sábado 20 abril 2024

Amamos tanto a Ettore Scola

por Roberto Alarcon Garcia


El brillo de la luna hacía más intensa la oscuridad del cielo en aquellos campos de finales del siglo antepasado, en Cerdeña. Ella está de pie a un lado de la ventana, en una habitación del segundo piso de la vieja casona donde sólo manda su tío, el coronel de un destacamento asentado en el lugar.


La mujer tiene el pelo largo escaracolado y trae puesto encima de su desnudez un camisón blanco. Llora. Un destello de luz descubre el pecho agitado. Sus lágrimas son profusas igual que los movimientos de las manos para quitarlas del rostro; una y enseguida la otra, parece como si nadara entre el sufrimiento. Un hombre entra a la habitación y ella inclina la cabeza porque siente vergüenza, ha decidido no aceptar nunca más la compasión de nadie. Vuelve a quitarse una lágrima pero el hombre le detiene la mano. Bebe y la besa. Te amo, le dice, porque has sido capaz de mostrarme tu hermosura sobre tu belleza malhadada, y porque he sido yo ese símbolo con el que representas tu amor impetuoso, sin que te importe la burla de los otros. Sí, Fosca, te amo, le dice Giorgio a esa mujer que hasta el nombre tiene feo. Ella continúa llorando y lo abraza. La luz de la luna alumbra los ojos desorbitados, incrédulos, moribundos; sí, moribundos porque su corazón que es tan débil está impedido de palpitar de pasión a riesgo de morir. Pero en brazos de Giorgio, Fosca disfruta la inminencia de la muerte y se arrejunta toda en el cuerpo atlético del capitán que ya no quiere andar esos caminos. La ama. No quiere que Fosca muera pero ella se lo exige cubriéndolo de besos y restregándole en la entrepierna el sexo humedecido. Entonces Giorgio entra pleno igual que la luz en la ventana. Fosca ya no resiste más. Necesita gritar, destazar su pecho a gritos y sangrar de las entrañas…


Esto es lo que le platica Giorgio, ya viejo, a un enano en una taberna oscura. A la mesa hay una vela a punto de consumirse. El silencio sólo se acompaña con el balbuceo y luego la risa de ese pequeño hombrecito: “Giorgio y Fosca, qué historia absurda”, señala mientras se levanta y vuelve a decir lo mismo con la voz más alta; el enano nos da la espalda y camina en penumbras; cojea apoyado por un bastón, ríe y grita, conoce que es imposible ser amado de tan feo. Giorgio tiene la mirada perdida y el enano ríe y grita: “Fosca y Giorgio, !Qué historia absurda! Ja, ja, ja…” (En esos momentos la carcajada es lo único que se oye, ja, ja, ja…)


Esa es “Pasión de amor”, una de las grandes películas de Ettore Scola, director italiano que murió el pasado 19 de enero a los 84 años. No exagero si digo que este hombre de arte, comunista, es uno de los más grandes de todos los tiempos en la cinematografía mundial. Como sea, a él le debo alguno de los llantos más plenos que he llorado y las mejores cintas que he visto.

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