viernes 29 marzo 2024

Acercándome, alejand(r)ome…

por Emiliano López Rascón

 

Mi padre fue un rebelde

La muerte es la máxima elocuencia del silencio. Una escritura punzante en la boca del estómago. Como dicen los que ya no hablan y que sólo nos dejan la última expresión de su rostro como jeroglífico de una vida. El de mi padre era, por fin, pacífico; como sólo en ciertos momentos de sueño o meditación Zen podía serlo, y es que sobre todo su vida fue de batalla. No de bajada.

Vivió a la velocidad que murió, con la existencia revolucionada, pisando a fondo, forzando a menudo la máquina. Adrenalina y endorfina en altas dosis que a sus acompañantes y pasajeros llenaba, tanto de alegría, como de vértigo. A pesar de su desaforado piloteo nunca nos accidentamos. A lo mucho caímos juntos de una mula atravesando veredas intrincadas en la sierra mazateca, trabajando como siempre por una causa. Yo tendría 4 o 5 años. Es de los primeros recuerdos que tengo.

Mi padre, Horacio Alejandro López López, fue un rebelde, literalmente, hasta la punta de cada pelo. Sus negros y gruesos cabellos se erguían buscando el aire fresco; huían de la multitud, la enredadera o la sumisión al cepillo. Despuntar o calvicie. Un espíritu afín a los tiempos libertarios en los que le tocó florecer, cuando la salvación debía ser colectiva o no sería. Fue hijo del sueño, un enceguecido por la luz como muchos en su generación; sin embargo sigo a Schwob en buscar al personaje, que lo fue sin duda, en su singularidad.

El y su hermano menor Carlos se metían debajo de las cobijas para escuchar El Monje Loco, o: Apague la Luz y Escuche. No era tanto mas oscuridad; sino amortiguar el volumen hacia afuera lo que intentaban. Como lo tenían prohibido, el terror se intensificaba por la eventualidad de que los cachara mi abuela. Creció con la radio y las radionovelas. No tuvo televisión; pero vio todas las películas de cartelera en las funciones dobles del Latino, Teresa y Bella Época. La radio, la música y el cine fueron pasiones constantes desde entonces.

Aprendió a manejar a los 12 años en los pantanos de Tabasco en vehículos pesados de doble tracción. Eso lo marcó mas allá de la cabina, en buena medida era atrabancado, habilidoso, desenfadado, sangolotero, confiado y temerario. Fue el último dueño de sus autos, no había manera de revenderlos.

Después de una secundaria alegre y desmadrosa en Villhermosa, mis abuelos se separan y el regresa a México a la prepa Uno& y a trabajar. Su hogar se desintegra. Javier, el tío materno le da empleo en sus abarrotes y al mismo tiempo lo vuelve partícipe del delito de disolución social al llevarlo a su primera marcha de apoyo a la revolución cubana, disuelta por los granaderos. Patrón, sibarita, dogmático y culto, el tío rico le enseña a beber buen vino, escuchar a los clásicos, leer a Marx y Victor Hugo, lo lleva al cine a ver a Fellini y Orson Welles. También lo explota. Tiempos duros y fértiles. Hacía el 65 ya en la universidad pudo pagarse él mismo un viaje a Nueva Orleáns y al año siguiente a San Francisco.

Sus memorias compartidas en etcétera a los 40 años del movimiento del 68, nos dan abundantes detalles de esa época: Cineclubismo, activismo y el grupo Noyola. Su última colaboración termina con la frase: Y después ya nada fue igual… Mi jefe tenía toda la personalidad para volverse un guerrillero ¿Por qué no tomó las armas después del 2 de Octubre? Según me dijo: yo fui la razón. Ya venía en camino, concebido en el verano de ese año. Después de abandonar la academia por un futuro administrativo en el Banco de México que insoportó a los 6 meses, liberó la mata, la mota y los enteógenos. Se volvió vegetariano, puso un restaurante en C.U. llamado Ying-Yang, estudió astrología y yoga.

Después, en 1970, viviendo en las islas, en su etapa de profeta de tiempo completo, conoció al maestro Zen Ejo Takata, su padre espiritual. Fue gracias a Fernando Felix hermano de camino (quien por cierto hace 30 años falleció en otro accidente automovilístico). Con el y mas transitó a lo que sería un marxismo-zen aplicado al trabajo social con comunidades indígenas. Durante los 70 fue parte de una comuna muy poco hedonista, comprometida y por momentos monacal llamada Trabajo y Solidaridad con las Comunidades Indígenas, el Superman TRASOCOIN. Ayudaban en luchas contra caciques, alfabetizaban, hacían letrinas, enseñaban a hacer leche de soya, asesoraban, gestionaban caminos o créditos, organizaban cooperativas& Gobernación nunca pudo probar que eran el brazo político de una guerrilla, porque no lo eran.

Meditación Zen, acupuntura, soya, herbolaria, homeopatía, ambientalismo, tecnologías apropiadas& todo lo alternativo posible y finalmente: las raíces culturales de Anahuac.

Todo ello bajo la guía de Ello Takata quien, en sus palabras, le enseñó a respirar, comer, y hasta a cagar. Por el fuimos a parar a Amecameca con la misión de crear allí un centro de educación para campesinos y uso racional del bosque. No regresarían hasta haber concluido su tarea, y ahí se quedaron.

En los ochentas coordina Nuestras Raíces en Radio Educación, un programa dedicado a revelar el legado milenario indígena. El grupo congregado en torno a este proyecto viaja a Huautla y de ahí a otros planos de la existencia. Con ellos se vuelve parte de un grupo de producción audiovisual: TRACOM, Trabajadores de la Comunicación. Hacían radiodramas, audiovisuales, documentales, cápsulas y programas de participación ciudadana. En las madrugadas, en el 1060 de AM, fueron de los primeros en darle voz a marginados, campesinos, indígenas y excluidos; valoraron también sus saberes y cosmovisión. Abriendo Surco y
Del Campo y de la Ciudad son ineludibles en la historia de la ciudadanización de la Radio Pública. Con ellos empecé a los 12 años a hacer radio y ya no la dejé. Mi padre siguió produciendo radio y audiolibros hasta1999. Después se consagró al área natural Izta-Popo Zoquiapan hasta el 15 de abril. Nunca mandó al diablo a las instituciones; pero aprendió a utilizarlas.

Pocas páginas para lo mucho que hizo: Cronista Municipal de Amecameca, promotor cultural, Sorjuanista, pionero de la cocina Japo-mex, fandanguero, melómano, astrólogo, militante de causas nobles y perdidas, conversador, niñero, guía de montaña y cuentero. Un hombre que bailó y no tenía por que irse tan rápido; pero llevaba prisa. Quizá escuchó demasiado When I’m Sixty-four&

 

 

Hasta siempre, Alejandro
No tengo más que una pizca de recuerdos de cuando al conocer a una persona la afinidad hubiera sido inmediata y recíproca. Sin embargo, no es la memoria llena de nubarrones la que escribió la frase anterior, sino las pocas veces en que esto me ha sucedido en la vida. Por eso llega nítido Alejandro durante los primeros días del todavía cercano enero de 2008.

Esa noche hacía mucho frío. Comimos pozole y tomamos tequila. Cuando me saludó lo hizo como un niño, o sea, sin más preámbulo para jugar de inmediato y como si nos conociéramos de años. Y fue entonces cuando sacó del baúl de los juguetes sus recuerdos entrañables, de esos de los que aquí, ahora, habla Emiliano. Jugué con él y me embriagué de gusto al verlo sacar a sus luchadores sociales en la gesta del 68. Y no tenían máscara, más aún, el rostro de Alejandro era la representación fresca y clara de que no estábamos jugando a los tiempos idos, sino que esas eran las motivaciones actuales del quijote sesentón que estaba frente a nosotros mientras su nieto Lucio dormía otros sueños. Con la cepa de la familia, seguro los vivirá.

Nos despedimos con unas caricias en el rostro, un fuerte apretón de manos, un abrazo y su compromiso por escribir en etcétera de todo lo que habíamos platicado. Lo hizo y fue uno de los articulistas más cumplidos. Cuando lo vi otra vez, por ahí de marzo, una lágrima de gratitud que yo no merecía le resbaló por la cara al descarado. Estaba feliz por su primer artículo en etcétera. Esa lágrima es la misma que ahora a mí hace que se me resbalen muchas más porque se ha ido un buen hombre, un loco. Todo un guerrero. Yo estoy seguro de que sí Dios existiera, en estos momentos él andaría participando de alguna revuelta contra el autoritarismo.

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