viernes 26 abril 2024

Sin tantita pena

por Nicolás Alvarado

El título de este texto es el de la primera canción de Alejandro Fernández que identifiqué en mi vida. No me gusta particularmente. No me disgusta particularmente. No conozco de su letra más que esas tres palabras, y las tres que las preceden –“Así, así, así…”– en el estribillo. No soy fan de Alejandro Fernández. Por no ser, no soy fan de la canción vernácula como género del cual no conozco sino generalidades. Si identifico la canción es porque, en el 2001 de su lanzamiento, era ubicua en la radio, en la televisión, en los restaurantes, en las bodas, en los elevadores.

Hasta hoy –que la googlee– no estaba enterado, de hecho, de que ése había sido el año de su salida al mercado. Pero habría podido inferirlo con relativa precisión. Porque sé que hace unos veinte años que sé quién es Alejandro Fernández, y eso porque puedo fechar mi conocimiento de su persona en el tiempo en que Eunice y yo éramos recién casados. A ella le gusta un poco. A mí me parece muy buen cantante, muy apuesto, y me aburre… ni siquiera soberanamente porque nunca hasta hoy había pensado tanto en él.

Antes de explicar por qué acabo de dedicar dos párrafos (y pienso dedicar más) a alguien que me interesa tan poco, debo añadir un dato no menor: si alguien me hubiera preguntado ayer cuántos años tiene Alejandro Fernández habría dicho “Como 50”. Deducción lógica: yo tengo 45; cuando yo era joven, él parecía un poco mayor. Ergo 50.

En efecto, Alejandro Fernández cumplirá 50 años el próximo 24 de abril. Eso también lo averigüé hoy.

¿Qué me llevo a indagarlo? Lo peor de mí.

El Financiero es el segundo o tercer periódico que reviso cada mañana, dependiendo del día. Para leer a Enrique Cárdenas, a Raymundo Riva Palacio, a Salvador Camarena. No es mi fuente principal de noticias pero también les echo un ojo. A veces navego hasta llegar al pie de la página. Hoy fue el caso.

Al calce del home, con una composición tipográfica distinta y bajo el encabezado “Te recomendamos en internet”, figuraba hoy una serie de notas de soft news: que cómo es la vida en realidad en los parques de Disney, que aguanta la respiración antes de ver a Laura Flores sin maquillaje. No es la primera vez que las veo. Por su fraseo, por su apariencia levemente distinta y por la estridencia de sus encabezados, sé que no forman parte de El Financiero sino que son enlaces patrocinados provenientes de terceras partes que no han sido contratados al medio que los alberga sino a una empresa de lo que se conoce como native advertising, que genera ganancias más bien a mi navegador de internet; así, suelo pasar de largo. Hoy no lo hice pues una llamó mi atención: “Alejandro Fernández tiene 67 años y ¡mira cómo se ve!”.

Como he argumentado ya, sé perfectamente que Alejandro Fernández no tiene 67 años. También sé que esas notas son lo que se conoce en márketing digital como clickbait: encabezados sensacionalistas que buscan llevar tráfico a un sitio que obliga a pasar por decenas de páginas para alcanzar la información deseada. Tuve que recorrer ¡118! –todas de fotos de celebridades en su juventud y ahora, muchas repetidas, acompañadas de textos insulsos– para llegar a la dedicada al Potrillo que, claro, consignaba su verdadera edad. Lo hice por la razón más estúpida posible (la ignorancia habría sido menos imbécil): saber cuántas páginas me obligarían a ver, y cómo sostendrían semejante tontería. (Simplemente no lo hicieron.)

Escribir este texto me hizo también averiguar que el sitio de dudosa ética periodística que se entrega a tales prácticas se llama Reporter Central, que la empresa que opera el esquema de native advertiising es Taboola y que picar el link que lleva a ella conduce a un mecanismo llamado AdChoice que permite desactivar ese tipo de publicidad en el navegador.

Acabo de hacerlo, sin tantita pena. (La misma que tampoco exhiben tales negocios en aprovecharse de mi morbo para hacerme minería de datos e inyectar esteroides a sus analíticos.)

 

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