jueves 28 marzo 2024

¿Una sexta República Francesa?

por Pedro Arturo Aguirre

Mientras en México nuestros sesudos analistas políticos especulan si habrá “tiro” o no en las elecciones presidenciales de 2024, en Francia plantean la posibilidad de efectuar una reforma constitucional de fondo. En estos días se celebran las dos vueltas de los comicios para elegir a la Asamblea Nacional y uno de los temas centrales presentes en el debate de campaña tiene que ver con la crisis de representatividad que para muchos analistas padece la V República francesa. El sistema semipresidencial creado a finales de los años cincuenta por el general De Gaulle fue sumamente exitoso cuando Francia necesitaba de una presidencia fuerte para salir de la grave crisis política y moral donde se encontraba a causa de la guerra de independencia argelina y funcionó razonablemente bien durante las siguientes tres décadas bajo la presidencia de personajes como Pompidou, Mitterrand, Giscard y (todavía) Chirac. Incluso fue eficaz durante los períodos de “cohabitación”, cuando el partido del presidente perdió la mayoría parlamentaria en elecciones intermedias. Pero desde principios de este siglo se hacen cada vez más patentes los problemas de funcionalidad y representatividad de un régimen que le otorga demasiado poder al presidente en detrimento de la capacidad de control del Parlamento.

En la práctica los sucesivos presidentes han hecho un uso demasiado extenso, de sus facultades constitucionales. El excesivo poder que ha adquirido el jefe de Estado ha sido un factor esencial en las fracasadas presidencias de Sarkozy y Hollande, y contribuyó en el enorme desgaste que llegó a padecer Macron en su primer mandato. Y es que con el actual mandatario este fenómeno se ha agravado. Con su idea de “presidencia jupiteriana” se ha consagrado a una práctica solitaria de poder, ignorando como nunca al Parlamento emitiendo decretos y ordenanzas (entre otros recursos constitucionales) en una cantidad sin precedentes. Cabe decir, además, que los tres últimos presidentes de Francia se han beneficiado de una reforma aprobada en 2000 para cambiar la Constitución la cual redujo de siete a cinco años el mandato del jefe de Estado con el propósito de que las elecciones presidenciales se celebren con un mes de diferencia de las parlamentarias, para (supuestamente) garantizar al partido que gane la presidencia tener una mayoría en la Asamblea. Ello con el propósito de evitar la “cohabitación”, la cual surgía cuando el partido del presidente perdía la mayoría parlamentaria. Desde el inicio de la V República la cohabitación se produjo tres veces: en 1986, 1993 y 1997.

La idea de los críticos del “hiperpresidencialismo” de la V República consiste en revitalizar el Parlamento con un nuevo sistema que pondría a Francia bajo un régimen parlamentario donde el primer ministro tuviese el principal protagonismo político y se sustituyese al sistema electoral mayoritario a dos vueltas por uno de proporcionalismo puro para la elección de la Asamblea Nacional. En buena medida esta “VI República” restauraría el parlamentarismo característico de Francia durante las tercera y cuarta etapas republicanas, la cuales, en su momento, fueron tan criticadas por De Gaulle, pero que serían más aptas bajo la óptica de las necesidades actuales de representación política. El excesivo poder que ha adquirido el presidente ha sido un factor en la creciente disipación de la responsabilidad política del gobierno. El brillante político liberal Jean-François Revel, en su momento crítico de los excesos de la V República, señaló que “tanto absolutismo conduce a la absolución”, es decir, la creciente falta de contrapesos al presidente fluye sobre los ministros, supuestamente responsables ante el Parlamento. Aparece un fenómeno de “transferencias de irresponsabilidad”. Fortalecer el Parlamento pasaría por otorgarle amplios poderes en términos de responsabilidad política, por ejemplo, obteniendo la capacidad de votar una moción de confianza individual. Se trata también de reforzar el papel de las comisiones parlamentarias, ampliando sus prerrogativas y sus atribuciones, en particular mediante un control más riguroso de la acción del Ejecutivo.

Los críticos dicen que la V República ya no tiene esencia verdaderamente parlamentaria, y, por lo tanto, ha perdido su naturaleza semipresidencial. Su carácter actual conduce a la omnipotencia del Ejecutivo ya una confusión de roles y responsabilidades. El primer ministro se ha convertido en un simple “jefe de gabinete” del presidente, situación agravada desde que se decidió emparejar los mandatos presidencial y parlamentario. Por otra parte, el régimen actual adolece de una falta de organismos intermediarios capaces de escuchar y atender mejor las demandas y quejas populares y ayuden a estabilizar al régimen. En su ausencia, se construye una relación demasiado directa y, en ocasiones, incluso violenta entre el presidente y los gobernados. En una VI República el presidente quedaría desconectado del funcionamiento regular de las instituciones, dando la preeminencia al primer ministro. En cuanto a la Asamblea Nacional, esta debería ser lo más democrática posible mediante la representación proporcional plena, con un umbral relativamente alto para que los partidos puedan tener presencia parlamentaria (se sugiere un 10 por ciento de la votación a nivel nacional) y evitar, así, el multipartidismo exacerbado que tanto afectó a las III y IV Repúblicas. Con el cambio de sistema electoral se procuraría evitar la notoria sobrerepresentación de la que suele gozar el partido del presidente con el actual mecanismo uninominal a dos vueltas, así como la subrepresentación de expresiones políticas que no ven reflejada su verdadera presencia política nacional en el tamaño de sus fracciones parlamentarias.

Ahora bien, el principal político que promueve la idea de establecer una VI República es el populista Jean-Luc Mélenchon, el “anticapitalista, soberanista y altermundista” líder de la Francia Insumisa, quien durante muchos años militó como socialista más o menos moderado antes de “independizarse” y descubrir su vocación de tribuno populista admirador de los caudillos tropicales, caribeños y sudamericanos. Demagogo de lenguaje ramplón salpicado de ocurrencias y gracejadas truculentas, sueña con que su movimiento logre una mayoría parlamentaria para obligar a Macron a nombrarlo primer ministro, cosa asaz improbable. Pero habrá debe reconocer que la idea de una VI República que busque reconciliar a los ciudadanos con sus instituciones políticas no es del todo mala. Pase lo que pase en las urnas con toda seguridad seguirá debatiéndose la idea de acabar con el “hiperpresidencialismo” ya sea con la redacción de una nueva Constitución o, como opinan algunos académicos, con la eliminación del artículo 9 de la Constitución, que designa al presidente como jefe del Consejo de Ministros. 

También te puede interesar