miércoles 24 abril 2024

Calma al 2 x 1

por Emiliano López Rascón

Quedarse dormido con la tele prendida… ¿Cuántos tenemos ese hábito? Seguro es pernicioso de alguna forma (al menos de pésimo gusto) que, en el seno de la intimidad matrimonial, donde la tele ha llegado para configurar una moderna trinidad, las voces de media noche, entre los que de pronto nos asaltan merolicos destemplados, sean las encargadas de arrullarnos. Los párpados se cierran dando paso al flujo del lenguaje disuelto en imágenes; pero los tímpanos siguen escoltados por la arenga de los productos milagro y otros depredadores del alma. Gritoniza en off desde un estrobo cromático para poder dormir en paz, a salvo del silencio que podría facilitarnos un inoportuno encuentro con nosotros mismos… y los pendientes y la colegiatura y la evaluación semestral de productividad y las facturas electrónicas… ¿Y que hago aquí desperdiciando mi vida si lo mío, lo mío, era el trasiego de bacalao…?

¿Para qué la introspección si lo único que genera es un intimidante sentido de responsabilidad? ¿Para qué buscar la calma si solo conduce a la intimidad con mis acúfenos? Así que, para cruzar el peligroso abismo a los peludos brazos de Morfeo, se vuelve cada vez más necesaria la difenhidramina, o la passiflora o azares similares y conexos, y si no funciona, algo mas fuertecito, una benzo, unos gu%u0308iscazos, pero sobre todo, que el cortejo alado se componga por un coro de locutores, sean de doblaje, del reportero o las del paroxismo del infomercial. Con la radio musical o hablada pasa un poco lo mismo, las mini torretas multicolores de los horrendos equipos de sonido con bocinotas redondas y picudas sustituyen eficazmente el inquieto haz multicolor del monitor.

Calm Radio

¿Será esto exagerado? No tanto si escuchamos alguno de los 16 canales atmosféricos de calmradio.com, una emisora de Internet que ofrece señales de continuos sonoros y ruidos de fondo, incluso de jet y aire acondicionado (llamados ruidos blancos, rosas o cafés), diseñados para aquellos que padecen de zumbidos permanentes en el oído, quienes por consecuencia frecuentemente se les dificulta negociar con el sueño. Más allá de representar el susurro de la mala conciencia y otras connotaciones paranoicas, los llamados tinnitus o acúfenos son de esos extraños fenómenos, literalmente chinga-quedito, de múltiples factores e improbable erradicación que aquejan a uno de cada cinco habitantes adultos del planeta, y más después de los 40 años.

En los límites de lo fisiológico y lo psicológico, de lo exterior e interior, como la escucha misma, consiste en la percepción subjetiva de un complejo de frecuencias que varía de persona a persona en tipo e intensidad. Asociado a la hipertensión y al colesterol alto, pero también al consumo cotidiano de estimulantes como el café o té, a problemas de nariz y garganta, deficiencias vitamínicas, a objetos o infecciones en el oído, y por supuesto a entornos ruidosos y golpes acústicos recibidos por audífonos o amplificadores. El problema es que si alguien acomete el esfuerzo ascético de suprimir todas estas causas, el zumbidito persiste en la mayoría de los casos. Según psicofisiólogos y neurólogos, se debe a que al afectado se le quedan pegados los cables, esto expresado en conceptos de la ingeniería eléctrica, no académica. Y realmente no hay diferencia en decirlo como mecánico automotriz o mecánico cuántico porque no se sabe a ciencia cierta cómo erradicarlos. A veces desaparecen solos, muchas otras se vuelven crónicos, incluso pueden empeorar. Una de las explicaciones, más bien fenomenológica, que se abre paso en medio de la confusión de los médicos, y que a conveniencia reproduce el sitio de calmradio.com, es la de que se trata de una especie de reflejo fantasma o efecto de extrañamiento de nuestra conciencia que, habituada a entornos ruidosos de larga duración como los de las ciudades, reproduce imaginariamente este trasfondo una vez que cesa o disminuye considerablemente.

Habría en esta hipótesis una presencia de la cotidianeidad, del automatismo acústico, de educación de la escucha y la costumbre que al ser interrumpido o desvanecido genera una respuesta perceptiva disonante y molesta por necia. La réplica interna de la ruidosa vigilia. En esta lógica, el tratamiento de Calm Radio para los acúfenos consiste en una especie de homeopatía, de reeducación de la percepción acústica para dejarse de pelear con dicha reverberación, a través del suministro exterior.

Como no es un padecimiento propio de la era moderna —eso sí, probablemente agudizado— entonces la universalidad noctámbula de los grillos (uno de los canales de Calm Radio, faltaba más) vendría a ser la cura inmemorial y casi providencial, de los dioses para que la humanidad haya podido dormir a salvo en su historia. El ruido está afuera o se produce adentro. Parece que la mente se vuelve adicta a cierto umbral de decibeles y cuando se suprime, el síndrome de abstinencia se manifiesta como zumbido. El tinnitus como la cruda del escándalo, como horror vacui. Lejos, pues, de necesitar el silencio para entregarnos al sueño, muchos necesitaríamos más bien su contrario. Así, algo tan bizarro como acompañar la cuenta de ovejitas con la perorata desaforada sobre la conveniencia de la bomba de vacío postivac o el super max trainer a precio único en pantalla no resulta algo tan desquiciado. Me sigue pareciendo de mal gusto frente a una orgánica cascadilla, pero finalmente resulta alternativa plausible comparada con un obsesivo aire acondicionado o al riesgo asmático que representa el ronroneo de un minino consentido.

C.A.L.M. Act

En esos arrullos estamos con una película tan buena que solo pasa después de medianoche, cuando ya cuajados, nos asalta con volumen canalla un rompecorte o una superpromoción del nuevo escultor corporal. A tientas, ubicamos y disparamos el control remoto para desactivar el repentino apeste sónico. La maniobra debe de ser rápida y precisa, casi refleja, ya que en el silencio y la oscuridad cualquier brizna de conciencia articulada nos puede arrojar, inmisericorde, al insomnio, solo controlable mediante otra dosis.

En otra colaboración atribuí el desnivel de volumen en la televisión al descuido e ignorancia respecto al audio que tienen los técnicos de video, y aunque mantengo el señalamiento en general, debo reconocer que me quedé ingenuo en este particular: ¡Es adrede! A la hora de la mezcla, los editores tienden a maximizar el volumen de salida con esa lógica publicitaria propia del chimpancé que impone su autoridad mediante la fuerza al golpearse el pecho, del hipopótamo que abre más el hocico para impresionar a su rival, o incluso podemos rastrear esta conducta hasta los grados más elementales de la cadena evolutiva como los conductores cuyos subwoofers, que se escuchan desde tres cuadras antes, generan ligeras ondas sísmicas cuando pasan.

Lógica de mercado sobre ruedas, donde más vende el que más grita, no el que mejor producto tiene o logra el mayor atractivo al presentarlo. En publicidad primero hay que lograr que te pelen y luego que no te rechacen. Tan importante uno como el otro. En el caso de la noche desperdician, además, la oportunidad de acceder al inconsciente de los tele-audientes literalmente abierto en canal. Imagínense una voz aterciopelada: Relax champ, eres grande, te queremos, tu mamá te mima, México ganará el mundial y con el extrainer super cool a precio inigualable quedarás bien sazonado y mamable. ¿Para qué entonces agarrar al auditorio a decibelazos? Parecería contraproducente; solo que tristemente estamos tan tapiados en México que quizá no resulta absurdo. Y esto no pasa solo en el metro, hay que oír a los perifoneos en los pueblitos. México es, en muchos sentidos, un país y un pueblo aturdido. Pero desde el norte soplan vientos civilizatorios: Desde el 13 de Diciembre de 2012 en los E.U.A se volvió objeto de sanción la violación a la Commercial Advertisement Loudness Mitigation Act, CALMA por sus siglas. Consiste nada menos que en obligar a las emisoras de televisón a mantener el mismo volumen en los cortes que en la programación que los sigue y precede. Las producciones propias y los clips externos deben de ajustarse para evitar esos bruscos desniveles del audio. La iniciativa, presentada en 2008 por el senador Roger Wicker, fue aprobada en Septiembre de 2010 y finalmente obligatoria para las cadenas de televisión desde hace ya más de un año. La radio desde hace mucho tiene por necesidad técnica estabilizadores de la dinámica del volumen llamados compresores (ya ensayaremos pronto sobre estos dispositivos).

La iniciativa contó con un respaldo popular muy claro, lo que nos hace suponer que no fueron solo los insomnios de Wicker causados por los gritones nocturnos lo que lo motivó a legislar sino una ciudadanía televidente más sensible a lo que recibe, y cómo, de los medios. Aquí, mientras, ocupados en el barullo de la gran reforma de telecomunicaciones y cuál de los tiburones es más sangrante que otro, con la estridencia propia de los laberintos tropicales de la ideología, los dejamos que nos griten hasta en nuestra propia almohada.

https://etcetera-noticias.com/ediciones/160/1396982458.pdf#page=20

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