viernes 19 abril 2024

La tercera de Newton y el gobierno de cuarta

por Óscar Constantino Gutierrez

La protesta de miembros de la Policía Federal tomó por sorpresa al gobierno y a sus acólitos: los oficialistas respondieron con balbuceos, declaraciones contradictorias y acusaciones de complot, que sólo confirmaron que no estaban preparados para un escenario de conflicto que era plenamente predecible. No es que la 4T no suela tener respuestas ineptas, pero en esta ocasión los morenistas se vieron rebasados de una forma inusitada, que marca el primer foco rojo real de la 4T. ¿Qué es distinto en este caso y por qué implica un cambio de situación para la Administración de López?

Los destinatarios

A diferencia de lo sucedido en otras confrontaciones del llamado nuevo régimen, los afectados de esta vez no son un grupo disperso, desestructurado o minoritario: una cosa es vapulear contribuyentes, empresarios, científicos o beneficiarios de guarderías y otra dañar a un cuerpo organizado, con rangos, una misma cultura de acción y objetivos comunes, como es la Policía Federal: la respuesta no iba a ser la misma que cuando se dañan a artistas o a fifís —algo que resulta elemental para cualquier analista que no juegue al autoengaño o a decirle a sus asesorados lo que ellos quieren escuchar—.

En este caso, la presidencia no calculó adecuadamente los riesgos y usó las mismas tácticas que con otros grupos: golpear, ver qué pasaba y, en su caso, recular si la crítica social crecía. Esa fue una grave falla, no se trata igual una migraña que un simple dolor de cabeza y el gobierno erró tanto en el diagnóstico como en la receta: quiso usar el garrote y la zanahoria con un conjunto social cuya labor primaria es enfrentar conductas violentas. De ahí la reclamación tan vehemente y mayoritaria por parte de los perjudicados.

La contestación del gobierno comenzó mal. Algún bufón del oficialismo llamó “pelados amotinados” a los policías, con lo que demostró sus verdaderos colores clasistas —el Código Postal aparece, como el cobre, cuando el izquierdista viene de cuna de oro—. El presidente López puso el ejemplo: deslegitimó el reclamo policiaco y sostuvo que no era justo —tema sobre el que regresaremos más adelante—, que su secretario Durazo acusara a Calderón de ser la mano que mece la patrulla sólo era el obvio paso siguiente —sobre este asunto de colgar sambenitos orwellianos también regresaremos en los siguientes párrafos—.

Resulta muy probable que el problema se desactive. Pero el mensaje social es claro: si la masa inconforme es lo suficientemente grande y organizada, este gobierno entra en pánico y no sabe cómo actuar.

Física y Política

Este gobierno, supuestamente de izquierda, no atendió uno de los reclamos usuales de sus pajes y voceros: no mostraron empatía con un sector social lastimado, que no vive en la opulencia ni en el privilegio —que ellos tanto odian—. Por el contrario, los humillaron, ofendieron, cancelaron sus derechos y descalificaron sus pretensiones. La respuesta evidente era la protesta y el paro. ¿A quién se le ocurre un curso de acción tan insensible y desatinado? A alguien que no mide potencias, ni calcula desgastes del capital político.

Para cada acción existe una reacción de igual magnitud, pero en sentido opuesto1, esta ley de la Física también funciona en la Política: cuando el detentador del poder hace algo, hay una respuesta de sus opositores, con la misma fuerza ejercida por el potestatario. El gobierno no previó la reacción de los policías, porque no evaluó la fuerza del grupo afectado. Literalmente, “el Ejecutivo no creyó que esto pasara”, porque es un gobierno de creencias, no de mediciones. Conclusión: la Administración debería consumir menos Evangelio y leer más a Newton.

Algunas preguntas necesarias son: ¿quién calcula los riesgos en la 4T? ¿Hay alguien que haga diagnósticos y prospectiva? Si lo hay, ¿sus análisis son acertados? ¿Le hacen caso? En Políticas Públicas se tiene claro que los diseños radicales tienen un enorme riesgo de fracaso, la Guardia Nacional es un cambio radical del enfoque de seguridad, era previsible que existieran problemas de factibilidad como los que se han dado: pareciera que no los consideraron o, peor aún, los desestimaron.

Las malas respuestas

A la Cuarta Transformación la distingue su nulo sentido de autocrítica: desde su perspectiva, nada hacen mal y, si algo sale mal, es culpa exclusiva de los enemigos, nunca de ellos, los bien intencionados.

Como lo escribí en otro texto2, a la Cuarta Transformación le conviene crearse sus enemigos: ellos concentran todo lo malo que hay que combatir y son la justificación de sus errores. El nuevo régimen ha escogido a Felipe Calderón como su bestia maldita, aquella que se le opone: es su némesis, su Emmanuel Goldstein, el enemigo construido que justifica al Movimiento.

Y así, la teoría del complot se convierte en una teogonía: en Calderón hay un Lucifer que encabeza a las fuerzas del mal, pero también hay otros demonios: Salinas —el Satán previo—, La mafia del poder, Mexicanos contra la corrupción y la impunidad, el diario Reforma, los fifís, los conservadores, los neoliberales, el IMCO y un largo etcétera: todos han sido mencionados por los voceros de la 4T como agentes del mal, enemigos del régimen y del cambio y, por ende, en la lógica del morenismo, enemigos del pueblo.

Si la historia nacional sostenida por López “es de cuarto de primaria”, como lo señala Macario Schettino3, su construcción de enemigos parece sacada de los Súper Amigos de Hanna-Barbera: hay una Legión del Mal que es heredera de los centralistas, los conservadores, el Segundo Imperio, los porfiristas, Victoriano Huerta y la reacción del siglo XX. Así, no sorprende que López quiera tomar el rol de Juárez y quiera imponerle a Calderón el de Félix Zuloaga —o, en una encarnación distinta, adjudicarse el papel de un nuevo Madero contra un Victoriano Huerta del siglo XXI—.

Los sicofantes de las redes sociales hicieron eco de la mitología lopista: propalaron la versión de que Calderón era el autor intelectual de los reclamos policiales y que, en consecuencia, era el Huerta de esta época. Como señalé en Twitter4, si Calderón estuviera detrás de las protestas de los policías, ¿no se parecería más a Calles que a Huerta? ¿No será que los neopriistas no quieren ofender a su abuelo, ni con el pensamiento?

Aun si se aceptara la teoría del complot como cierta, hay una distancia enorme entre impulsar una huelga e inducir un golpe de Estado. Equiparar a Calderón con Huerta implica calificarlo de traidor a la Constitución y a la Patria: de hecho, dada la falta de evidencias, no sólo es un caso de calumnia, sino de discurso de odio que pone en riesgo su integridad física. La imbecilidad de esa acusación falsa es un acto criminal e irresponsable, que sólo pueden concebir mentecatos o delincuentes.

La tónica de la presidencia ha sido insultar a quien se le opone, lo que se agrava con la proclividad de López a fungir como árbitro de sus propias disputas: califica cuáles causas son justas y cuáles injustas. Como parte en conflicto, al mandatario no le corresponde decir que sus contrarios tienen una pretensión indebida.

De hecho, al Ejecutivo no le toca decir qué es justo o injusto, quién tiene derecho o no o quién tiene la razón… y, cuando lo hace, siempre es con carácter contingente: la función administrativa aplica la ley mientras no haya litis, en el momento en que existe querella, el asunto sale de su esfera de competencia y queda a la decisión de los tribunales. Por eso es una estupidez suprema alegar que el Ejecutivo tiene la última palabra en algún tema: no es su rol. Igual de torpe es decir que la política valida que el Ejecutivo decida sobre estos temas. La política no es un sistema alterno por encima de la ley o un esquema “de mentiritas” donde lo declarado o actuado vale o no a conveniencia: parece que los operadores y voceros del gobierno aún no lo entienden —y ese es uno de sus más graves errores—.

Las reacciones y las lecciones

El diagnóstico más claro del asunto lo dio el mismo Felipe Calderón: el presidente López y su secretario “no escuchan a los policías, sólo se escuchan a ellos mismos… lo que hay, por parte del gobierno, son omisiones, ineficacias y torpezas: gobiernan los prejuicios, los complejos, las inseguridades, los miedos, por eso no atinan a hacer bien su trabajo”5. El análisis es fulminante: no hay aptitud, ni actitud, los rige el miedo y la incompetencia.

F. Bartolomé, en Reforma, puso el dedo en la llaga: las improvisaciones en la creación de la Guardia Nacional no se pueden resolver a punta de tuitazos. Don Armando Fuentes Aguirre, Catón, otro columnista de ese diario, puso de relieve una deficiencia estructural del actual gobierno, que es su desprecio al conocimiento experto y a la técnica: “si bien en ocasiones la sabiduría da poder, el poder nunca da sabiduría. La ignorancia sólo causa más ignorancia… Los sabios saben poco del arte de gobernar. Pero los ignorantes saben aún menos”.

Precisamente es esa ignorancia la que facilita caer en las teorías de la conspiración, en el epílogo del Capítulo 15 de Legion, Noah Hawley y Nathaniel Halpern dejan una reflexión que parece tratar sobre el comportamiento de la 4T:

“¿Y qué hemos aprendido?  Una alucinación es una idea. Una idea que puede ser engañosa. Los seres humanos son animales que buscan patrones. O sea, que preferimos ideas que encajen en un patrón. En otras palabras, no creemos lo que vemos. Vemos lo que creemos. Y, cuando estamos estresados, o se pone a prueba nuestras creencias… cuando nos sentimos amenazados, las ideas que tenemos pueden volverse irracionales, una alucinación que lleva a otra y otra, mientras la mente humana lucha por mantener su identidad. Y, cuando esto ocurre, lo que empieza como un huevo, se puede convertir en un monstruo”.

Mientras el oficialismo siga buscando que la realidad se adecue a sus ideas, cada que se sientan amenazados tendrán respuestas irracionales, alucinadas, con acusaciones de complots, señalamiento de conspiraciones y de enemigos inventados… cuando su adversario real está en el espejo.

Así como Juárez se salvó de ser su propio Porfirio Díaz, López debería desechar el recurso de sentirse el nuevo Madero y luchar por no convertirse en el equivalente del pasajero del Ypiranga: las huelgas de Cananea y Río Blanco acontecieron en 1906 y 1907, respectivamente, pero fue hasta 1910 que se lanzó el Plan de San Luis. Esos conflictos obreros parecían mitigados, pero el germen de una pugna mayor se estaba incubando. Como se señaló al principio de este texto, es muy probable que el reclamo policial se aminore, pero el huevo de la serpiente puede que ya esté fecundado: depende del gobierno evitar que el monstruo salga del cascarón… y eso se logra con inteligencia y concordia, no con resentimiento y violencia.


https://pwg.gsfc.nasa.gov/stargaze/Mnewton3.htm

https://etcetera-noticias.com/opinion/cuarta-zoroastro-entre-popper-y-pareto/

https://www.elfinanciero.com.mx/opinion/macario-schettino/una-leccion

https://twitter.com/oconstantinus/status/1146995428489142274

https://twitter.com/FelipeCalderon/status/1146966632939606017

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