viernes 19 abril 2024

¡Yo, el Supremo o suelto al tigre!

por Jesús Ortega Martínez

Desde algunos de sus primeros pasos, allá por agosto de 2006, ya se podían reconocer algunos rasgos de los elementos vertebrales del comportamiento político del que era entonces el candidato presidencial del PRD. Esos rasgos se podían sintetizar en la expresión: Yo, el Supremo, que es el título de la novela de Augusto Roa Bastos, en donde se relata la trayectoria de José Gaspar Rodríguez de Francia, el dictador paraguayo

Ahora, después de 12 años, ya podríamos reconocer de manera diáfana la personalidad autoritaria de López Obrador, así como los elementos vertebrales de su estrategia político-electoral. Desde entonces (más de una década) resultaba muy claro que, durante sus campañas, López Obrador, invariablemente, nos exige a todas y todos los electores que él debe ser ungido como Presidente para que no nos alcance el caos en nuestro país y en nuestros hogares.

Pero si alguien abrigase aún dudas de su atrevimiento, éstas fueron despejadas durante la convención de los banqueros que, año con año, se lleva a cabo en el puerto de Acapulco. Ahí, ante un selecto auditorio ávido de respuestas, López Obrador reafirmó que el chantaje es lo medular de su campaña.

“Si se atreven a hacer un fraude electoral, yo me voy también a Palenque, y a ver quién va a amarrar al tigre”, les dijo a los dueños de los bancos y, a través de ellos, nos lo dijo a todos los mexicanos. Compartirán conmigo, estimados lectores, que no es necesario recurrir a un criptógrafo para descifrar sus palabras: ¡O soy presidente o suelto al tigre!

Esta es una forma de refrendar su antigua convicción: ¡Yo o el caos!

Lamentablemente, esta sentencia coercitiva no es nueva en nuestro país y, más bien, ha sido recurrente en el comportamiento de los caudillos, de los presidentes autoritarios durante los más infaustos pasajes de nuestra historia.

Veamos, por ejemplo, lo que decía Antonio López de Santa Anna:

“¿Cómo, pues, me he de excusar de contribuir a que la paz se afirme sobre bases eternas, a que la confianza renazca por un sentimiento unánime y simultáneo, a que los partidos cesen de perseguirse por equivocación y crueldad, a que la unión no vuelva a turbarse en el seno de una familia grande y generosa?”.

Lo anterior es otra forma más cínica, más sinvergüenza, más indecente, pero igual de consistente para decirnos: ¡Yo o el caos!

Este es el recurso frecuente de los caudillos en todo el mundo, pero especialmente en Latinoamérica. El argumento es el mismo para asaltar el poder mediante un violento golpe de Estado —como es el caso de Victoriano Huerta o Augusto Pinochet—, con que se transgreden —hasta destruirlas— las instituciones jurídicas y democráticas.

Pero no siempre es así y, en sentido diferente, muchos de estos presidentes autoritarios —para hacerse del poder absoluto— apelan al orden y, desde luego, a la defensa del sufragio popular.

Este último es el argumento recurrente de los caudillos dictatoriales de América Latina: Yo tengo el apoyo de la mayoría del pueblo —sentencian— y si no soy el presidente de la República es que las fuerzas de la maldad, el sistema, la mafia del poder —como le quieran llamar— habrán violentado su voluntad. ¡Si no soy el presidente es porque hay fraude, y entonces, sin remedio, me están orillando a “soltar al tigre”!

Los personajes autoritarios apelan, con esta frase, a la idea de que, sin ellos en el poder, el caos se apoderará del país (más aun de lo que ahora ya sucede) y, todo ello, como el preludio del ingreso de la nación a un laberinto de revueltas, anarquía, desorden y violencia.

Otro de sus argumentos favoritos es aquel que consigna que la causa verdadera de la tragedia nacional se encuentra en el relajamiento moral y, por lo tanto, desde esta premisa, la nueva gobernabilidad consiste en la instauración de una constitución moral que sustituya a la civil.

¡Ay de nuestro país, si se repite la tragedia de suponer que nuestra disyuntiva se encuentra entre el regenerador moral o el caos! Ése, como en otros momentos, es un falso dilema.


 Este artículo fue publicado en El Excélsior el 13 de marzo de 2018, agradecemos a Jesús Ortega Martínez su autorización para publicarlo en nuestra página.

También te puede interesar