miércoles 24 abril 2024

1984, sesenta años después

por Ignacio Herrera Cruz

Ilustración: 1984COVER/Cover.com

Amaba al Gran Hermano. Para llegar a esa línea final en la novela 1984, de George Orwell, realizamos un terrorífico recorrido por el relato más inquietante acerca de lo que supondría para una sociedad con bases democráticas de corte occidental caer bajo el yugo del totalitarismo ideológico.

Fraguada en la empobrecida Gran Bretaña de la posguerra fue publicada originalmente en junio de 1949- era una advertencia de Orwell para que a su patria no le ocurriera lo que sucedía en una triunfante Unión Soviética, en el apogeo del estalinismo, con el culto a la personalidad y la negación del individuo.

En unas islas británicas que son simplemente el campo aéreo 1, como parte de Oceanía, uno de los tres imperios que se disputan el dominio mundial, el partido, en su cúspide con el Gran Hermano, quiere erradicar la voluntad individual y que todas las energías se dediquen al avance del Socing o Socialismo inglés que es la doctrina oficial tras la cual se enmascara la conservación del poder por una elite que empobrece material y moralmente al resto de la sociedad.

Londres es una ciudad en ruinas presidida por los monumentales edificios de los cuatro ministerios cuyo nombre es un oxímoron y desde los cuales se controla al partido y al pueblo: el de la Verdad o Miniver, el encargado de la propaganda y de reescribir la historia; el de la Abundancia, que maneja el racionamiento; el del Amor, que administra la ley y el orden y ajusticia a los disidentes, y el de la Paz, que gestiona la guerra perpetua, en cambiantes alianzas con los otros superpoderes: Estacia y Eurasia.

El protagonista es Winston Smith quien se aproxima a la cuarentena, es miembro de segundo orden del partido y labora en el Miniver reescribiendo constantemente la historia para ajustarla al lema: quien controla el pasado, controla el futuro: quien controla el presente controla el pasado.

Winston comienza una relación sexual ilícita con Julia (aunque en teoría nada era ilegal, puesto que ya no había leyes) quien aparentemente era una fanática partidista aunque rebelde de la cintura para abajo y comienza a incrementar sus desafíos al pensamiento único, que arrancaron cuando empezó a escribir un diario el 4 de abril de 1984, lo que ya lo colocaba en el umbral de la policía del pensamiento, encargada de velar porque nadie cuestionara las falsedades partidistas.

En un lugar de la devastada capital construyen su nido de amor y leen un ejemplar de La teoría y la práctica del colectivismo oligárquico, el libro de Emanuel Goldstein, líder de la sociedad secreta de La hermandad, opositora al partido, que descifra cómo funciona el sistema represivo del Socing con sus tres slogans básicos: La guerra es la paz, La libertad es esclavitud y La ignorancia es fuerza.

Pero ese amor estaba condenado y la policía del pensamiento captura y reeduca a los tórtolos.

Más allá de si Orwell se basó en Nosotros una novela de los años veinte escrita por Evgueni Zamiatin; en sus adaptaciones de otros medios, en el teleteatro, en películas, en una ópera y en sus derivados como V de venganza bajo las formas de cómic y película, 1984 no ha cesado de reimprimirse desde su aparición al español.

El desplome en 1989 del sistema comunista europeo parecía que habría dejado sin elementos a 1984. Sin embargo la novela trasciende sucesos históricos concretos porque advierte de fenómenos que aunque no desarrollados conforme a las líneas de Orwell ya que no es un texto para anticipar el futuro sí siembra ideas y conceptos interesantes.

Por ejemplo, el nombre del dictador de Oceanía inspiró el programa televisivo holandés que luego se propagó por todo el mundo Big Brother que se transmitió por vez primera en Holanda en 1999 y en la cual un grupo de personas viven en un espacio bajo la vigilancia continua de las cámaras de televisión.

Además, la neohabla de la novela, con la cual se confunden conceptos y se distorsiona la mecánica del pensamiento racional como una estrategia de control por parte del partido, se emparenta con el lenguaje políticamente correcto de nuestros días.

Las pantallas televisivas de doble vista que no se pueden apagar, y transmiten propaganda a la vez que vigilan, amplifican la experiencia soviética de colocar en cada hogar el radio cableado que transmitía música, noticias, arte y propaganda y con la cual se llevaba al espacio íntimo la experiencia de los altavoces y que complementaba a los micrófonos ocultos.

Hemos visto como la semana del odio y los dos minutos de odio diarios ocurren de otra forma en dictaduras contemporáneas. Más consistente con las relaciones mediáticas actuales, las producciones culturales del Miniver para controlar a los proletarios y que eran periódicos en los que predominaban los deportes y el crimen, la pornografía, canciones y dramas de mala calidad puede ser vista como una profecía sí cumplida.

A sesenta años de su primera aparición, 1984 sigue dando qué pensar, a pesar de su carácter desolador. La fuerza de la denuncia contra las limitaciones a la libertad de creencia y de expresión convierten al último libro de un inglés que nació en la India y murió de tuberculosis, en uno de los textos indispensables del siglo pasado; e irónicamente, el gran validador de Orwell es alguien con más de 50 años en el poder y que es el Hermano mayor, la traducción más justa posible de Big Brother.

¿Para qué es un libro de referencia?
No deja de ser paradójico que este libro de literatura se hubiera convertido en un texto de referencia para el análisis académico de los medios de comunicación, sobre todo en la llamada Escuela de Frankfurt que alude al descerebramiento que genera la industria cultural. Más allá de las indudables virtudes ficticias de 1984, el diagnóstico sobre los medios es mucho más complejo que las fórmulas literarias de Orwell.

De la redacción

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