viernes 29 marzo 2024

Un grito ruin

por Luis de la Barreda Solórzano

Como en un mitin de la Prepa Popular, los diputados de Morena gritaban enardecidos: “Educación primero al hijo del obrero, educación después al hijo del burgués”. El grito retumbaba en el recinto legislativo y se repetía una y otra vez. El oírse a sí mismos —las voces celebraban estruendosamente la victoria— hacía crecer el ardorde los legisladores.

Se había aprobado un punto de acuerdo propuesto por uno de los suyos y para festejar tomaron la tribuna. En el clímax de la incongruencia, el líder del partido en la Cámara de Diputados, Mario Delgado, quien en su momento apoyó vehementemente la Reforma Educativa, declaró con el rostro contorsionado por la efervescencia que de ésta no quedaría “ni una coma”.

El profesor y exlíder de la CNTE en Oaxaca, Azael Santiago Chepi, quien propuso el punto de acuerdo, anunció en un tuit la aprovación (sic) del exhorto a las autoridades educativas para suspender “de manera inmediata e indefinida” los procesos de evaluación para ingreso, promoción, reconocimiento y permanencia de los profesores. Su ortografía sugiere el porqué del rechazo a la evaluación.

El hecho es insólito: la mayoría parlamentaria exhorta al gobierno federal a que deje de aplicar la ley. El argumento: la Reforma Educativa responde a las directrices de la OCDE, que desconoce la realidad del sistema educativo mexicano. ¡Agggh!

En su asombroso enardecimiento, los diputados de la mayoría parecían ignorar lo que todos sabemos. La cancelación de la Reforma Educativa no afectaría a los niños de padres con posibilidades de pagar colegiaturas. El hijo del burgués —por decirlo con la expresión sectaria, rencorosa e innoble de los diputados morenistas— seguirá asistiendo a una escuela particular.

Son los hijos de los obreros, de los campesinos, de los empleados de bajos ingresos, de los trabajadores de la economía informal y de los desempleados, entre otros, los que van a las escuelas públicas. Es a ellos a los que perjudicaría gravemente la derogación de la Reforma Educativa.

Justamente por la realidad del sistema educativo mexicano es por lo que resulta indispensable mejorarlo sustancialmente con medidas como la evaluación de los profesores, la exclusión de los líderes sindicales de la gestión educativa y el ingreso y la promoción por méritos.

En el estribillo coreado por los legisladores se refleja una animadversión insana al “hijo del burgués”, como si fuera reprobable haber nacido en cierta cuna. La democracia busca igualar equitativamente las oportunidades para los social y económicamente desiguales, no relegar a un determinado sector de la sociedad.

Los hijos de los burgueses merecen el mismo respeto y las mismas consideraciones que los hijos de los proletarios y los hijos de todos los pobres. El escritor estadunidense Leon Wieseltier advierte que los radicales corren el riesgo de la ferocidad: más que odiar la injusticia, odian a clases enteras de personas.

Muchos de los diputados que vocearon tan lamentable muletilla son burgueses y tienen a sus hijos en escuelas particulares. Su grito es, por tanto, farisaico. Pero no es la hipocresía lo aterrador de su actitud. Lo estremecedor es su postura según la cual un sector de los niños mexicanos, en virtud de su clase social, debieran ser postergados. La educación básica es un derecho humano de todos los niños. Anatematizar a un niño porque no es pobre es tan ruin como condenarlo porque lo es.

No importa a tales legisladores que en las filas de su agrupación militen personajes de la calaña de Napoleón Gómez Urrutia —entre otros—, que no es precisamente un trabajador que viva al día con un salario que gana con el sudor de su frente. Es un hombre cuya posición económica le permitió vivir lujosamente durante años en Canadá y que ha sido condenado por la junta federal de Conciliación y Arbitraje a reintegrar 54 millones de dólares que les fueron agandallados a trabajadores mineros.

Unos adultos con una delicada responsabilidad se excitan puerilmente jugando a hacer una revolución apocalíptica que pretende humillar a los antiapocalípticos. La sobreexcitación que en algunos produce haber llegado al poder que tanto codiciaban engendra una sorprendente estulticia.


 Este artículo fue publicado en El Excélsior el 20 de septiembre de 2018, agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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