jueves 28 marzo 2024

A 30 años del CEU o No es lo mismo los tres mosqueteros⿦

por Roberto Alarcon Garcia

Al final del día fui a la biblioteca y busqué el libro maldito, y debo confesar que me pareció muy razonable y mucho más complejo que la caricatura que combatía Lenin en su famoso opúsculo. Sobra decir que cuando expuse en clase mis hallazgos, todos me vieron como si fuera un alien.


El tiempo que fui político activo (en el CEU del 86 al 90) fue una gran experiencia que me enseñó a problematizar los lugares comunes de la izquierda, repensar los desafíos del país y estar atento a la realidad. Luego de un tiempo decidí dejar la política (que es una actividad de tiempo completo) y me volví espectador de ringside (que es básicamente lo que es el periodismo).


Para finales de 1986 e inicios de 1987, cuando el CEU se volvió noticia nacional con marchas de cientos de miles y éramos las ‘jóvenes promesas’ que todos querían cooptar o mediatizar (como recientemente le pasó a los estudiantes del YoSoy132 en 2012, o del Politécnico en 2013), el país entraba al año del destape y todos se pusieron nerviosos: la idea de una salida negociada (una verdadera herejía para esos tiempos de atraso político estudiantil) comenzó a abrirse terreno, tanto en el mundo oficial como dentro del propio CEU.


Para entonces, en el CEU yo formaba parte del tercio que luego se llamaría CRU, que impulsaba a fondo la idea de ir más allá del mero rechazo a las cuotas y al pase, y luchar por una reforma amplia y de gran consenso (congreso universitario resolutivo, era la cantaleta). El tercio de los ultras de siempre que no salían de su rollo antitodo (que se llamaban a sí mismos brigadistas), y el de los imanoles (que se audenominaban Corriente Histórica; ¡ooooleeee!) y que vociferaban igual que la ultra pero estaban abiertos al diálogo y al acuerdo.


Congreso habemus


No los aburriré con los detalles, baste decir que, gracias a una buena mezcla de diálogo público, discusiones en corto y una disposición encomiable e indudable de las partes, el Consejo Universitario del que formaba parte aprobó la designación de una comisión especial para organizar un Congreso con delegados electos, cuyas resoluciones serían “asumidas” por el propio Consejo.


El procedimiento aprobado era tortuoso, agotador y alambicado (Comisión Especial, Elecciones de la comisión organizadora, elecciones de congresistas, Congreso), y estuvo lleno de obstáculos a cada paso, pero finalmente concluyó con el tan anhelado evento (que resultó anticlimático para el gran público), y cerró formalmente esta historia. Del 29 de enero al 17 de febrero de aquel 1987, en la UNAM, el CEU convirtió la reforma universitaria en divisa de participación, diálogo e inclusión.


Lo difícil fue levantar la huelga: la lógica de la derrota y el discurso heredado, ese de la lucha permanente, de acentuar las contradicciones, de desconfiar de los acuerdos, ganó las asambleas en primera instancia. Por una semana, la ultra tuvo el control del movimiento… Sin embargo, cuando los estudiantes volvieron a las escuelas, cuando las asambleas dejaron de ser sólo de activistas, la abrumadora mayoría votó para levantar la huelga y seguir la ruta acordada de congreso.


[El detalle anecdótico es relevante porque en 1999, en el marco de una desgastante huelga de meses (no semanas, como la nuestra), la ultra expulsó de sus asambleas a los grupos moderados, entonces autodenominados CEU, dentro del CGH… Pequeño detalle: si no los dejas entrar a las asambleas, no pueden convencer a los ya de por sí escasos asistentes].


Ni las autoridades, que habían aceptado el Congreso a regañadientes, ni en el CEU estábamos habituados al diálogo y la concertación; la capacidad de la institución, y en buena medida del país, para dialogar estaba atrofiada… No sólo transitábamos hacia el Congreso, sino que reaprendíamos a vivir en pluralidad y tolerancia.


El Congreso de mayo y junio del 1990 fue y describía a la Universidad y sus extremos: Junto al acuerdo trascendental y genuinamente reformador, la generalización inútil y el desacuerdo beligerante.


Así, los acuerdos sobre carrera académica, que reforzaban la actualización, mejoraban las condiciones salariales y establecían un sistema de estabilidad competitiva, y la creación de los Consejos Académicos por Área de conocimiento, que instauraban la gestión académica por encima del restringido marco de la escuela o carrera, son ejemplos de grandes logros del Congreso. A su vez, el desacuerdo sobre Ley Orgánica y Junta de Gobierno nos mostró la facilidad con la que caemos en la tentación de la confrontación estéril.


Secuelas


En el camino, sin embargo, otras cosas interesantes pasaron: una parte del CEU (y en general de la izquierda universitaria) se incorporó a la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y, como resultado de su cercanía con las izquierdas socialistas, fue instrumental en la consolidación del FDN con la decisiva declinación de Heberto Castillo. Tiempo después serían parte del PRD y algunos de ellos hasta a MoReNa han llegado.


En otro asunto, la comisión especial del consejo que encabezó las elecciones de la comisión organizadora del Congreso, en 1987, elaboró un código electoral que incluía por primera vez en México aspectos que acabaron siendo el principal precedente del ciclo de reformas políticas de 1991 a 1997: órgano electoral paritario, insaculación de funcionarios de casilla, representantes de planilla en las mesas, criterios de certidumbre registral, medios de impugnación e instancias independientes de justicia electoral, etcétera.


Todo esto parece ahora tan lejano, tan irrelevante, tan impertinente… Sufrimos una descomposición política y social tan profunda que los propugnadores del acuerdo político y la negociación democrática como vías privilegiadas para el desarrollo del país, podríamos pasar hasta por villanos en estos días.


Pero no hay de otra; si de verdad queremos evitar el riesgo de un salto al vacío, regresivo, que vulnere aún más nuestra precaria e imperfecta democracia, debemos aprender a leer y acatar el mensaje que el electorado mexicano ha manifestado tercamente en las últimas elecciones, al menos desde 1994: “A nadie la daré una mayoría absoluta; negocien y acuerden una ruta compartida”.

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