jueves 28 marzo 2024

¿Voto de castigo?

por Pablo Majluf

Esta semana el periódico Reforma comparó la aprobación de los últimos cinco presidentes al cuarto año de gobierno, de Zedillo a López Obrador. La serie es comparable porque se trata de los presidentes democráticos o de la transición. Acaso Zedillo fue el último del PRI hegemónico, pero para el cuarto año ya había perdido el Congreso.

La mayoría de opinadores se concentró en la aprobación, porque es la que más presume López Obrador y porque, como ya se sabía, es bastante normal (59%). Sólo superior sustantivamente a la de Peña, un caso atípico (24%), igual a la de Calderón (59%), apenas arribita de Fox (57%) y menor a la de Zedillo (61%).

Grupo Reforma

En lo que pocos se fijaron fue en la desaprobación. Resulta que López Obrador es el más desaprobado (39%) después de Peña Nieto (73%). El siguiente es Calderón (33%), luego Fox (32%) y el menos desaprobado es Zedillo (28%). Dicho de otro modo, López Obrador no sólo es el segundo más desaprobado sino también el segundo con menos balance positivo. Esa desaprobación se duplicó desde que empezó el sexenio, según la Poll of Polls de Oráculus, pues empezó en 17%.

Le he comentado a usted que el populismo a largo plazo es insostenible porque se basa en una dinámica de enemistad, lo que Carl Schmitt, el ideólogo del fascismo, llamaba la política del amigo-enemigo. El populismo necesita adversarios para mantener a su base movilizada y enardecida, pero cuando los adversarios viejos se agotan (fifís, neoliberales, empresarios) tiene que ir inventando nuevos (científicos, españoles, académicos, clases medias, periodistas, artistas). Esos enemigos se van acumulando.

Además de ser insostenible políticamente, el populismo es incompetente, por dos razones. Por un lado, porque en su antielitismo rehúye de la técnica, los datos y la administración pública calificada a cambio de lealtad burocrática; y por otro, porque para fraguar ese vínculo carismático entre el líder y las masas necesita destruir instituciones intermediarias, libertades políticas y económicas. Así, no sólo va dejando una enorme destrucción sino muchos damnificados. En México, por ejemplo, 4 millones de nuevos pobres, madres solteras sin guarderías, niños con cáncer sin medicinas, desabasto de vacunas, beneficiarios del Seguro Popular sin cobertura, pasajeros sin aeropuerto, científicos sin becas. 

El populista intenta compensar su cosecha de enemigos y damnificados repartiendo migajas a una clientela que mantiene a su merced como un gran ogro filantrópico. Pero el dinero eventualmente se acaba, generando una bomba fiscal y multiplicando a los inconformes. De todo ello están al tanto los votantes volátiles, que representan el 20% del padrón, según una encuesta de El Financiero, y que tradicionalmente inclinan la balanza electoral en México.

En condiciones de normalidad democrática, se estaría gestando un considerable voto de castigo. En las democracias del mundo cada vez es más rara la continuidad y la reelección. Los votantes en muchos países –particularmente en América– prefieren alternancia y votan en contra del gobernante o partido en funciones. Ahí están los ejemplos recientes de EEUU, Brasil, Colombia, Chile, Argentina y Uruguay. El problema es que en México ya no estamos en normalidad democrática. Se está ensayando un ataque sistemático en contra de las autoridades electorales. El populismo es insostenible a largo plazo, claro, mientras haya democracia, donde los votantes pueden elegir cambiar. Por eso se dice que los populistas sólo tienen que ganar una vez. 

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