas fuera de circulación. Y trato -cuando me lo permite el tiempo- de ir al Péndulo, Gandhi, Fondo de Cultura y Sótano. El año pasado regresé a tres temas de mi pasión: la literatura de La Onda, literatura del existencialismo y novela de espionaje. Y siempre hay escritores o periodistas que lo estimulan a uno, para mí por ejemplo están, periodistas: Manuel Buendía; analistas: Gastón García Cantú, Cosío Villegas. Claro, ellos ya no están pero no pasa semana sin que relea sus textos. De escritores haymuchos; mis pasiones; Jean Paul Sartre, Malraux, Albert Camus, Vicente Leñero, Octavio Paz”.
Ramírez sorbe el café y abunda: “Leo en mi despacho. Trato de leer una hora en la mañana y una hora en la tarde; los fines de semana dedico más tiempo. Leo de todo pero me interesan más el ensayo político, la literatura y ahora la historia del siglo XIX”.
La entrevista ocurre en un café de la librería Gandhi. El periodista almuerza un par de bísquets con mantequilla y mermelada de fresa, unos huevos con abundante tocino y un sándwich.
El jovencito
Carlos Ramírez nace en Oaxaca en 1951, años de bonanza en el país. El presidente Alemán tenía el control absoluto del aparato político y una de las vías para ejercerlo fue el descabezamiento de gobernadores y políticos. En 1952 al gobernador de Oaxaca, Manuel Mayoral Heredia, lo sustituyó Manuel Cabrera por órdenes del Presidente que, así, mostraba su poca paciencia con los disidentes e indisciplinados por lo que más valía estar quietecitos para salir en la foto.
En la familia del periodista, el padre y el abuelo eran políticos: “Mi abuelo fue revolucionario, Emiliano Ramírez, padre. De Los Dorados de Pancho Villa. Tengo una foto donde está con su traje de Dorado, él, a caballo”, dice con orgullo. “Mi padre fue político del PRI, Emiliano Ramírez, hijo.
Fue secretario general del PRI en Oaxaca”. Y la mirada del columnista se ilumina:
“Yo fui muy apegado a mi padre. Somos seis hermanos. Con mi padre conocí a muchos políticos y él me llevaba a muchos eventos.Yo iba viendo cómo era realmente el poder. Ahí aprendí política mexicana. Tenía yo catorce o quince años. Mi padre hizo un mal cálculo político en 1971, quiso ser diputado federal, así que metió todo, hasta lo que no tenía y perdió. Aceptó que no pudo, se retiró. Puso un restaurante en donde le fue muy bien y todos los políticos iban a comer y platicar con él, que llegó hasta diputado local”.
Don Emiliano Ramírez se jugó su carrera política mientras el joven Carlos viajaba a la ciudad de México para estudiar en la Universidad Iberoamericana. El periodista lo recuerda así:
“En 1968 yo vivía en Oaxaca. El movimiento estudiantil lo viví mientras estaba en la Preparatoria. En Oaxaca fueron muy bravos. Hubo muchas movilizaciones. Intervino el Ejército. Pero yo vengo de una familia en donde mis padres me metieron bien en la cabeza que yo tenía que estudiar y bueno, yo estudiaba. Iba a una marcha y después de un ratito me salía. El movimiento estudiantil del 68 lo vi pasar. Llegando a la ciudad de México vi pasar también el Halconazo del 71”.
Se reconoce como un mal estudiante: “En 1972 dejé la carrera de Administración de Empresas. Me gustaban mucho algunas materias como Derecho Constitucional, Economía y Administración. Contabilidad era mi coco. La carrera me gustaba a medias y fui abandonando mis estudios en el segundo año. Reprobé la mitad de las materias. En ese año dejé la carrera y cada vez más y con mucha fuerza me jalaba el periodismo”.
Y era fácil ser seducido por el periodismo si el seductor era Manuel Buendía: “Me concentraba más en la oficina de un amigo que era periodista y ahí me contrataron para hacer reportes de las noticias de los diarios o de boletines. Mi amigo periodista me enseñó a redactar notas. Lo hacía unas horas. Pero reafirmé ahí lo que quise ser y soy: periodista”.
Don Manuel lo instaba a no dejar los estudios, pero la juventud siempre impone sus tiempos: “Intenté entrar a la Septién pero el horario no me daba. Me inscribí en un curso por correspondencia que hicieron Vicente Leñero y Carlos Marín. No era alguien con disciplina y también lo dejé”.
El maestro y el pupilo
Su primer trabajo es en 1972, en El Heraldo de México, el diario anticomunista de la familia Alarcón. De tintes conservadores, el director siempre se mostró servil ante el Presidente, en especial con Gustavo Díaz Ordaz, a quien puso el periódico a su disposición y con el cual tuvo un interesante carteo donde sin rubor comprometía la línea editorial. El papel que jugó el diario, como muchos de su época, reflejó el sincretismo que había entonces entre la prensa y el poder sexenal, sobre todo en 1968. Desde su fundación, El Heraldo entró con fuerza a la capital y para hacerse pronto de reporteros, los sueldos que ofrecía eran altos.
El periodista recuerda: “Busqué trabajo en El Heraldo de México y para fortuna mía me dieron una plaza de redactor haciendo notas de relleno que sacaba de los boletines. Como ya lo había hecho antes, me fue muy fácil hacer mi trabajo y entonces tenía mucho tiempo libre que ocupaba en leer libros sobre periodismo y sobre narrativa”.
El joven Carlos aprendió el oficio de la mano de Buendía, pues tenía una relación personal y familiar con el periodista:
“Mi padre y don Manuel se conocieron en los cincuenta. Mi padre era líder de los camioneros en Oaxaca y Buendía era reportero de La Prensa en la fuente policiaca. Había un comandante de la Dirección Federal de Seguridad que era de Oaxaca y mi padre lo visitaba mucho. Y ahí se conocieron. Se hicieron compadres. Cuando llego a México él era mi tutor. Él quería que yo siguiera estudiando pero decidí ser periodista, cuando vio que estaba decidido empezó a darme consejos. Dos de ellos: leer diario todos los periódicos. Es un acto de disciplina que te forma, te informa y te da tablas. El otro: leer literatura con el objetivo de aprender a escribir bien y tener buena escritura en el periodismo. Cuando estaba de redactor, en los ratos muertos leía de todo, en desorden. Me fijaba cómo manejaban el lenguaje los escritores. En El Heraldo estuve año y medio y tendría 23 años.
“Me leí todo el existencialismo: Camus, Sartre, Simone de Beauvoir que era mi adoración. La historia Francesa. Leía narrativa mexicana: Carlos Fuentes, Poniatowska; en esos años descubrí la literatura de La Onda y me atrapó -mantengo aún un debate con René Avilés y con José Agustín de que para mí si existió una literatura de La Onda, y ellos, dicen que no-; así aprendí a escribir mejor”.
Sin embargo, y a pesar de que el 3 de octubre de 1968 El Heraldo en su editorial no comentó los acontecimientos de la Plaza de las Tres Culturas y sí recalcó la versión conspiratoria del gobierno, en ese diario escribían grandes periodistas como Luis Suárez, quien se manifestó en diversos tonos y momentos en franca discrepancia con las versiones oficiales. Cabe decir, también, que el departamento de fotografía de El Heraldo, fue uno de los que mejor registró los sucesos de la época. El columnista rememora:
“El Heraldo, después del 68 entró en una dinámica de ruptura interna. Los Alarcón tenían pánico de que les crearán un sindicato. Entonces cada seis meses se corría el rumor de que se iba a formar un sindicato. ¡Órale! Van 20 reporteros para afuera. Entro de redactor y en seis meses me tocaron dos éxodos. Salen un montón de reporteros y a los que acabábamos de llegar nos hicieron reporteros de planta-suplentes. Luego vino otro éxodo y nos hicieron reporteros titulares. A los siete meses estaba yo cubriendo Presidencia. Híjoles, reconozco toda la arbitrariedad que hubo entonces”.
El periodista frunce el seño y recuerda a quienes formaban la redacción: “Joaquín López Dóriga era de los gallones, él cubría la fuente financiera y era el suplente de Jacobo en Televisa. Estaba también Leopoldo Mendivíl que cubría la fuente de Presidencia”. Pide un café más, igual, americano. Y concluye: “Salí de El Heraldo porque yo quería hacer periodismo político”.
Enrique Ramírez y Ramírez
Así es que el joven reportero empezó a tocar puertas, una de ellas fue la de Reforma 18. “En Excélsior se hacía periodismo de denuncia. De los periódicos que yo veía que hacían muy buen periodismo político era El Día, de Enrique Ramírez y Ramírez.”, y su mirada se pierde de nuevo en el tiempo.
“Durante los siete meses que esperé entrar a El Día intenté ingresar a Excélsior. Me recibió Julio Scherer y me dijo: ‘Usted no tiene experiencia y aquí necesitamos a gente muy experimentada, pero sígale, sígale que va bien. Si usted tiene la misma pasión, venga a verme en unos años y seguro aquí habrá un lugar para usted'”.
El Día fue un periódico muy importante en varios sentidos, uno de ellos fue el de expresar las ambigüedades y contradicciones de la izquierda mexicana. Desde su origen, el diario dependió de la publicidad oficial y de los sectores adosados al PRI. Miguel Ángel Granados Chapa escribió que El Día “durante sus primeros seis años, a falta de otras expresiones en la prensa cotidiana, suscitó la esperanza de sectores de la naciente clase media ilustrada que aprendía o enseñaba en las universidades de un diario que propugnara el progreso social y la libertad política, El Día mostraba una amplitud analítica y una riqueza informativa que de haberse trasladado al ámbito nacional hubiera contribuido a la evolución social y política como lo hicieron luego otros órganos de prensa”.
El Día nació en 1961 y su director fue Enrique Ramírez y Ramírez, un viejo exmilitante comunista que al puro estilo de Lombardo Toledano hizo famosa la frase de “hay que hacer la revolución desde adentro”, y pronto se dejó cooptar por “el sistema”, pues antes de fundar el diario ya militaba en el PRI, y llegó a ser diputado y hasta gobernador. Fue un gran amigo de López Mateos, quien apoyó a El Día, y gracias al subsidio oficial el diario no se preocupó por la publicidad. Su sección internacional fue de las mejores. Su suplemento cultural y su página de cultura alcanzaron tintes brillantes, sobretodo cuando fue comandada por Arturo Cantú:
“En el 68 y los años que siguieron El Día se abrió a los estudiantes, a la izquierda, a los sindicatos. Fui a hablar con don Enrique y me dijo que sí, que trabajaría en El Día, pero que el periódico era una cooperativa y que tendría que esperar unos meses a que me llamara. A los siete meses estaba trabajando en El Día”. Ramírez sonríe y abunda:
“En El Día había muchos asilados, muchos intelectuales y me hice amigo de todos. Me platicaban sus aventuras, me recomendaban lecturas. En 1976 murió José Revueltas. Me enviaron a hacer la nota. Yo conocía toda su obra. Sobre todo las infidencias de él y el Partido Comunista. Entonces hago la nota y una crónica muy larga donde meto ciertas infidencias de Revueltas. El principal instigador de Revueltas fue Ramírez y Ramírez. Soltaba una infidencia y metía una anécdota y luego le echaba la culpa a Antonio Rodríguez. Entregué mis textos al hijo de don Enrique, que era el subdirector, Leonardo, que era muy mi amigo, leyó el texto y me habló. Quitamos la parte de su padre. Yo quería seguir escribiendo en El Día. Fuera de eso nunca se metieron en mis textos”.
En 1975 sucedió la visita de Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español. Carlos era aficionado a la revista Cambio 16 y le fue fácil entender la transición española. Entrevistó a Carrillo y se llevó las ocho. Fueron varias portadas que el joven ganó.
“Estaba en El Día cuando llega el golpe a Excélsior. Meses después, yo también cubría temas educativos y el jefe de prensa de la SEP del primer año de López Portillo era un exreportero de El Día, Julio Tovar, que trabajaba con Muñoz Ledo. Fui a platicar con Julio Tovar y ahí coincidí con el reportero de la fuente educativa de Proceso, que era Carlos Marín. Ahí nos hicimos cuates y él me jala a Proceso. Federico Gómez Pombo que cubría Finanzas y Empresas se fue de vacaciones, yo lo suplí y me quedé después en esa fuente. Hacía periodismo económico juntándolo a veces con el político”.
Julio Scherer García
El columnista habla con las manos, las lleva, las trae, junta las puntas de sus dedos y presiona, con el dedo índice golpea un poco la mesa. El tema: Scherer García. En el libro Los presidentes, el decano del periodismo mexicano da testimonio sobre el buen trabajo del joven reportero. “Basado en una investigación de funcionarios de Programación y Presupuesto, el 25 de agosto de 1981, Proceso publicó un reportaje de Carlos Ramírez que exhibía sin atenuantes el desorden y la corrupción que imperaban en Petróleos Mexicanos. El trabajo (de Ramírez) provocó un escándalo. Era la primera vez que desde un sector del gobierno se descalificaba a Jorge Díaz Serrano, amigo de todas las confianzas del Presidente de la República. López Portillo encaró el asunto en términos absolutos. No tenía caso hablar de una tarea periodística, mucho menos de la libertad de expresión. Condenó por principio los excesos de Proceso…”. Carlos abunda:
“Estuve siete años en Proceso. Al principio hubo una libertad amplia. Empezaba la revista y mis reportajes eran muy bien aceptados, dos de ellos fueron duros golpes a la revista: en el 81 uno provocó la primera pérdida de publicidad, un documento que yo conseguí de Programación y Presupuesto contra Pemex, es decir, De la Madrid contra Díaz Serrano. Se armó un escándalo. López Portillo se enojó y mandó a llamar a Scherer y se acabó la publicidad.
“Me gustaba mucho mi trabajo. Vivía en Proceso. Entonces empecé a subir el escalafón profesional en la revista. Primero fui Jefe de Información de Cisa, luego subdirector de Cisa y luego subdirector de Información de Proceso. Ahí empezaron los conflictos con Scherer: Porque él tomaba decisiones y yo le decía ‘no es por ahí’. Hubo un choque, por algún tema y es que Scherer siempre quería imponer su punto de vista. Yo como jefe de reporteros tenía que darles la cara y decirles a los muchachos: “es que Julio ya no los cambió”. Pero pienso que también había que hacer lo que los reporteros decían. Me harté y renuncié. El ambiente era muy tenso. Fue decisión mía”.
Le pido una pequeña estampa sobre don Julio:
“Scherer era muy apasionado. Nunca tuve una confianza personal pero Scherer era muy amigable. Yo viví cosas con él que comprueban esa forma perversa de ser de Scherer. Pero cuando empezaba el trato en el 77 no hubo diferencias, incluso,Scherer fue testigo de mi boda. Scherer era de pasiones. O estabas con él o en su contra. Fue un gran reportero, un gran periodista. Le aprendí mucho. Tienes una nota y hay que perseguirla como perro de presa. Una caja de ideas fue Scherer. Era el alma de las juntas en la redacción de Proceso. Obsesivo. (Y don Carlos trata de imitar la mirada y la voz de don Julio) ‘Carlos, ya consiguió el documento, envié un reportero, qué le dijo Carlos, Carlos enséñeme los primeros párrafos…’ A veces no dejaba respirar. Su oficina siempre abierta”.
En 1983, una nueva firma comienza a aparecer en la revista Siempre!, la del ya experimentado Carlos Ramírez: “En el cambio de gobierno me abre un espacio José Pagés en su revista, me manda a llamar. Supe después que Manuel Buendía le había dicho que se fijara en mí”.
Manuel Buendía
Carlos elige un recuerdo sobre Manuel Buendía:
“Nos reuníamos a comer con él, Oscar Hinojosa, Miguel Ángel Sánchez de Armas, Alejandro Ramos y yo. Buendía era muy tolerante con nosotros que éramos críticos, antisistémicos. Nos escuchaba. Duramos muchos años en ese grupito. Yo veía a don Manuel todos los fines de semana. Llegaba a su casa los viernes y me quedaba a dormir. Era un tipazo, muy amigo, muy cariñoso, muy gracioso. Era muy estricto. Me decía: mantén tu nivel. Me prestaba muchos libros, que no se los devolví”.
En 1984 matan a Manuel Buendía.
“Para mí fue brutal. Estaba en mi casa en Villacoapa. Suena mi teléfono y era Francisco Gómez Maza y me dice: le dispararon a Manuel. Me fui directo a la Federal. Ahí estaba Lolita, su esposa”, rememora el autor de “Indicador Político”:
“Conmigo era muy cálido, me sentí huérfano profesionalmente. Había veces en las que yo escribía pensando en que él lo iba a leer. Nunca le mande mis cosas. Cuando había algo que le gustaba de lo que escribía me llamaba. No me planteé como objetivo hacer mía la investigación del asesinato. Era muy difícil hacerlo. De lo que yo conocí a Manuel y sobre la investigación tengo mis dudas, no me cuadran ciertos datos. Ciertos hechos. Y este ha sido mi discusión con los amigos de Manuel. Por ejemplo, dicen que Zorilla lo mató. Yo creo que Zorrilla no lo mató, lo que sí hizo es que operó para el encubrimiento del asesino. Zorrilla lo sabe. Yo tuve acceso a él, platicamos, y ahí le dije que él sabía quien lo había asesinado y porqué. Se quedó callado”.
El columnismo mexicano
Manuel Buendía dijo alguna vez: “Pienso que los periodistas somos muy dados a la autocomplacencia y muy poco a la autocrítica; y desde luego, la sola posibilidad de que otros nos enjuicien nos parece una ofensa intolerable. Me parece que los tres males del periodismo mexicano son la impunidad, la solemnidad y la mediocridad”.
¿Qué se necesita para ser un buen columnista?
Creo que se necesita pasión, información, lectura, estilo de redacción y el uso del lenguaje con las exigencias de un escritor. Hay que tomar el columnismo como una fase de especialización pero sin abandonar la pasión del reportero. Aunque puede llegar a pensarse que escribir una columna diaria puede ser tedioso, incluso fastidioso para mí no es un fastidio sino un trabajo apasionante; trato de que cada columna diaria tenga un enfoque novedoso.
¿Cuál es su metodología? ¿Cómo escoge el tema?
Acostumbro a escribir al mediodía, aunque a veces, cuando los asuntos políticos se retrasan escribo por la tarde. Lohago en mi despacho, en mi casa. Tengo dos formas de escoger el tema: los temas de la coyuntura que ameritan atención pero sobre los cuales a lo largo de los días voy acumulando datos; y los temas que requieren una nueva forma de interpretarlos. Un columnista reportea su tema como si fuera nota exclusiva. Escojo el tema, selecciono el enfoque, acumulo datos, hablo con políticos, fuentes y colegas. Antes de escribir, en un bloc de hojas amarillas rayadas hago el esquema.
¿Qué elementos debe tener una columna periodística?
Nada se compara con el acto de escribir una columna de análisis, de investigación, de interpretación o de información. Escribir una columna no puede ser de solitarios; a veces, sobre la marcha, llamo por teléfono para precisar datos o confirmar otros, y a veces para comentar con algún colega. Creo que la verdadera columna no es la del politólogo o el escritor sino la del reportero; el columnismo es una fase superior del reporterismo; la columna debe tener datos exclusivos y del momento. El columnismo de opinión sí inhibe al reportero; pero el reportero por sí mismo, en la fase de columnista, es un reportero en acción. Manuel Buendía, por ejemplo, era el prototipo del columnista: reportero y analista.
¿Qué le apasiona del columnismo?
Analizar la realidad política es lo que más me gusta. Añoro los tiempos de la política cuando era menos tensa. Manuel Buendía me propuso escribir una columna; yo escogí, cuando era reportero, escribir una columna semanal en Proceso, luego una semanal en El Financiero y en 1990 una diaria. Cuando escribía una vez a la semana, también era reportero. “Indicador Político” es un juego de palabras sobre mi formación como periodista financiero; los indicadores son los indicios; mi columna semanal en El Financiero se llamaba “Indicadores” y solo la hice en singular y le puse el apellido “político” a recomendación de Alejandro Ramos. Las letras en negritas -creo- lo tomé de Manuel Buendía.
Por lo general, los columnistas no piden disculpas.
Los columnistas no piden disculpas, pero deberían. No perdemos nada. Lo que pasa es que las cartas aclaratorias son agresivas. Cuando hay una carta aclaratoria, no la contesto directamente porque suele ser un abuso de poder; pido que la publiquen íntegra. Y luego, días o semanas después, confirmo datos y vuelvo sobre el tema. Las cartas aclaratorias para mí son el derecho de réplica de los afectados y no deben tener la interferencia de la contra réplica inmediata.
¿Existen los columnistas influyentes?
Para mí el columnista más influyente fue Manuel Buendía. Luego otros han llegado a fijar alguna parte de la agenda: Miguel Ángel Granados Chapa, Raymundo Riva Palacio, Ricardo Alemán, Jorge Fernández Menéndez, Julio Hernández, entre otros. El sistema político se diversificó al grado de que ya no hay alguien que sea el “más influyente”.
¿Se encierra a la hora de escribir? ¿Cómo es su espacio, su escritorio, su biblioteca?
No soy neurótico a la hora de escribir ni me aislo. Atiendo desde asuntos domésticos hasta consultas filosóficas; no me molesta que me interrumpan. Tengo siempre prendida la televisión en noticieros e Internet en páginas de periódicos; a veces interrumpo un párrafo para echarle un ojo a las noticias del momento. El teléfono y el celular son indispensables; muchas veces me llaman para darme algún dato o un comentario. Escribo solo. En el despacho de mi casa hay un ventanal que da a un pequeño jardín; cumplo así con la recomendación de Cicerón: “si junto a tu biblioteca tienes un jardín, no te faltará nada”. En mi escritorio procuro tener un vaso de agua. Me gusta la música clásica y el jazz.
El Universal, en un mal momnento
El reportero llega a El Universal en 1984: “Entré en un mal momento. Estaba muy imbuido de lo que era el nuevo periodismo norteamericano, es decir el periodismo de historia trabajada y de reconstrucción de hechos. Yo venía de la fuente financiera y me tocó toda la negociación de México con el FMI. Entonces mis notas reconstruían muy bien la historia de ese momento. A veces la nota estaba hasta el final de mis textos pero había una narrativa que no tenía en ese momento el periodismo mexicano. El periodismo mexicano era la nota objetiva o la nota informativa. Y entonces era cosa de ver quién fue a tal lado, con quién habló, qué habló, qué negoció, en qué momento, etcétera. En ese momento El Universal tenía muchos problemas, creo que tenía 18 sindicatos. Se creó mucha inestabilidad. No me daban el espacio que yo quería. Entregaba mi nota al particular de Ealy Ortiz y aparecía tres o cuatro días después. Pero no estaba a gusto”.
En 1984 nace El Financiero, un diario especializado en temas económicos, cuando no existían secciones de ese tipo en la prensa (unomásuno, tenía una sección tímida), y tampoco se había convertido en un elemento central y cotidiano de la vida mexicana. Encabezado por Rogelio Cárdenas padre, sus brazos derecho, Rogelio Cárdenas Sarmiento, Sergio Sarmiento y Alejandro Ramos. En poco tiempo, debido a su postura sistemáticamente crítica, El Financiero se colocó como una importante referencia. El periodista Raymundo Riva Palacio ha dicho: “la creación de una sección cultural alternativa a cargo de Víctor Roura y, sobre todo, la inclusión de una sección política con un combativo columnista como su eje, Carlos Ramírez, empezaron a hacer que el periódico fuera tomado en cuenta por las élites gobernantes”.
Durante el salinato nace “Indicador Político”, Ramírez narra sobre el origen de su columna y la redacción del diario:
“En los noventa inicia mi columna que me la pidió Rogelio y Alejandro: queremos una columna dominical. Así empecé y cuando tenía dudas iba con Rogelio y me decía: pues dale por acá Carlos, métele esta narrativa, este enfoque, dale esta estructura, él era muy literario, como su padre. Estaba también Sergio Sarmiento, primo de Rogelio y él se encargaba del área de Opinión. En ese entonces nadie quería colaborar en El Financiero. Era un periódico que estaba lleno de boletines de bancos y de la bolsa. Sergio que tiene un buen ritmo de trabajo, inventó colaboradores. Se la pasaba escribiendo y diciendo: éste va a ser colaborador de tendencia de izquierda. Éste otro de derecha. Y así. Entonces estaban tan bien armados sus textos que adquirían personalidad sus colaboradores fantasma y los lectores hablaban para reclamarle a tal o cual. Víctor Roura hacia cosas increíbles”.
En los noventa se abrió un espacio de intercambio entre un periódico de Estados Unidos y El Financiero. Este consistía en que un periodista estadounidense trabajara por tres meses desde México y el periódico lo iba a integrar a todas las actividades del diario y, un periodista mexicano se fuera tres meses allá. Rogelio y Alejandro decidieron que viajara Carlos Ramírez; él recuerda: “Yo no sabía hablar inglés, así que me puse a estudiar tres horas diarias durante tres meses en Interlingua y lo aprendí. Me fui un mes al Journal Commerce en Nueva York y dos meses a Los Angeles Times a la página editorial. Rogelio y Alejandro concluyeron que para la sucesión del 93 se necesitaba una sección política y columna política seria. Se decidió por Miguel Ángel Granados Chapa. Alejandro habló con Granados Chapa que estaba en La Jornada. Total que no se concretó. Rogelio dijo: vas tú y fui yo. Rogelio te convencía con una frase: hazlo de cuates. Así nació ‘Indicador Político’.
“Cuando El Financiero da su viraje al periodismo político a Carlos Salinas se le dispararon sus antenitas. Manda a un personero a verme: Manuel Camacho. Me dice: Oye, el Presidente esta muy inquieto por el viraje que piensan dar. Habla con Rogelio, le dije. Y se fue a hablar con Rogelio. Rogelio -le dice Camacho-, el Presidente quiere saber si tu periódico se hace político. No, contesta Rogelio, Alejandro que quiere hacer una sección política y no me consultó pero solo eso -a Rogelio le funcionaba muy bien echarnos la culpa- y viene a dirigir la sección Granados Chapa. Camacho le dice a Rogelio, bueno, envíale una señal al Presidente. ¿Una señal?, -contesta don Rogelio-, pues no sabía, tú que lo ves diario, díselo por favor Manuel. Y así fue”.
En El Financiero escribían “los mejores y hasta Monsiváis”, dice divertido don Carlos y pronto abunda: “pero al nacer Reforma, El Financiero se fue desplumando y me quedé solo. Me hablaron de El Universal y me fui, claro, primero hablé con Rogelio”.
Galardones
En 1993 Carlos Ramírez ganó el Premio Manuel Buendía que era otorgado por 25 Universidades Públicas. Era el Premio más importante después de El Nacional de Periodismo. El columnista narra: “Supe que Julio Scherer intentó bloquear que se me premiara pues los ganadores de un año eran parte del jurado del siguiente año. Y bueno, al siguiente año coincidimos Scherer y yo en el jurado y fue otro conflicto. Julio proponía a Vicente Leñero y yo, a pesar de mi cariño y admiración por Leñero, pues no veía que en ese momento mereciera el Manuel Buendía, propuse a Raymundo Riva Palacio. Tuvimos muchos choques a tal grado que le dije que mejor le pusiéramos el Premio Julio Scherer. Total, Raymundo ganó el premio ese año”.
En 1997 fundó la revista La Crisis. “No fue una idea mía sino de Fernando Mendizaval que estaba en Editorial Posada. Me invitó a dirigirla y al año la quiso cerrar y yo se la pedí. Ahí tuve a mucha gente valiosísima, José Martínez uno de ellos a quien conocía desde El Financiero, un periodista muy puntilloso. Al genial Samuel Schmith, el grandioso Javier Ibarrola y mucha gente más, hasta Liébano Sáenz. Me fue bien y luego la intenté hacer diario pero no funcionó”.
La columna de Carlos Ramírez llegó a El Universal y ahí permaneció por varios años hasta que se mudó a lo que fue El Independiente, el periódico de Carlos Ahumada que dirigían Javier Solórzano y Raymundo Riva Palacio. En medio del escándalo ambos directores renunciaron. El timón lo tomó Carlos Ramírez, pero el periódico estaba herido de muerte.
“Las reglas entre la prensa y el poder se rompen con Salinas. Él al decir, ‘yo tengo la publicidad del Estado, por lo tanto, yo tengo el poder y yo decido’ y hace aquella famosa lista de 10 medios a los que consintió. Y Salinas se equivocó. Zedillo puso su ‘sana distancia’ en todo, incluido los medios. Fox estaba con Martha Sahagún quien repartió mucho dinero para publicidad al principio y luego castigó. Y los medios se dieron cuenta, todos, primero con Zedillo y luego con Fox de que no necesitaban más al Estado. Calderón creo una burbuja en la que solo entraban unos cuántos”.
El periodista está orgulloso de sus libros: “He hecho algunos libros: Alicia en el país de las maravillas son mis reportajes publicados en Proceso; me valí de Lewis Carrol para tejerlos. Escribí uno sobre la expropiación de la banca y otro más sobre la devaluación del peso, junto con dos economistas además de otros (Salinas, candidato a la crisis) junto con Alejandro Ramos y José Martínez. Uno más sobre Joseph Marie Córdoba y el mas reciente sobre Barak Obama (Obama). Me interesa saber sobre el poder y quiénes lo detentan, muy al estilo de la Teoría de las Elites”.
Ganador del premio Manuel Buendía en 1993, de El Nacional de Periodismo en 1995-2001 y 2003, del Premio José Pagés Llergo 2000 y 2002, del Premio Micrófono de Oro 2005 y 2008, y del premio Victory Award 2013. El periodista sentencia: “El periodismo es el contacto con la vida real. Mi función como periodista es decirle a la gente: ves a este personaje, es así en realidad”, reflexiona un instante y ataja: “El periodismo es subjetivo, el dilema es entre la veracidad y mi verdad”. Platica sobre sus proyectos:
“Actualmente trabajo en un libro sobre Octavio Paz. Otro sobre los intelectuales. Carlos Fuentes, Monsiváis, etcétera. Cabrera Infante, Heberto Padilla. Sobre la Francia de los 50, Camus, Sartre. Hago un ensayo político sobre el sistema político mexicano”.
Carlos Ramírez termina su tercer café. Respira largo y profundo y concluye: “Quiero terminar los próximos 20 años de mi vida haciendo ensayos”.