viernes 19 abril 2024

“Tenemos que ser militantes antirracistas”. Entrevista a Hernán Gómez Bruera

por Ariel Ruiz Mondragón

Uno de los más importantes problemas culturales del país, que tiene graves consecuencias en todos los ámbitos, es el racismo, un tema que, sin embargo, con frecuencia es minimizado y hasta ocultado en la vida diaria.

Sobre ese prejuicio tan como normalizado pese a sus grandes y lacerantes implicaciones fue recientemente publicado el libro El color del privilegio. El racismo cotidiano en México (Planeta, 2020), de Hernán Gómez Bruera, en el que el autor ofrece desde anécdotas hasta cifras y resume desde trabajos periodísticos hasta investigaciones académicas acerca de lo que llama “el racismo nuestro de cada día”.

En el libro Gómez Bruera dice estar convencido de “que la lucha contra el racismo en México pasa, en primer lugar, por romper el silencio y discutir el tema. Creo que debemos polemizar sobre el asunto de forma tan acalorada como sea necesario”.

Sobre ello etcétera conversó con Gómez Bruera (Ciudad de México, 1976), quien es doctor en Desarrollo por el Institute of Development Studies de la Universidad de Sussex. Ha sido profesor en el CIDE, la Universidad Iberoamericana y del Instituto de Investigaciones José María Luis Mora, además de asesor en el Consejo Nacional para la Prevención de la Discriminación. También ha sido consultor de organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la Comisión Económica para América Latina y el Banco Mundial. Ha publicado cinco libros y ha colaborado en publicaciones como Nexos, Letras Libres, Este País, El Heraldo de México, El Universal, Reforma y Milenio. Es conductor de televisión en La Octava.

Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué publicar un libro como el tuyo, acerca del que llamas “el racismo nuestro de cada día”? ¿Por qué romper con este deporte nacional que es la negación del racismo, como dices casi al final?

Hernán Gómez Bruera (HGB): Porque es, justamente, un deporte bastante dañino para nuestra sociedad; porque somos un país con muchas desigualdades, y el racismo y el clasismo las acentúan y las vuelven más difíciles de erradicar.

También porque me parecía que es un tema poco discutido. En los últimos tiempos en redes sociales se habla mucho más del tema y hay más textos académicos, pero considero que en la discusión hay todavía mucha confusión y no se entiende bien qué es el racismo.

Si te fijas, en el habla cotidiana del mexicano racismo es cualquier forma de discriminación. Se usa para todo, tanto que incluso los privilegiados, cuando los descalifican, se dicen víctimas de racismo, y hay gente que cree que cuando Andrés Manuel López Obrador habla de los fifís está siendo racista, clasista y que está discriminando.

Creo que hay mucha confusión, además de que, al mismo tiempo, nunca hemos reconocido realmente al racismo. La ideología oficial es que el nuestro siempre ha sido un país mestizo y, en consecuencia, como aquí no hay negros no hay racismo. Esto es doblemente falso porque hay 1.4 millones de afrodescendientes, como recién contamos en una encuesta intercensal, y también lo es que no hubiera racismo.

Ha sido un tema tabú, en mi opinión, por lo que el gran objetivo de este libro es que cada quien reflexione dónde guarda su racismo, que dejemos de verlo en el ojo ajeno y empecemos a verlo en el propio. Tratemos de identificar dónde guardamos nuestro racismo porque cada uno de nosotros tiene un racista oculto en algún lugar, aunque no todos con la misma intensidad ni de la misma manera. Hay unos que son mucho peores que otros, pero en cualquier caso todos tenemos que hacer un esfuerzo de autoexaminarnos y de construirnos.

AR: En el libro afirmas que “la historia de México ha sido la historia de la negación del racismo”. ¿Por qué ha ocurrido esto? Mencionas, por ejemplo, las raíces africanas de José María Morelos, de Vicente Guerrero, además de que haces un repaso de textos de Francisco Pimentel, José Vasconcelos y la idea del mestizaje, entre otros temas.

HGB: En general el tema del racismo es difícil de aceptar y reconocer, primero porque tomamos como nuestros referentes al respecto a regímenes de segregación racial como Estados Unidos y Sudáfrica con sus problemas de violencia. Entonces tenemos en nuestra cabeza que el racista es una mala persona que ejerce el racismo, cuando en realidad este tiene formas mucho más sutiles que no vemos y de las cuales somos inconscientes, por lo que son mucho más difíciles de identificar para luchar contra ellas.

También nos hemos hecho el cuento de que vivimos en una sociedad meritocrática, en la cual el que le echa ganas puede lograr sus metas, ascender en la escala social, etcétera. Reconocer el racismo estructural significa aceptar que eso es falso; en realidad hay ventajas de origen para cierto tipo de personas y que tienen que ver con logros por los cuales nunca se esforzaron, sino que es una cuestión aleatoria: en qué familia naciste y qué tonalidad de piel y qué rasgos físicos tienes.

No es sólo tono de piel, hay que evitar caer en la idea de que racismo sólo es eso. El libro tiene un título que puede ser, digamos, mercadológico, y que pareciera que sólo tiene que ver con el tono de piel, pero el racismo es más que ello: también está relacionado con la manera de hablar, con la cultura, con el idioma, con la religión.

Cuartoscuro

AR: En una parte del libro mencionas que la inmensa mayoría de los mexicanos somos morenos con rasgos indígenas. Entonces, ¿cómo se construye la idiosincrasia de la blanquitud? Hay incluso quien se discrimina a sí mismo, como señalas en tu tipología de los 10 tipos de racismo.

HGB: Porque históricamente quienes detentan los poderes económico, político y para diseminar ideas han sido, generalmente, personas blancas. Tiene que ver con nuestra historia de colonización y con un tema que fuimos repitiendo. Es muy chistoso ver cómo a extranjeros que llegan a México sin un peso, el hecho de ser blancos les ha ayudado mucho. Es difícil que no consigan algún tipo de empleo.

De lo anterior doy un ejemplo: mis papás, que llegaron de Argentina (eran exiliados políticos) en 1976. Ellos me cuentan que llegaron a México sin nada, e incluso me contaron que en una de sus primeras navidades varios de los alimentos que cenaron se los habían robado en el supermercado porque no tenían dinero.

Pero a los pocos meses mi papá ya tenía un trabajo de fotógrafo (había comenzado a estudiar fotografía) y mi mamá consiguió trabajo de modelo porque para una mujer blanca con rasgos europeos conseguirlo es mucho más fácil en México.

En cualquier restaurante, a quien quiera lo que llaman “buena presencia” le va a quedar bien una persona de tez blanca. En los procesos de reclutamiento para trabajos, muchas veces si los patrones tienen a dos personas con iguales capacidades, eligen a la blanca porque creen que adorna mejor sus escaparates.

Entonces eso sí es una ayuda. No es determinante, por lo que no hay que llevar al extremo de caricaturizar el argumento de que blanco significa rico y moreno, pobre. Así se ridiculiza, pero sí hay un tema de movilidad social, lo que analizó muy bien Raymundo Campos en un estudio de El Colegio de México, en el que se observa cómo la gente de tono de piel más oscuro tiene más dificultad para ascender en la escala social que la de tez blanca. Otro asunto interesante es que una vez que las personas llegan a estratos de una cierta clase media o media alta, es más fácil que caiga una persona de tonos de piel oscuros.

AR: ¿Cómo determina la blanquitud la estructura social en México, sea jerarquía o clase?

HGB: Bastante. Doy muchos datos en el libro porque recopilé muchos estudios y traté de simplificar los resultados porque son cansados de leer. La asociación entre nivel socioeconómico y tonos de piel está bastante documentada, aunque honestamente yo siento que basta con salir a la calle. No se necesita mucha ciencia, sólo hay que ir a Iztapalapa y dime cuántas personas blancas ves: ninguna, o una y es alguien al que le llaman “güero de rancho”, quizás, y que es un término con cierta carga racista.

AR: Al respecto mencionas el caso de Guadalajara, en donde la avenida Independencia divide dos mundos…

HGB: Yo no conocía mucho Guadalajara porque siempre había ido por un día y de trabajo, y ahora fui y me quedé más tiempo. Entonces vi muy clarita esa división de la Guadalajara del Oriente y la del “Pudiente”, como le llaman.

Allí es muy clara la segregación, pero también en ciudades como Mérida. En la Ciudad de México creo que se ve un poquito menos porque es más grande, hay un poco más de mezcla y tienes un barrio fifí y luego otro más pobre. Pero también se ve.

Esto es lo que se llama segregación residencial, que es muy dañina para nuestra sociedad porque significa que al final los blanquitos sólo están con blanquitos, viven en círculos muy cerrados, mandan a sus hijos a escuelas de güeritos, se casan entre ellos y sus grupos de amigos son siempre muy cerrados, como son las élites en América Latina en general.

Tenemos ciudades amuralladas, como la Primavera en Culiacán, en las que se supone que sólo hay buenas familias y sin vínculos con el crimen organizado. En esto también hay racismo y clasismo porque al que tiene vínculos con el crimen organizado yo no sé si lo rechazan porque les dé miedo, pero creo que lo hacen porque no son ricos de cuna.

Es muy difícil separar en México clasismo de racismo. Esa es una de las particularidades del racismo en el país. En Estados Unidos es más fácil ver personas negras en buenas posiciones porque es una sociedad con más movilidad social, y es más fácil ver allá personas afrodescendientes ricas que en México. Aquí casi siempre las personas muy ricas son de tez blanca. Me pueden decir que Slim no es blanco, pero es libanés; o sea, no tiene rasgos indígenas.

El otro día alguien me subió una foto donde salen Slim, Elías Ayub y Olegario Vázquez Aldir, y me dijo: “Mira, son morenos”. Me fije en la cara de los dos últimos: no se les ven rasgos indígenas, y sus morenos son de Acapulco o de cama solar. Pero, por favor, no ridiculicemos el tema; el argumento anterior es porque en redes sociales uno lee cada tontería…

Cuartoscuro

AR: En el libro hablas de una idiosincrasia racista mexicana. ¿Qué características le encuentras respecto a otros racismos?

HGB: La primera es el discurso del mestizaje, que implica la negación del racismo y vivirlo de una manera muy hipócrita. Hay que leer, por ejemplo, a Federico Navarrete, que es quien mejor lo ha explicado, así como a otros, como Agustín Basave. Esa es una característica muy mexicana: el racismo en México es vergonzante, no osa confesar su nombre, que cuando se condena es en el otro pero nunca se analiza en uno mismo (bueno, eso en general en todos lados, no nada más en México).

También la asociación entre clasismo y racismo, la dificultad para separarlos por nuestra estructura social.

Hay otras tres cosas muy mexicanas: infantilizar, lo que llamo “el racismo con cariño”, que es llamarle “negrito” al negro, “indito” al indígena. “Te quiero mucho, te trato con cariño”: es Yuri cuando dice “quiero una Yalitza en mi casa porque la quiero apapachar, que cuide a mis hijos”. Es ver a las personas indígenas como menores de edad.

Otra característica es la invisibilización de los pueblos indígenas: nunca los volteamos a ver realmente. Pregúntale a cualquier habitante de la Ciudad de México y pídele que te nombre 10 lenguas vivas en México: no va a saber.

Además, el simple hecho de hablar de indígenas como si todos fueran lo mismo, sea un yaqui o un chontal. No hay una idea de dónde están, quiénes son, qué diferencias hay entre unos y otros. Y cuando hacemos políticas públicas nunca pensamos en ellos durante el diseño. El peor de todos los casos es el de los afrodescendientes, con quienes la invisibilización ha llegado a un grado extremo, a tal grado que no estaban en la Constitución hasta hace poco, como sí estaban los indígenas. No los contábamos: no había censos con la pregunta “¿es usted afrodescendiente?”. Esto viene de hace muy poco, de la encuesta intercensal y ya estaba en el censo que se hacía este año pero que fue suspendido.

La otra característica muy mexicana es el de los racistas consigo mismos. A mí me recuerdan el libro de Frantz Fanon Los condenados de la tierra porque son los que incorporan el discurso de su opresor, se lo terminan creyendo con su condición de inferioridad, y entonces piensan que sólo pueden realizarse si dejan de ser lo que son. Entonces creen que sólo pueden aspirar a un modelo de belleza si borran sus rasgos indígenas lo más posible. Es la mujer mexicana que se tiñe de güero; México es uno de los países donde se venden más tintes, decolorantes y ese tipo de productos, y también donde hay más operaciones en el rostro. Hablé con algunos cirujanos que me explicaron el tipo de operaciones que se hacen, y son de todo lo que sea para borrar la presencia indígena.

AR: Das datos sobre la blanquitud entre los columnistas de diversos periódicos, de conductores y locutores de diversos medios. Quiero ir sobre otro aspecto: ¿cómo aborda la prensa mexicana el racismo? ¿Cómo han sido las coberturas, por ejemplo, de asuntos como el Black Lives Matter hasta asuntos indígenas en nuestro país?

HGB: Me llama mucho la atención el interés que hay en el racismo fuera de México y el poco que ha habido dentro del país. ¿Cómo cubrimos, por ejemplo, a Donald Trump y a sus seguidores? Pero hay episodios de racismo en México que pasan desapercibidos. Por ejemplo, la caricatura que circuló, cuando la boda de César Yáñez, de un perrito de raza que decía fifí de raza y otro que era fifí de ocasión. Eso en Estados Unidos hubiera llegado a los diarios, no hubiera sido nada más una discusión de redes sociales. Que varios legisladores lo retuitearan y se rieron, como ocurrió con los del PAN, hubiera sido escandaloso. El racismo en otros países tiene mucha más sanción social; aquí, en internet hay cierta sensibilidad, pero no veo que los diarios lo consideren demasiado.

El tema de Chumel Torres los medios lo tomaron porque la señora Beatriz interfirió, no porque fuera un tema de racismo. Es triste; a mí no me gustó lo que ella hizo, fue un error, y tampoco me gustó la respuesta del presidente después, pero sí reconozco que están visibilizando el tema de una manera que de otra forma no llegaría a los medios.

En ese sentido, sí le reconozco a este presidente que el tema se hable. Me pueden decir: “Pero es que lo hace para polarizar”. Okey, puede ser, pero no podemos negar que hoy la discusión del racismo y el clasismo está mucho más presente por el hecho de que desde la primera magistratura haya un reconocimiento explícito de que en México tenemos un problema de racismo. Ya lo ha dicho el presidente en algunas ocasiones en discursos públicos, como ocurrió con el pedido de perdón a España, o cuando el tema de los indígenas y los programas sociales, cuando hubo un reconocimiento explícito del problema del racismo.

En un país en el que históricamente estaba negado que hubiera un problema de racismo, creo que es importante que esto esté pasando, y por eso está llegando a los medios.

Agrego un asunto que tiene que ver con quiénes están al frente de los medios: hice un estudio de quiénes son los conductores, quiénes son las plumas, pero si haces un estudio de quiénes son los dueños de los medios, también encontraremos que probablemente 80 por ciento son personas de tez blanca y que son parte de esa élite. Tampoco es que tengan mucho interés en meter un tema que implica cuestionar sus propios privilegios.

AR: Recuperemos un caso que mencionas en el libro, de 1921, cuando El Universal hizo el concurso de La India Bonita, cuando sin mayor reparo utilizaban expresiones racistas contra la ganadora. Un siglo después comentas algunas campañas publicitarias de Sears, de Unilever, en las que aparecen personajes indígenas, y que levantaron ámpula en las redes sociales y tuvieron que ser retiradas por las protestas. En ese sentido, ¿qué avances tenemos respecto al racismo?

HGB: Hay muchos. El primero es que estemos tratando el tema: antes no hablábamos de racismo. Se empezó a hacer por el levantamiento zapatista; creo que antes no había una discusión sobre el racismo en México. Entonces, a quienes le debemos que se hable del racismo en México es a los zapatistas a partir de 1994.

La discusión estuvo en los medios en un momento, muy acotado, y luego ha estado en la academia y en la sociedad civil. Ahora la discusión se está socializando mucho más.

Sí hay cambios en el mundo de la publicidad; hay gente que se está dando cuenta de que incluso hay un mercado para otro tipo de propuestas. La gente ya se hartó de ver “güeritos bonitos” en la televisión y quiere otro tipo de cosas. Sí hay un intento por hacer un poco más inclusiva la publicidad, aunque luego también te encuentras con trampas: ya no pongamos güeritos, pueden ser morenos pero no vamos a poner gente con rasgos indígenas. Aquí el avance es bastante menor.

En la publicidad, en el cine y la televisión se puede decir que hay una apertura, pero todavía falta muchísimo.

Donde quizá más se ve la diversidad es en la política. En nuestros cálculos de distintos sectores, entre los diputados es donde más diversidad encuentras, y es algo más parecido al México real, aunque los blancos están sobrerrepresentados. Pero ahí vamos, poco a poco.

Primero tenemos que hacer grandes campañas contra el racismo porque no las ha habido en México. Debemos tener afiches, pósters, mensajes en la televisión y el presidente debería hablar más de eso en vez de tirarle tanto a sus oponentes. Alguien que tiene tanto poder y tanta influencia podría aprovechar su palabra mejor para hablar más de la necesidad de erradicar conductas discriminatorias.

Otra política que es muy importante que empecemos a pensar en México son los mecanismos de acción afirmativa, como han existido en Estados Unidos y en Brasil. Durante el gobierno de Lula se empezaron a experimentar varias de ellas, como las cuotas en las universidades para personas afrodescendientes y para indígenas.

Eso me parece clave: que las personas indígenas en México puedan acceder a espacios que les han sido negados históricamente. En ello este gobierno es muy tímido: no basta solamente con el discurso, falta más política pública real y de fondo en estos temas.

Añado que no basta con no ser racistas, sino que tenemos que ser militantes antirracistas. Debemos involucrarnos activamente en nuestro ámbito y no permitir que el racismo pase frente a nosotros.

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