viernes 29 marzo 2024

“Sufragio efectivo, no reelección”

por Gerardo Soria

El pueblo sí se equivoca, principalmente porque éste es un concepto abstracto que se refiere a un conjunto de individuos que por azar han coincidido en un mismo espacio y tiempo determinados y que, dada esta coincidencia, comparten algunos elementos culturales comunes, como el lenguaje y cierta mitología. Nada más. No hay nada que otorgue a este conjunto heterogéneo de individuos un saber o carácter moral específico. Son tan nebulosas las fronteras que delimitan al concepto de pueblo, que la pertenencia o no de ciertos individuos a éste es uno de los elementos esenciales de cualquier constitución nacional. Primero, debemos definir quiénes somos nosotros para después identificar a los otros; es decir, a aquellos que no son “nosotros”. La aceptación de un individuo como integrante de un pueblo depende, por lo general, de dos hechos objetivos: que su lugar de nacimiento coincida con el espacio que ocupa su pueblo o que sea descendiente directo de algún individuo previamente reconocido como integrante de ese pueblo. En algunos casos se requiere la concurrencia de ambos supuestos para poder ser reconocido como integrante del pueblo, tal es la pretensión de algunos grupos de extrema derecha de Estados Unidos, que pugnan por modificar su Constitución para que sólo los descendientes de estadounidenses puedan ostentar esa nacionalidad, dejando fuera a aquellos que aun nacidos en el territorio de Estados Unidos desciendan de extranjeros. Existen, también, casos extremos, en los que ciertas creencias mitológicas consiguen excluir a ciertos individuos del conjunto del “pueblo”. Así fue como, en la primera mitad del siglo pasado, la ley positiva alemana despojó de su nacionalidad a individuos descendientes de alemanes y nacidos en Alemania, pero que profesaban una mitología distinta a la del grupo en el poder.

En México, para formar parte del pueblo, para ser mexicano, se requiere cumplir con una de las dos circunstancias objetivas arriba señaladas: nacer en el territorio que actualmente ocupa México o ser descendiente de algún mexicano. Con eso basta. Así, el pueblo de México está conformado por cerca de 130 millones de individuos de todas las edades.

Párrafos arriba traté de delimitar lo más precisamente posible el nebuloso concepto de “pueblo” para alertar sobre los peligros que su manipulación puede acarrear. Por supuesto que me preocupan, y mucho, las consecuencias económicas que traerá la arbitraria e ilegal cancelación del proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de México, pero me preocupan mucho más las palabras del presidente electo Andrés Manuel López Obrador: “váyanse acostumbrando”. Y lo que me preocupa no es la consulta popular, incorporada a nuestra Constitución desde hace varios años, sino el mensaje implícito de que el presidente actuará por encima de la Constitución y las leyes. De acuerdo con la Constitución, la consulta la debe organizar el Instituto Nacional Electoral y no el partido del presidente; para que su resultado tenga validez legal, debe participar, al menos, 40% de los ciudadanos que integran el padrón electoral. El hecho de que un partido político sea el que plantea la pregunta, elige instalar más casillas en los municipios que gobierna y menos o ninguna en los que no controla, y que los votos los cuenten sus militantes y no ciudadanos elegidos al azar son razones suficientes para calificar este ejercicio como ilegal, ilegítimo y arbitrario, pero lo verdaderamente grave es que el presidente y su partido consideren como voluntad del “pueblo” el punto de vista de menos de 1% de los mexicanos. Así, la opinión de menos de 1% de los mexicanos y la voluntad sin límites del nuevo presidente se impondrá sobre más de 99% del “pueblo”. Las reglas constitucionales pretenden que la voluntad del “pueblo” sea lo más significativa posible. Se trata de tomar en cuenta a todos los mexicanos, no sólo a aquellos que el presidente quiere escuchar.

Más allá de las consecuencias económicas de este ejercicio, la empresa financiera UBS puso el dedo en la llaga: el riesgo es que se use este mismo mecanismo para despilfarrar las reservas del Banco de México, para destruir la autonomía del poder judicial o para permitir la reelección de López Obrador. Desde hoy debemos volver al lema de Madero: “Sufragio efectivo, no reelección”.


Este artículo fue publicado en El Economista el 30 de octubre de 2018, agradecemos a Gerardo Soria su autorización para publicarlo en nuestra página.

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