jueves 28 marzo 2024

Volver a casa

por Juan Villoro

Nunca sabremos en qué momento la palabra pasó al arte. De pronto, en torno a una fogata decisiva, se concibieron historias. Una de ellas llegó a nosotros con el nombre de Odisea. Ese tema sencillo no ha sido superado: un hombre trata de volver a casa; Ulises enfrenta peripecias en pos del sitio de partida. En el convulso siglo XX, James Joyce renovó la literatura con otra versión de ese arquetipo: Leopold Bloom deambula por Dublín en busca del merecido regreso al lecho entibiado por su mujer.

Salir al mundo es un requisito para entender el peso del retorno. La travesía es una preparación para entender el punto de llegada. El editor Toni López, que vivía en Barcelona, se refería de este modo a una población cercana y no muy atractiva: “Si tuviéramos que viajar veinte horas para llegar a Terrasa, nos parecería fantástica”. El destino mejora con los esfuerzos de obtenerlo; por eso, en su poema “Ítaca”, Konstantino Kavafis aconseja: “pide que el camino sea largo”.

La crisis del coronavirus nos ha replegado a las habitaciones en las que no siempre queremos estar. Ya en el siglo XVII, Pascal advirtió que la tragedia de un hombre comienza cuando no puede estar solo en su cuarto.

Ninguno de nosotros había hecho planes para el encierro, entre otras cosas porque el gobierno tardó en reaccionar. El 14 y 15 de marzo, mientras otras ciudades estaban en “refugio domiciliario”, se celebró el multitudinario Vive Latino, donde acaso se esparció algo más que alto volumen. Al día siguiente, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud dijo que el Presidente no puede contagiar ni contagiarse al abrazar a miles de personas porque su fuerza es “moral”. Esta visión religiosa del poder ignoraba la fuerza de la pandemia: ese 16 de marzo 349 personas murieron en Italia.

Tampoco han faltado las fake news destinadas a causar alarma. En las redes encontré un video en el que supuestamente se captaba a quienes regresaban de Europa en tiempos del covid-19 y hacían fila en peligroso hacinamiento. Entre esas personas desesperadas por entrar a México ¡me encontré a mí! Era un video del 15 de diciembre del año pasado, cuando muchos volvíamos para las fiestas navideñas.

Claudia Sheinbaum halló un tono certero para referirse a la gravedad de la epidemia sin causar pánico, pero la gente ya había tomado disposiciones propias. Como en los terremotos de 1985 y 2017, la sociedad civil actuó antes que las autoridades.

No es fácil que una nación gregaria, donde algo importa si ocurre en compañía y donde no hay mayor fracaso que comer solo en una fonda, acepte que la ayuda consiste en alejarse. El aislamiento, sinónimo del purgatorio, se ha convertido en mérito ciudadano.

Un título de Samanta Schweblin adquiere especial significado en estos tiempos: Distancia de rescate. La escritora argentina se refiere a la proximidad necesaria para salvar a alguien; ahora esa distancia es la lejanía que impide perjudicar al otro. El peligro somos nosotros.

En 2009, con el brote de la Gripe A, estuvimos en el epicentro de una crisis mundial. También entonces pasamos por la difícil tarea de enclaustrarnos y recuperar otras formas de convivencia. Se especula que a falta de distracciones el refugio domiciliario estimulará la procreación. El gran desafío es que para cuando los bebés nazcan las parejas sigan juntas.

“El infierno son los otros”, dice un personaje de Jean-Paul Sartre en una obra de teatro cuyo título explica el pesimismo de la frase: A puerta cerrada. De a poquito todos somos más simpáticos.

Una de las mejores maneras para superar el encierro consiste en leer. Los presos, los enfermos y los náufragos han aprendido arduamente esa lección.

La literatura ofrece elocuentes espejos de epidemias (del Diario del año de la peste, de Daniel Defoe, a El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, pasando por La peste, de Albert Camus, y Salón de belleza, de Mario Bellatin).

También ofrece parábolas sobre el regreso a lo más genuino. Kafka soñaba con ser un chino que volvía a casa. En esta variante de la Odisea, un extraño regresa a un sitio común. Si Kafka hubiera sido chino, habría concebido a un checo que vuelve a casa. Varados en nuestro cuarto, podemos imaginarnos en otros cuartos.

El horizonte son nuestras paredes. De algún modo, todos somos Ulises, representantes de una especie que perdió el rumbo pero descubrió así su principal hazaña: volver a casa.


Este artículo fue publicado en Reforma el 20 de marzo de 2020, agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

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