jueves 28 marzo 2024

Un valiente encarcelado

por Juan Villoro

Compañeros de lucha en los años del exilio y la clandestinidad, Daniel Ortega y Sergio Ramírez fueron artífices del movimiento sandinista que puso fin a la dictadura de la familia Somoza en Nicaragua. De 1985 a 1990, Ortega fue Presidente y Ramírez vicepresidente de un país devastado por la corrupción y los terremotos, donde la vegetación y los versos brotaban con el rítmico impulso de Rubén Darío. En 1990, los sandinistas perdieron las elecciones ante Violeta Barrios de Chamorro. La digna aceptación de la derrota fue un gesto histórico. Los revolucionarios dieron un doble ejemplo: habían acabado con la dictadura y aceptaron un relevo democrático en el poder.

Es posible que no haya dos personas que se conozcan tanto como Ortega y Ramírez. El dictador de Nicaragua sabe que su testigo más incómodo es su antiguo vicepresidente, y el miércoles mandó arrestarlo.

Nacido en 1942 en Masatepe, Sergio Ramírez es el único escritor centroamericano que ha recibido el Premio Cervantes. A los 17 años se mudó a León para estudiar Derecho. Ahí descubrió que la temperatura política ardía más que el aire. El 23 de julio de 1959 participó en una manifestación contra la dictadura somocista en la que murieron varios de sus amigos. Según escribiría años después, fue el día más importante de su vida: descubrió, con la fuerza de lo que ocurre para siempre, que era un sobreviviente, y decidió cambiar el mundo en la escritura y en los hechos.

En los años setenta, sometió un libro a la editorial mexicana Joaquín Mortiz: Charles Atlas nunca muere. El título recordaba al famoso fisicoculturista que daba consejos para mejorar los músculos en la contraportada de las historietas. Los plazos para publicar en Mortiz eran tan dilatados que el auténtico Charles Atlas murió mientras Ramírez esperaba el dictamen. Su libro apareció como Charles Atlas también muere.

En 1998, obtuvo el primer Premio Alfaguara con Margarita, está linda la mar, consolidando una trayectoria que lo ha llevado de la crónica política (Adiós muchachos) a la gastronomía literaria (A la mesa con Rubén Darío), pasando por continuas escalas en la novela (de Castigo divino a La fugitiva). Dejó de ejercer cargos, pero continuó su proselitismo en los artículos reunidos en Historias para ser contadas. Invitado a las principales universidades del mundo, no quiso abandonar Nicaragua, donde coordina, con generosidad impar, Centroamérica Cuenta, espacio de reflexión en el que los escritores se dedican al fecundo arte de no estar de acuerdo. Cuando los ánimos se crispan, Sergio observa la polémica con la calma de quien ha visto estrépitos mayores y comenta por lo bajo: “Esto se puso interesante”.

Defensor de la pluralidad, ha dicho que la cultura muere “si no aprendemos a vernos como el otro, a imaginar que somos el otro”. En las procelosas aguas de la militancia entendió que nada vale tanto como lo diverso.

Mientras él se convertía en uno de los principales autores del idioma, Ortega concibió una sola idea: regresar al poder. Lo logró por vía legítima en 2007. Ramírez escribió entonces un texto titulado “Caminos que se bifurcan”, en el que reconocía el triunfo de su antiguo amigo y planteaba una disyuntiva: eso podía servir para ejercer un gobierno democrático o para perpetuarse en el poder. Sabemos lo ocurrido: Ortega se convirtió en un autócrata.

En un país donde el cincuenta por ciento de la población vive con menos de un dólar al día, Ortega viaja en un avión alquilado que cuesta cuatro mil dólares por hora de vuelo. Así lo documentó Ramírez, y en otro artículo informó que la elocuencia de Nicaragua, decisiva para la poesía modernista, también encarna en un rico lenguaje de señas. Una de las más conocidas consiste en poner dos dedos sobre la muñeca, lo cual alude al Rolex de oro del Presidente.

El despacho de Ortega está presidido por el cuadro de una mano con un ojo en la palma. Cada vez más esotérico, el dictador se define por esa mirada vigilante.

Cuando estuvo en Ginebra, Sergio Ramírez visitó la Sociedad de la Lectura y apreció un lema escrito en el marco de una puerta: Timeo hominem unius libri (Temo al hombre de un solo libro). Atribuida a Santo Tomás de Aquino, la frase es la mejor crítica del pensamiento único.

Daniel Ortega ha acudido al vano intento de arrestar la inteligencia.

Las ideas de Sergio Ramírez siguen en libertad.


Este artículo fue publicado en Reforma el 10 de septiembre de 2021. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

 

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