viernes 29 marzo 2024

Adaptación sexual

por Alberto Gonze

No es por presumir, pero actualmente estoy impartiendo una clase de guionismo de televisión, y dentro del programa, los alumnos deben realizar una adaptación de novela al guion televisivo. Ellos (los alumnos) escogieron cada quién la novela con la que deseaban trabajar, por lo tanto, les pedí que no perdieran de vista aquello que los había llevado a elegir dicha obra, para que al momento de realizar su traslado al guion de tele, quedara definido, pues ése sería su sello personal, ya que el resto del trabajo debe ser respetado: el mensaje, la moraleja, la enseñanza, la esencia: todo aquello que el escritor plasmó en su obra no debe ser alterado, por muchas ganas que ellos tengan de cambiar el original. Como ejemplo de lo que no debe hacerse, les conté lo que ocurrió hace unos meses, cuando al director italiano Leo Muscato se le ocurrió cambiar el final de la ópera Carmen, para, según él, darle una perspectiva de género incluyente y feminista. En su adaptación, la protagonista no muere al final, es ella quien mata a Don José, un soldado que, enamorado de Carmen, se deja arrastrar por ella a la degradación. Don José no asesina a Carmen porque sea un misógino, ella representa el mal que José acepta y al final, termina destruyendo lo que tanto amaba. De cualquier manera, interpretaciones acerca de la misoginia en esta ópera son válidas y respetables, pero al final el resultado no agradó al público, que en lugar de aplaudir salió abucheando. Bizet, Halévy y Meilhac, los compositores y letristas de Carmen, se basaron en la novela del mismo nombre, escrita en 1845 por Prosper Mérimée; los cuatro deben estar preguntándose: “¿A qué hora dijimos que odiábamos a las mujeres?”.

Más allá de alterar a un clásico en aras de apoyar un movimiento social, lo que preocupa es la falta de rigor para analizar una obra en toda su dimensión, contexto, época y, sobre todo, desdeñando la perspectiva del autor. Esta suerte de censura a través de la alteración es tan peligrosa y dañina como una petición para prohibir que se venda o se exhiba una obra artística. Por fortuna, hasta ahora esos censores desconocen la existencia de un par de filmes cuyo mensaje no es glorificar la pedofilia, todo lo contrario, se trata de historias donde dos niños “inocentes” buscan entregar su amor a hombres mayores. Ya sé que éste es el momento en el que debo aclarar que no soy pedófilo, que no trato de incitar a nadie a ir corriendo a violar niños ni mucho menos. Una vez hecha la aclaración, prosigo.

“The Blossoming of Maximo Oliveros” (2005, escrita por Michiko Yamamoto y dirigida por Auraeus Solito) es la historia de un niño, Maximo, quien es muy afeminado, vive con su familia, una banda de delincuentes y se enamora de un policía que quiere detener a todos los integrantes de la banda delictiva, familia de su pequeño enamorado. El policía en todo momento respeta y cuida de Maximo, nunca tiene relaciones sexuales con él, lo cuida, podríamos decir que lo quiere. En esta historia, el seductor, el que intenta acercarse al objeto deseado, es el niño. ¿Debería esta película ser prohibida por su temática? ¿Debería cambiarse su final si alguien no logra entender que quien busca el amor con un adulto, es el niño, porque en nuestra época actual, nos negamos a aceptar la sexualidad en los niños?

“For a Lost Soldier” (1992, adaptada por Don Bloch y por el director Roeland Kerbosch de la novela de Rudi van Dantzig) va mucho más lejos y nos muestra una relación amorosa-sexual entre un soldado y un adolescente solitario que, cuando ya es un adulto, rememora con gran nostalgia y cariño a su primer amor, al único. Si para este momento usted no se ha desmayado, le pregunto: ¿nunca se ha puesto a pensar en lo absurdo que resulta la idea de frenar el amor y el deseo sexual? ¿O es que ya no recuerda su adolescencia, el despertar sexual, la vorágine de las hormonas y el deseo irrefrenable de fornicar? Espero que lo recuerde porque de lo contrario, usted tiene problemas de la memoria. Claro que no todos tuvimos el mismo despertar sexual, ni en intensidad, ni a la misma edad, pues algunos son más precoces que otros y por supuesto que esto no es exclusivo de un género, pero como la sociedad nos impone reglas muy distintas a hombres y a mujeres, ellas deben ser más recatadas, mientras que el ejercicio de la sexualidad en los hombres, se aplaude y se promueve que lo lleven a cabo lo antes posible y con el mayor número de mujeres posible.

Estamos tan cerrados al diálogo cuando se aborda el tema de la sexualidad infantil que sólo la entendemos desde el ángulo negativo y equivocado, desde el punto de vista moralista, lo que nos ha dejado atrasados y con problemas para encontrar mejores soluciones de prevención y control a través de información desprejuiciada. Los mitos en torno al sexo y sobre todo el sexo en los niños, tampoco nos ha permitido entender que la restricción de edad, es arbitraria e inútil. Por supuesto que un niño menor de dos años no puede tomar una decisión, pero como ya se ha visto, jóvenes con más edad, adolescentes que no han cumplido los dieciocho años, tienen relaciones sexuales con o sin el consentimiento de sus tutores, con o sin información, y con gente de su misma edad o con mayores. Me imagino que para muchos adultos es muy difícil imaginar que los niños puedan tener, a edades muy tempranas, impulsos sexuales, pero negarse a aceptar este hecho biológico sólo nos ha traído embarazos no deseados en adolescentes, chavos y chavas contagiados de enfermedades de transmisión sexual y jóvenes que son engañados y abusados sexualmente porque no tienen herramientas informativas sanas para enfrentarse al sexo.

A mí, por ejemplo, jamás me hablaron de sexo cuando era niño, mi familia era muy católica por lo que me mandaron a cursar la primaria en un colegio de monjas donde, para variar, tampoco se hablaba del tema sexual. Llegué a “mi primera vez”, desconociendo todo lo que significaba esa faceta; iba guiado únicamente por mi instinto, mi pasión y por la suerte que tuve de encontrar en mi camino a un hombre de casi treinta años que jamás me violentó, que no abusó de mí, que a pesar de mis trece años, compartió conmigo lo que él sabía de sexo, para que yo pudiera gozar. Tuve suerte. No resulté contagiado de ningún tipo de enfermedad de transmisión sexual ni con efectos psicológicos negativos. Guardo el recuerdo de mi primer relación sexual como algo grato, erótico y satisfactorio, porque no fui obligado, ni violentado, ni vejado. No todos los jóvenes corren con ese tipo de suerte.

Aunque hoy el tema siga siendo tabú, aunque no exista diálogo ni se aborde el tema desde todos los ángulos, nadie tiene el derecho de cambiar la verdad en aras de quedar bien con un grupo de gente cerrada y a la que muy probablemente ya se le olvidó (a conveniencia) la sorpresa, la urgencia, las ganas de entender qué pasa en nuestro cuerpo cuando aparecen los primeros impulsos sexuales.

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