viernes 29 marzo 2024

¡Ah, las redes!

por Alberto Monroy

Tal vez no sea muy popular decirlo ahora que se ha satanizado a las redes sociales debido a hechos famosos de manipulación y desinformación (en las elecciones de EU, en el terreno global, y en las protestas por el aumento a la gasolina en México), pero debo confesar que a mí me gustan, y mucho.

Las redes sociales son mi caja de arena, mi campo personal de juegos; en ellas me divierto, me entero, intercambio opiniones y me conecto con gente maravillosa (viejos y nuevos conocidos). No entiendo a los que menosprecian el mundo online como antítesis de la vida, como si lo que pasara en ellas no fuera también (o pudiera llegar a ser) pleno y significativo… El truco, me parece, es agregar la plenitud de las redes a tu vida exterior, no reemplazarla.

Lo más curioso es que mi ingreso a las redes fue más que nada una acción preventiva de papá preocupado: cuando mi hija mayor tuvo edad para interesarse por estos asuntos, la novedad en su escuela y con sus compañeros era el Hi-5 (una antigüedad que tal vez ya muy pocos recuerden pero que ofrecía al público mexicano a mediados de la década pasada la posibilidad de enrolarse en algo menos masivo y “descontrolado” que el entonces predominante MySpace); así que ella entró a divertirse y yo a echar un ojo en calidad de chaperón virtual.

Una vez adentro, supongo que de manera inevitable, el rol paterno comenzó a ser complementado por un gusto personal creciente y por la propia evolución de las redes: surge Facebook, un trancazo que revoluciona todo Internet, y un poco más tarde Twitter e Instagram.

La preponderancia de las redes como método de socialización y organización del espacio virtual se vuelve un imperativo que tiñe con su lógica otros servicios más antiguos, como la mensajería, el correo y los motores de búsqueda; asimismo, los nuevos productos y servicios buscan el modo de “hacer(se) redes” y/o asociarse a las existentes.

No pasó mucho tiempo para que mi hija (y yo del brazo) nos mudáramos a Facebook donde, después de un torbellino de diez años y mil 650 millones de usuarios (¡uf!), comienza a decantarse una tendencia cada vez más hacia el usuario adulto, mientras que las juventudes han ido emigrando a otras redes y servicios.

¿Qué hacemos en las redes: hablar o escribir? Es curioso porque no es exactamente como escribir un artículo o una carta (hay cierta inmediatez y urgencia, más propia de las comunicaciones verbales); pero tampoco es sólo hablar (porque las cosas perduran, se vuelven posts), las palabras no se las lleva el viento como dice el refrán. Esta peculiaridad, creo, está en la base de muchos de nuestros malos entendidos cuando las usamos.

The dissonance here could be chalked up to the fact that Twitter is simply a medium like any other medium, and, in that, will make of itself (conversation-enabler, LOLCat passer-onner, rebellion-facilitator) whatever we, its users, make of it. But that doesn’t fully account for Twitter’s capacity to inspire so much angst (“Is Twitter making us ____?”), or, for that matter, to inspire so much joy. The McLuhany mindset toward Twitter — the assumption of a medium that is not only the message to, but the molder of, its users — seems to be rooted in a notion of what Twitter should be as much as what it is.

Which begs the question: What is Twitter, actually? (No, seriously!) And what type of communication is it, finally? If we’re wondering why heated debates about Twitter’s effect on information/politics/us tend to be at once so ubiquitous and so generally unsatisfying… the answer may be that, collectively, we have yet to come to consensus on a much more basic question: Is Twitter writing, or is it speech? http://www.niemanlab.org/2011/06/is-twitter-writing-or-is-it-speech-why-weneed-a-new-paradigm-for-our-social-media-platforms/

 

Sobra decir que sin duda somos víctimas casi propiciatorias de la terrible enfermedad de Internet que describió tan bien Umberto Eco: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de imbéciles que primero hablaban solos en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel”.

Pero las redes eran distintas, al menos al principio; recuerdo mis primeros pasos en Facebook y, más tarde, en Twitter como más lúdicos, menos trascendentalistas.

Había una inclinación hacia el disfrute más que a la disputa; y se daban cosas hoy tan raras como una sabrosa discusión: esa en que los debatientes intercambian ideas, refinan y precisan sus diferencias, son sensibles a los argumentos del otro, refutan y replantean en función de las razones argüidas; en que nadie (o muy pocos) usan recursos retóricos para rehuir una debilidad argumental, donde nadie (o muy pocos) descalifican o demeritan a la persona sino que se centran en el argumento, mediante razones; donde nadie (o muy pocos) “descubren” intenciones ocultas del debatiente; donde no se pretende vencer al contrario, sino fortalecer el conocimiento y hacerse cargo de la complejidad de un tópico.

 

Es tan fácil sucumbir al esgrima verbal per se, que cuando asistes o participas en una de estas discusiones es una fiesta y una delicia. Más aún, existe todavía una fase superior del debate (si se me permite un primoroso arcaísmo leninista), es muy rara y generalmente destinada a asuntos que no son de posicionamientos, sino de disfrute; los participantes deben ser tan amigos y/o estar tan en confianza, que no necesitan usar el recurso para establecer primacías. Podrá haber durante su transcurso aquí o allá, algún debate específico, pero en general los opinantes construyen juntos, con sus aportes, una visión detallada y compleja.

Recuerdo una de estas gemas, al día siguiente de una borrachera, en la que un grupo de amigos de la UNAM nos pasamos no pocas horas desmenuzando de este modo la peli de Oliver Stone “Asesinos por naturaleza”; o cuando varios tuiteros conversamos sobre el cine de Gilliam, mientras veíamos un concierto online dirigido por él. Claro que Twitter era entonces casi una vecindad…

Los trinos poéticos de @pellini y @juanlumora; los palíndromos extasiantes de @MerlinaAcevedo y @aasiain; los llamados a misa de @beltrandelrio a @mgonsen en espera de que la primera plana estuviera lista; los intercambios futboleros con @versusmx; las bromas implacables de @DonRul; las faenas toreras de @leoaugusto contra trolles impertinentes; los agudos dardos de @apisanty para silversurfers del tercer turno… Alguna vez me burlé de quienes trataban de armar una nostalgia del Twitter pasado y heme aquí, cayendo en la misma; aunque algo que caracterizaba entonces a las redes es que tenían una densidad social mucho menor.

Los juegos de palabras y el caló específico surgen localmente, pero se popularizan y vuelven globales: un ingeniero propone usar un símbolo para indexar temas y palabras en Twitter y ¡cataplum! surge el hashtag (HT) y cunde en todas las redes; un fulano sugiere que los viernes sean para recomendar redenautas, y el #FF (FollowFriday) se vuelve tan popular que por un tiempo es más exacto que un reloj atómico para marcar la entrada de los viernes en cada huso horario.

Aparecen y se vuelven modas instantáneas pero temporales fraseos y puntadas como el “superen esa novatos”, o el remate “… y así”, o el “mientras tú me ignoras”, el “típico que”, etc. Hay algunos infames, como el “ola ke ase”, pero en general el reto es de ingenio y creatividad, y la materia escrita dispara una fiebre de poemitas, cuentitos, ensayitos y mil cosas más. Los japoneses, siempre a la vanguardia de Twitter y gracias a la peculiaridad de su lengua, publican (y cuentan con audiencias fieles) literatura seria y abundante para los nuevos formatos de las redes.

La entrada de fotos y videos a los posts (y el regreso de la venerable reliquia del html 1.1, el gif animado) diversifica y decanta, pero no disminuye la creatividad y el ingenio; cada uno adquiere cierto gusto y especialidad, hasta supuestas rivalidades (Facebook vs. Twitter, por ejemplo) se vuelven motivo de pasión y encono. Hace poco ha entrado al arsenal redenáutico la transmisión televisiva en vivo… Y el futuro nos ha de deparar todavía algunas sorpresas en medios y recursos.

Las redes cambiaron radicalmente cuando su utilidad y enorme peso político quedó cada vez más de manifiesto, sobre todo con la elección de EU de 2008 y la Primavera Árabe. De pronto todos nos sentimos parte de la historia y las cosas empezaron a complicarse. Los periodistas, los medios y los políticos se sumaron al festín; los diversos profetas de los más variados “cambios” y “buenas nuevas” abrieron su cuenta, ¡y a hacer la revolufia sentaditos en el Starbucks, compadre! Todo era posible desde las redes; el mito se hacía (dizque) realidad.

Es la época de las “campañas” y “movimientos” online; las acciones (o inacciones, “apagones”) para empujar o impedir tal o cual decisión, de gobiernos o entidades más abstractas y generales. Es cuando el nacimiento (o consolidación) de sitios para hacer peticiones, sumarse a financiamientos de proyectos, todos en mayor o menor medida, asociados a redes.

En estos años otra terrible tendencia se hizo patente en las redes: Fuenteovejuna. Nos volvimos jueces implacables que dictaban linchamientos terribles contra quien fuera, el personaje (famoso o no) que le haya tocado la mala suerte de que su conducta (grave o inocua) se haya hecho viral y concitara la indignación de los redenautas (cada vez nos hemos vuelto más eso: indignatarios profesionales).

 

Ahora se ha hecho patente que los redenautas consumimos información sin mucha discriminación; el reporte y el rumor pesan igual, la nota y la especulación coexisten, a veces en el mismo muro, crece la paranoia y se cree en lo antigubernamental sólo porque sí.

Lo increíble es que se trata de gente que presume de ser lista y enterada (que se burla de la incultura de EPN, por ejemplo) pero cree a pie juntillas cualquier ridiculez, sólo porque “está en Internet” o le dicen que “el gobierno quiere borrarla”.

Inclusive tenemos toda una división de columnistas/reporteros que practican cotidianamente la misma fabricación en sus trabajos “periodísticos”, y hasta se hacen pasar por valientes críticos del sistema.

Y junto a estas taras, digamos graves, coexisten las pequeñas y mezquinas conductas, más cómicas y ridículas que terribles: el autocebollazo, la envidia, el tratar de exhibirse más de lo que realmente somos; el querer ser el centro de nuestro pequeño universo. Es obvio que todos en alguna medida nos “construimos” como personajes: En nuestros muros no somos exactamente nosotros, sino una versión “novelada” de nosotros. Es lógico y va con el territorio… Sólo que a veces exageramos.

Luego está el maravilloso mundo de los tuitcelebs y fanpages (generalmente famosos del espectáculo, la política o el arte); sus cuentas tienen millones de seguidores (en un nivel local, decenas de miles) y su intercambio con los redenautas es, por obvias razones de número y escala, muy limitado… Son básicamente páginas de difusión que seguimos por información o admiración.

Pero acá abajo, en la base de las redes donde habitamos la mayoría de los redenautas (cuyas cuentas rondan a lo sumo los cientos o pocos miles de seguidores), surge una nueva especie: los feis-tuiteros que con su audiencia de lectores, dado el número más manejable, pueden tener intercambios significativos.

Algo curioso es que estos, llamémosles tuitstars, pueden ser sorpresivamente jóvenes: cierta vez me impactó leer un post de una de estas cuentas que sigo con fruición, en el que la tuitera publicó algo que evidenciaba que aún vivía con sus padres y a veces pedía permisos. Hasta ese momento no había caído en cuenta que en las redes la edad no es un factor determinante… Lo único que cuenta es la grandeza del tuit, ¿quihubo?

Alimañas

Aprovecho este primer cajón de recortes de la columna, para agradecer a Marco Levario y a todos los integrantes de etcétera por el generoso ofrecimiento de este espacio, en el que espero compartir y reflexionar con ustedes sin la urgencia del momento noticioso o la coyuntura acuciante; que podamos detenernos a mirar (y alegar con maña ¿por qué no?) sobre lo grande y lo pequeño que a veces se traspapela socarronamente entre los pliegues de la primicia o la moda.

 

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