jueves 18 abril 2024

La sociedad de la distracción

por Sergio Octavio Contreras

En el mundo antiguo el tiempo era concebido de una forma muy diferente a como se representa en la actualidad. Tenemos la percepción de que nuestros antepasados vivían en lentitud, eran contemplativos, había menos prisas y tenían más tiempo para hacer actividades diferentes al trabajo. Esta sensación de quietud −creada en parte por la historia y la antropología− llegó a su fin con la evolución de las sociedades modernas. Lo que impera hoy en día es la velocidad. Nuestra vida actual convierte en pasado todo aquello que no es capaz de renovarse a cada instante. En la época de la aceleración, el individuo vive asediado por las múltiples actividades y no tiene permitido detenerse. La hiperconexión a las nuevas formas de comunicación electrónica se ha convertido en una espiral infinita de distracción.

La palabra distracción es utilizada para describir una desviación de atención por parte de un individuo sobre un asunto que debería ser atendido. Desde la teoría de la información se trata de un “ruido” que no permite que la persona focalice su atención sobre un punto específico. Puede deberse a factores externos –distractores en el contexto donde se da la comunicación– o bien por factores internos –aquellos que provienen de la mente o del cuerpo del individuo−. En cualquier caso, se trata de una acción –consciente o no– mediante la cual es separado el interés que se tenía sobre cierto objeto, idea, persona, etcétera. De acuerdo con Giussani (2004) las personas se distraen por lo general porque no están prestando atención sobre lo que está ocurriendo o bien, porque existe otro objeto o idea que adquiere mayor interés al mismo tiempo que se presta atención a lo que estaba ocurriendo en un primer momento. Otros estudios han demostrado que la distracción puede estar asociada con ciertas enfermedades cuando su aparición es recurrente y en especial en personas que tienen patologías mentales.

En la era contemporánea, el concepto de distracción está íntimamente unido a las nuevas prácticas que las personas realizan a lo largo del día. La conectividad a través de tecnologías de la comunicación da la posibilidad a las personas para estar siempre al pendiente de lo que ocurre no sólo en su vida, sino también en la vida de los demás. Las industrias mediáticas, Internet y las innovaciones derivadas de la actual revolución tecnológica han generado un ecosistema rico en canales de información: redes sociales digitales, blogs, televisión satelital, estaciones de radio en línea, páginas web, etcétera. Desde una visión pesimista, se ha acusado a tal ecosistema de ser el causante de nuevas formas de distracción: las personas pueden cambiar de un punto de atención a otro en cuestión de segundos. La nueva tecnología permite a los humanos dividir la atención en múltiples puntos de interés. Este es tal vez uno de los principales rasgos de la sociedad de la distracción: la multifocalización de variados asuntos −con jerarquía o no− sobre algún tema de interés en específico.

Regresando al mundo antiguo la nostalgia de que el pasado era más lento tiene su origen en la forma en cómo se concebía el tiempo: las personas tenían menos asuntos que atender, había por decirlo así, menos distractores en que emplear el tiempo. Las formas simbólicas antiguas apuntalan tal versión: la pintura, la literatura, la escultura, la arquitectura, etcétera, narran el pasado en instantes lentos, en una unidad de tiempo que circula a baja velocidad. Si pensamos en los griegos, una imagen recurrente es la de un hombre sentado reflexionando. Alguien diría ¡Tiene tiempo de sobra para pensar!. La historia se ha encargado de dividir el pasado en épocas, en fragmentos de tiempo con ciertas definiciones. Cada rebanada de la historia tiene un principio y un fin. Pero, ¿qué determina lo ancho o estrecho de cada etapa de la humanidad? La respuesta está en la construcción teórica de las ciencias. Por ejemplo, el imperio de Egipto puede comprenderse desde la economía −producción agrícola− o bien desde la política −sistema social establecido por los sacerdotes−. También se puede comprender mediante el desarrollo de sus tecnologías de la comunicación: en Egipto el papiro fue fundamental para concentrar el poder imperial. Lo mismo podríamos afirmar con el nacimiento de la imprenta en el siglo XVI o la invención del cine a finales del XIX. Cada etapa histórica cuenta con los medios de comunicación que el contexto y las múltiples circunstancias sociales han desarrollado.

Una corriente de pensamiento −que ha evolucionado desde los albores del capitalismo− nos ha hecho creer que somos seres modernos. En la era antigua la percepción del tiempo es que la vida transcurre lentamente mientras que en la modernidad es todo lo contrario. El hombre moderno es quien dejó su pasado en las cavernas, aquel que superó los mitos y utilizó la razón para conocerse a sí mismo y dominar la naturaleza. El Estado moderno es el Estado que cumple las leyes y normas –creadas a partir de un debate público y consenso colectivo−. La sociedad moderna es aquella que emplea la razón para generar ciencia y tecnología, para alisar nuestra realidad deforme, para hacer la vida más tersa, sin tantos brincos y sobresaltos. Desde una visión optimista, las nuevas tecnologías son la expresión de la modernidad pues transforman la materialidad misma del capitalismo: la economía, la educación, la política, la cultura, etcétera. El comercio que inició con trueques de semillas y ganado hoy en día ha evolucionado al ciberespacio. El ágora pública ahora se ha convertido en una ágora digital que le da voz a cualquier. El envío de cartas de papel es cosa del pasado, lo moderno son los mensajes instantáneos mediante el teléfono inteligente. El tiempo y el espacio han cambiado producto del avance de las tecnologías de la comunicación. El ser humano gana en rapidez, pero parece perder profundidad.

Mentes ocupadas

La sociedad de la distracción es la sociedad de la velocidad. La celeridad permite a las personas hacer más cosas en menos tiempo. Al menos esa es la impresión que imprime el nuevo capitalismo a los valores que encarna la tecnología. Las empresas de telecomunicaciones compiten por los clientes ofreciendo mayor velocidad en el streaming de los videos o en la descarga de archivos.

La velocidad en que se distribuyen las formas simbólicas en los espacios comunicativos globales tiene impactos sobre las comunidades, los grupos sociales y los mismos individuos. Como apuntaron algunos estudiosos de los nuevos artefactos introducidos a las sociedades (Mumford, 1979; Abbate, 1999 y Volti, 2014) por lo general existen dos tipos de impactos: los primaros y los secundarios. En el caso de los primarios, se trata de efectos visibles a corto plazo, por ejemplo cuando llegó el ferrocarril al continente americano uno de sus primeros efectos fue la transformación del medio ambiente debido a la construcción de las vías, la edificación de estaciones, bodegas de servicio, etcétera. En el caso de los impactos secundarios, por lo generalsus repercusiones sobre lo social aparecen después de algún tiempo. Hoy en día los efectos sobre la humanidad que han tenido Internet y todo el arsenal de nuevas tecnologías blandas y duras aparecidas en los últimos 30 años apenas comienzan a ser visibles. Algunos autores (Carr, 2010) consideran que el cambio tecnológico generado por internet trajo consigo más efectos negativos que impactos positivos.

La atención es un proceso en el cual la mente mantiene interés sobre ciertas circunstancias, hechos, animales, cosas, personas, etcétera, a los que se enfrenta el individuo a través de los sentidos. Tales centros de atención pueden transcurrir en el mismo tiempo y espacio en el cual se encuentra la persona, o bien, encontrase distantes, alejados, pero cercanos debido a la proximidad psicológica que son capaces de generar las nuevas tecnologías. Cuando aparecen dos o más puntos que llamen la atención, la distracción genera confusión en la mente. En el mundo actual existen más distractores que los que existían antes del nacimiento de las industrias mediáticas. Comprender una era donde los individuos están hiperconectados −a otros individuos o grupos− requiere identificar sus efectos secundarios. Uno de los impactos que se ha visibilizado en los últimos años es precisamente la pérdida de atención. Sobre este tema, existen numerosos estudios desde la piscología –principalmente−, la sociología, la economía y hasta la política para tratar de analizar los alcances que tiene en lo humano la pérdida de atención debido al nuevo ambiente tecnológico. Analizar las peculiaridades de la sociedad de la distracción implica discutir algunas de sus características como la simultaneidad de los acontecimientos, la autoexplotación del individuo, la compañía perpetua y las actividades multitareas del mundo moderno.

La vida de los habitantes de la llamada era de la información –al menos de quienes están conectados a la supercarretera de la información− transita simultáneamente: una multiplicidad de acontecimientos ocurren de manera paralela, pero separados física y temporalmente, tanto de los contextos donde se producen como de los contextos donde se consumen. Esta distanciación, como la llama Thompson (1998) es propia de la producción y reproducción de las formas o contenidos simbólicos que se emplean en la cultura mediática y en la naciente cultura digital. Antes de la aparición de los medios de masas, las formas de comunicación estaban dominadas por la interacción cara a cara. Mientras hablaban las personas se encontraban en el mismo tiempo y a una distancia muy corta. Cuando comenzaron a desarrollarse técnicas para transportar mensajes más allá del tiempo y del espacio, fue entonces que la distanciación entre emisores y receptores se amplificó. Algunos historiadores y filósofos consideran que tal separación ocurrió desde el nacimiento de la escritura, pues los textos representan en sí mismos una separación del ambiente donde el autor los escribió y son leídos por los destinatarios en sitios totalmente diferentes. Lo cierto es que la distanciación se hizo más profunda con la llegada de los medios de difusión: la televisión lleva a través del espacio aéreo hechos que ocurren al otro lado del planeta, pero son hechos que acontecen al mismo tiempo que otros hechos.

Con Internet y la facultad que otorga esta tecnología a los usuarios para convertirse en productores de formas simbólicas cambió radicalmente la forma de concebir el tiempo y el espacio. Ya no se requiere la comunicación cara a cara para entablar el diálogo con el otro: la nueva tecnología liquida la presencia física del emisor y del receptor. Es por esto que el hombre hiperconectado puede estar aquí y allá, pertenecer a varios grupos sociales al mismo tiempo, enviar un correo electrónico mientras viaja en el autobús o recibir mensajes de voz cuando duerme. Ocurren cientos –o miles− de acontecimiento simultáneos sin que se requiera –en los sitios del acontecimiento− la presencia física del productor−consumidor de la información. Un ejemplo de lo anterior son las prácticas en Facebook. Cuando se abre la aplicación en el teléfono móvil por lo general los usuarios consultan las “notificaciones” para enterarse de lo que ha ocurrido mientras “no estaban” conectados. La red social registra una serie de acontecimientos digitales que se perciben como simultáneos pero que ocurrieron en distinto tiempo y espacio. Lo que en realidad almacenamos en nuestra experiencia son representaciones registradas a distancia, en otras palabras, se trata de experiencias mediadas por la nueva tecnología que compiten entre sí por llamar nuestra atención.

¿Qué se explota en la sociedad de la distracción? La explotación consiste en comprimir el tiempo para adelantar el futuro y no quedarse en el pasado. Lo que puedo hacer mañana debo hacerlo hoy, lo que aún no ocurre el año próximo ya está programado con anterioridad. Es decir, se puede hacer todo al mismo tiempo porque como señalé anteriormente todo puede ser simultáneo –sin estar en el mismo espacio y tiempo−. El hacer más con menos no es más que un mito creado por el actual capitalismo, lo que Han (2002) define como la sociedad del rendimiento: la autoexplotación del individuo. Retomando este término, la autoexplotación que se promueve en la era de la información precipita la sociedad de la distracción.

Lo contrario a la sociedad del rendimiento es la improductividad. Tradicionalmente el ocio es considerado “tiempo perdido”, un espacio de vida que no es productivo. Una persona ociosa es desechable del sistema de explotación actual. En el trabajo, las nuevas generaciones no rinden por las normas establecidas sino porque están convencidos de que el sufrimiento y el dolor es el camino para llegar a la cima. La adicción al trabajo, la participación en maratones, las rutas ciclistas en familia, las operaciones estéticas, los campamentos, las caminatas nocturnas o la cultura de los gimnasios son claros ejemplos del sacrificio impuesto por el propio individuo hacia sí mismo. A diferencia de los sistemas autoritarios donde el sujeto recibía órdenes y si no las cumplía era castigado, en la sociedad contemporánea es principalmente el individuo quien se auto-castiga si no llega a la meta. Las personas al auto- exigirse amplían sus capacidades –sobre todo productivas− y mezclan las actividades reales con actividades asincrónicas. La autoexplotación es una rica fuente de distractores que no le permiten al individuo focalizar en algo concreto.

En la sociedad de la distracción no existe la soledad. Quien vive el modelo de la autoexplotación nunca está aislado pues tiene una red de comunicación con los otros a través de la cual operan las formas de distracción. La nueva tecnología permite a quienes la usan –más de 3 mil 800 millones de personas en 2017 de acuerdo con Internet (World Stats)− entablar conexiones e interactuar con los otros siempre y cuando exista disponibilidad tecnológica y acceso a la red. La sociedad actual se encuentra inmersa en un ecosistema donde no existe el aislamiento. En cualquier momento y a la hora que sea siempre habrá alguien del otro lado del smartphone. Este fenómeno nos da la impresión de la existencia de una conectividad perpetua. Y es perpetua porque la miniaturización de los aparatos lo hizo posible: puedo llevar mi vida, mi trabajo, mi familia, en el bolsillo de la chamarra. Si son las 2 pm o las 3 am –la hora no importa− puedo ingresar a mi red social favorita y siempre estará abierta. Si en este momento consulto mi perfil en Twitter podré comprobar que existen otra personas que en este preciso momento están usando su teléfono o quizá su computadora, tal vez escriban un mensaje o compartan un tuit que coincide con sus ideales.

¿Qué hacen los demás camaradas digitales sino llevar a cabo prácticas como las que yo hago desde mi casa? Hacen algo diferente a lo que yo hago o es posible que alguien haga algo muy semejante a lo que en este instante yo hago. Lo sospecho pero no tendré nunca la certeza de que así sea, pero lo que sí es cierto es que no estoy solo. La sociedad actual se encuentra inmersa en una estructura donde no existe el aislamiento. Siempre estamos con “alguien”, nunca estamos “solos”. Cuando fallan los artefactos técnicos es cuando se diluye la percepción psicológica de que “estamos” con otros aunque físicamente no lo estamos. Es la comunicación perpetua un poderoso estímulo externo de la distracción. Prácticas como el troleo, stalkear o el exhibicionismo son formas de comunicación propias de la sociedad de la distracción.

La velocidad con la que viajan los pasajeros de la sociedad de la información no permite distinguir los postes, los árboles o los anuncios espectaculares que se encuentran a la orilla de la carretera. La simultaneidad de los acontecimientos ocurridos a distancia moldea la percepción del tiempo y del espacio; la autoexplotación acelera la vida para existir en el futuro y añorar el pasado y la capacidad de conexión con los otros nos da la impresión de que jamás nos quedaremos huérfanos. Estas características de la sociedad de la distracción se “hacen cuerpo” en la acción del individuo. Cuando las personas incorporan actividades que se han vuelto convencionales entonces las prácticas adquieren cierto sentido para las personas. En la vida real –en la acción del individuo– la desviación de la atención se percibe cuando el sujeto enfoca su concentración en varias cosas a la vez. En la multitarea, un ser humano es capaz de dividir su atención en múltiples puntos de interés. No sólo me refiero a los videos jocosos en YouTube donde una persona camina por la calle mientras consulta su teléfono móvil y de pronto sin darse cuenta choca su cabeza con un letrero. La también llamada actividad multitasking ha sido objeto de recientes estudios para analizar la forma en cómo se afecta el nivel de atención. De acuerdo a un estudio publicado en 2013 por la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburg, Estados Unidos, en un experimento donde participaron 136 personas se formaron tres grupos y cada uno fue sometido a distintos niveles de distracción mientras realizaban un examen. El resultado demostró que cuando el cerebro no se concentra en un punto pierde hasta un 20% de su energía en atención. A finales de 2015 la American Psychology Association publicó un informe donde reveló que la multitarea representa una reducción en la productividad cerebral de hasta el 40%, lo que significa la pérdida de 16 horas de trabajo a la semana.

Comprender este fenómeno también ha sido del interés de algunos estudios en México. De acuerdo con la Primera Encuesta Nacional sobre Consumo de Medios Digitales y Lectura (2015), realizada por diversas organizaciones –públicas y privadas– y aplicada a más de cuatro mil jóvenes en seis regiones geográficas del país, la mayoría de los cibernautas realizan varias actividades a la vez. Los resultados demostraron que mientras navegan en Internet los jóvenes pueden escuchar música, estudiar/ hacer la tarea, ver televisión, convivir con amigos, comer, leer, hablar por teléfono, limpiar la casa, trabajar, hacer ejercicio, etcétera. Según el Estudio Sobre los Hábitos de los Usuario de Internet en México (2017) publicado por la Asociación de Internet.Mx, la mayoría de los encuestados dijo combinar las actividades presenciales con las actividades físicas como es: ver películas, escuchar música en la red, acudir al banco, tomar cursos presenciales, hacer compras en línea, adquirir productos en la tienda de la esquina, etcétera.

Conclusiones

Vivimos en un mundo donde nuestra mente es asediada por distinto impulsos internos y externos. La atención queda dispersa debido a múltiples factores que conforma el nuevo ambiente tecnológico de la era de la información. Prácticas en las redes sociales digitales, la consulta continua de teléfonos móviles, la programación a la carta de la televisión, el consumo de videojuegos en línea, la lectura de periódicos, la reproducción de música, etcétera, son actividades que convergen con hábitos cotidianos y con la comunicación perpetua que mantenemos con los otros. Esta hiperconectividad acelera la vida y potencia el multitasking. Un nuevo escenario de usos a través de los cuales el individuo se autoexplota para vivir en el instante y pronosticar el futuro se impone como valor hegemónico en las sociedades modernas. La consulta enfermiza de notificaciones, la preocupación por desconocer lo que ocurre en el mundo virtual, la dependencia a la inmediatez y la angustia por estar omnipresente en todo los espacios son algunas de las propiedades que caracterizan a la sociedad distraída.

Referencias

Abbate, J. (1999). Inventing the Internet. Cambridge: MIT Press Carr, N. (2010). Superficiales: ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? México: Editorial Taurus
Giussani, L. (2004). Afecto y morada. Editorial Encuentro Han, B. (2012). La sociedad del cansancio. Barcelona: Herder
Mumford, L. (1979). Técnicas autoritarias y democráticas. En M. Kranzberg y W. Davenport (Eds.). Tecnología y Cultura (159-176). Barcelona: Gustavo Gili
Thompson, J. (1998). Los media y la modernidad. Barcelona: Paidós
Volti, R. (2014). Society and Technological Change. Nueva York: Worth Publishers.

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