viernes 29 marzo 2024

Transmutaciones

por José Antonio Polo Oteyza

Como es natural, en una guerra la polarización es total. En la Segunda Guerra Mundial, Orwell escribiría: “el pacifismo es objetivamente profascista”. Luego se retractaría, porque las motivaciones sí importan, pero en los debates que tuvieron lugar en Europa durante y después de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y sus aliados intelectuales equiparaban cualquier anticomunismo con el fascismo. Llegaron al extremo de apuntar a los Estados Unidos como un país encaminado en esa dirección, y cualquiera que se saliera de este guión “antiimperialista” era expulsado del paraíso antifascista por mucho pedigree progresista que se tuviera. El absurdo caló, ayudado en los cincuenta por el macartismo, con sus interrogatorios teatrales y abusivos, sus listas negras, y el atropello a derechos civiles. Esa cara oscura de la política y la sociedad estadounidenses, y un intervencionismo frecuentemente torpe e ineficaz, siempre han servido como pretexto para convertir el antiamericanismo en un sinónimo de antiimperialismo, y desde ahí pretender la legitimación de regímenes dictatoriales de “izquierda”.

En eso estaban los extremos, alimentándose uno al otro, como siempre, pero vueltas da la vida, y ahora Rusia, principal residuo de la URSS, es la que avanza aceleradamente hacia un régimen fascista y promueve uno afín en Estados Unidos. Y es que les viene otra oportunidad, con un Trump turbocargado y en plan de venganza, a su vez apoyado por Republicanos que se han pasado estos meses capturando los procesos de certificación electoral en todos los estados en que les sea posible. Lo peor del caso es que estas maquinaciones tienen un sustento popular: más del 60% de los Republicanos creen que los Demócratas se robaron la elección, no aceptan el resultado del 2020 y muchos de ellos tampoco aceptarán ningún otro resultado adverso. Para agravar aún más el panorama, hay estimaciones de que entre un cuarto y un tercio de los miembros de las Fuerzas Armadas están en la misma sintonía.

En la otra esquina, las instituciones resisten, y las sesiones del comité del Congreso que investiga el intento de golpe del 6 de enero del año pasado desnudan la trama para descarrilar la elección y asaltar el poder. ¿La respuesta de Trump? Radicalizarse más: si es necesario, él y sus secuaces llevarán la próxima elección a una crisis constitucional, con movimiento insurreccional incluido. Claro que todo lo anterior es preventivo y Trump podría ganar sin trampas. ¿Y después? Pues parece que cuando fue presidente no le gustó no tener el poder que él creía que iba a tener, por lo que intentará aplastar el sistema de pesos y contrapesos. Por lo pronto, ya avisó que emitirá perdones a quienes están hoy en la cárcel por el intento golpista. En complemento, del mismo campo se desliza que también habría que encarcelar a todos los funcionarios que impidieron el golpe.

El caso es que la democracia más importante en la historia está muy debilitada por una pandemia de desconfianza en las instituciones, que pone en riesgo la transferencia pacífica del poder y amenaza con una confrontación civil, ahora con el añadido de una posible división de las Fuerzas Armadas. Tampoco es que importe demasiado, pero con un Trump victorioso y desatado, Rusia podrá decir que, además de combatir nazis en Ucrania, se congratula de que por fin llegó la democracia a los Estados Unidos. Así las paradojas y los enredos propios de las etiquetas vacías y la propaganda cínica.

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