viernes 19 abril 2024

Uniformados

por Tere Vale

Casi podríamos fechar en 1988 la crisis que sufrió y sufre nuestro país (que se vino acumulando por muchos años) en su sistema de partidos. El desgaste de décadas en el poder del PRI, la falta de liderazgos, la corrupción y especialmente la insuficiente gestión de todos los partidos para solucionar el problema fundamental de nuestro país: la desigualdad, fue produciendo un caldo de cultivo propicio que irremediablemente desembocó en la difícil situación que vivimos hoy en el México del 2021.

En Venezuela sucedió algo muy similar. Después de la caída de la dictadura militar de Pérez Jiménez en 1958, la vida de los partidos venezolanos, Acción Democrática y COPEI (fundamentalmente), se fortaleció al inicio, para irse deteriorando pausada, pero firmemente y dar pie a la llegada de Hugo Chávez en 1998. Tampoco los gobiernos democráticos de este país sudamericano pudieron combatir eficientemente el problema de la pobreza.

Ante tales fracasos socioeconómicos, en uno y en otro país se dio el surgimiento de nuevas fuerzas políticas, movimientos y liderazgos que trajeron a la postre la llegada de los temibles populismos. Actualmente, los partidos políticos se encuentran en muchos países latinoamericanos sobreviviendo apenas y en un proceso de deterioro que les impide dejar los auxilios de la terapia intensiva. En esta difícil situación estamos.

El resultado de todo esto es la emergencia de caudillos, como Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Rafael Correa, Bolsonaro y otros. Mucho de esto también explica el triunfo en 2018 de López Obrador en nuestro país.

Lo mismo en Venezuela que en México, estos liderazgos autoritarios decidieron exterminar a las instituciones autónomas, intentaron destruir (y en muchos casos lo lograron) a los que no pensaban como ellos y concentrar el poder a través de la degradación institucional y la polarización. Pero hay un ingrediente adicional por demás preocupante, la militarización de la política y/o de la administración pública en los gobiernos populistas, o como usted quiera llamarles.

Preocupantemente curioso es que tanto Chávez, como Maduro o como López Obrador han encargado a los militares los proyectos más importantes de sus regímenes que abarcan tareas tan distintas como construir aeropuertos o trenes, distribuir y vigilar la aplicación de vacunas o cuidar de las aduanas. Si nos detenemos a pensarlo, la parte y proyectos sustantivos de la llamada cuarta transformación están operados por los uniformados. Y eso que apenas vamos a la mitad del sexenio.

Una nota que llamó poderosamente mi atención hace unos días es cómo en el sexenio de AMLO se han inaugurado 189 cuarteles en la república mexicana para no hablar de como SEDENA y la Secretaría de la Marina han sido, en estos tiempos del brutal austericidio, dos dependencias a las que se les ha apoyado con cientos de miles de millones de pesos mientras a otras se les han aplicado recortes insuperables.

La presencia militar en Venezuela es persistente y permanente y en nuestro país nada queda de aquellas promesas de campaña de Morena, cuando su candidato decía que los militares tendrían, por el bien de todos, que regresar a los cuartes.

Quedan aún muchas batallas que dar para limitar que el ejercicio del poder este en manos militares. La fallida Guardia Nacional será, de prosperar una de las iniciativas prioritarias del presidente, una dependencia más de la Defensa. Y la Secretaría de Seguridad, continuará encargándose de la repartición de vacunas o alguna otra función decorativa que nada tenga que ver con la implementación de políticas que apoyen la maltrecha seguridad de todos los mexicanos.

Hasta antes de este sexenio, los uniformados se habían ido ajustando a una democracia naciente, sí, pero que se perfeccionaba, y a una vida institucional que ellos respetaban. En esta administración todas las reglas del juego han cambiado, y ahora todo depende de ellos y está a su favor.

Yo me niego a vivir en una nación donde la fuerza y la amenaza, la polarización y la falta de respeto a la ley y a los derechos humanos sean los que manden. Aspiro a un país con un sistema de partidos fuerte, con instituciones responsables y en donde la política no la hagan los uniformados. No quiero que México se parezca cada vez más a la muy lastimada Venezuela.

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