miércoles 24 abril 2024

Si el Whatsapp hablara

por Alejandra Gómez Macchia
Etcétera

I.

Muchas mujeres nacimos dentro de esa generación a la que se le bautizó como “X”. Otras son más viejas, como mamá, que es del tiempo de las discotecas, así que ella es de la generación “Disco”. Algunas son mucho más jóvenes y no me queda claro a qué generación pertenecen, pero diremos que las que más abundan son las hipsters. Nada de esto importa. A la fecha todas podemos ubicarnos dentro de una sola frecuencia: la frecuencia del Whatsapp.

II.

Mi tía Pavo no dice groserías. Lo máximo que se atreve a decir es que uno es majadero si eructa en la mesa o si se pedorrea viendo la tele. Nunca he oído que mi tía se refiera al sexo. Creo que sus hijos fueron una suerte de milagro divino. Cuando fui creciendo y haciéndome más morbosa, llegué a jurar que no tenía vagina. Espero que mi tía no lea esto (aunque sé que si lo lee hará como que la virgen le habla y en su íntima intimidad balbuceará algo como: “Esta muchacha es incorregible. Es una ordinaria que se le salió a su madre de las manos, y para colmo la muy ladina es negra). La tía, olvidaba decirlo, es racista y clasista. Eso sí, reza el rosario todas la noches mientras se empuja media botella de Vermut.

III.

Tengo amigas de todas las edades. Más bien tengo pocas amigas. Creo que la mujer es el lobo de la mujer, así que por eso selecciono muy bien a las hienas que entran en mi cueva. Por el contrario, tengo amigos hombres hasta para repartir. La mayoría cree que soy más ruda que ellos. Me consideran un machito de buenos bigotes que escucha sin ejercer ningún tipo de arbitraje moral. Repito: tengo muchos amigos. La mayoría intentó algo al principio, pero cuando se dan cuenta que soy peor de cínica que ellos, reculan en sus intentos de ligue. Dicen que estoy loca.

IV.

Las cuatro amigas que tengo oscilan entre los 30 y los 50 años. Las de treinta me juzgan todo el tiempo. Me dicen que soy una amargada imposible. Ya no me gustan los antros, prefiero las pedas de buró. Por eso me buscan poco, por aburrida. Por otro lado, las cincuentonas se divierten como locas conmigo porque les recuerdo a ellas mismas cuando tenían mi edad. Algunas de ellas se niegan a envejecer y terminan haciéndose amigas de mis otras amigas para agarrar fiesta y muchachos jóvenes.

V.

Cuando mis amigos varones me enseñan sus conversaciones en el teléfono, noto que son bastante pragmáticos. Debo decir que casi todos son o fueron bastante donjuanes.

Ellos pasan el día pensando a ver a quién se cogen. Quieren coger todo el tiempo y de preferencia a mujeres que no son suyas.

En los mensajes que envían a sus cuates evitan ser demasiados explícitos sobre sus ligues. Supongo que porque si quieren cogerse a una mujer no se la van a dar a desear al amigo. Igual y con el tiempo, y después de consumar sus planes, sueltan algunos detalles, pero no demasiado reveladores. Sólo ponen: “estaba buena, pero tenían un All Bran en la cabeza” o “esto ya murió, era peor que Glen Close en Atracción Fatal” o ” para un revolcón estuvo padre, pero mejor que la aguante su marido”.

Así “textean” mis amigos sobre sus amantes. A mí me muestran los mensajes pues, como ya dije, no me asusto de nada y no los ando juzgando. Soy un buen “compa”.

VI.

Hace unos días uno de estos amigos me enseñó horrorizado un hallazgo dentro del celular de su ex. Ella era una mujer entrada en carnes a la que conoció de rebote el día que su amante en turno chocó en la calle M. La señora le gustó más que su accidentada mujercita, así que no tuvo empacho en curarle las heridas a la primera para, acto seguido, acabar acostándose con la segunda. Él fue todo un casanova en su juventud, y por lo tanto asumió con estoicidad los errores del pasado de la que hasta hace unos días consideraba como “el dulce baculito de su vejez”, como decía Efraín Huerta.

El caso es que en un mal día, mi amigo abrió su computadora y se dio cuenta que en ella se encontraban los respaldos del Whatsapp de su querida dama. Lo que vio le cortó el aliento. Se horrorizó, se escandalizó, se talló los ojos para comprobarlo, mentó madres, quiso romper el aparato, hasta que decidió calmarse y zambullirse a todo aquel chisme que terminó por partirle el corazón.

Sus hijas ya se lo habían advertido: esa mujer es una lagartona que lo único que quiere es bajarte el varo con toda impunidad para írselo a gastar con sus amantes jóvenes. Por supuesto que mi amigo no les creía pues, ante todo, debía salvaguardar su hombría, ¿cómo chingadamadre le iban a hacer una marranada a él si aún era un portento de caballero?

Pues se la hicieron. No voy a decir que bonita, porque las traiciones son un tema delicado y más si se profieren a un macho alfa.

A los pocos días me lo topé y me contó todo. Y no se limitó en contármelo, sino que me enseñó lo que él nombraba sin empacho “las puterías de esa vieja”.

Yo releí un par de veces las conversaciones. En primera he de decir que la señora tiene una ortografía de miedo. En segunda, y muy a mi pesar, no me sorprendí de lo que estaba leyendo porque, como mencioné al principio, las mujeres somos unas frente a la sociedad que nos lapida, y otras en el Whatsapp.

“¿Qué te parece?”, me preguntó el amigo. Yo le contesté con algunos datos duros (ya les dije que soy ruda). “Mira, la gente no cambia. Tú la conociste siendo la amante de “X” y a ella le importó muy poco acostarse contigo siendo amiga de tu mujer en turno. Como dice tu hija: todos, menos tú, nos dábamos cuenta que ella tenía los colmillos más afilados que Nosferatu. Tú estabas, lo que se dice vulgarmente, enculado (y muy válido, tenía buenas nalgas). Ella ha ido escalando por una causa que muchas mujeres consideran noble: “los hijos”, es decir, ella, que no tiene más habilidades que andar bien en tacones, ergo, ha tenido que solventar la educación de los chavos agarrándose a hombres que le generen dividendos. A ti te ha estado yendo mal, (y lo dice acá en el mensaje del día 3) entonces se aprestó para no bajar su nivel de vida.

No la estoy disculpando, pero eso es lo que veo sin apasionamientos. Aparte, querido, tú no has sido una perita en dulce”.

El amigo, desesperado, juró que se vengaría. Yo le dije que si eso lo iba a contentar, que contara conmigo.

Pero, ¿qué fue lo que más le asqueó de todo este asunto?

¿Descubrir que su ex mujer siempre tuvo vidas alternas? Sí, obviamente de ahí reside su enojo, pero lo que no podía tolerar era el lenguaje y las descripciones tan gráficas sobre otras relaciones que hacía su mujer con otra amiga. “Es que ve nomás, parece un albañil, ni yo me atrevo a escribir este tipo de obscenidades”.

En pocas palabras, la señora daba una cátedra magistral de las diez cosas que hay que hacer para que un hombre te resuelva la vida a cambio de darle tus atributos traseros.

La otra amiga era menor, “menos mañosa”. Era la alumna que tomaba diario su lección vía WIFI.

Fue entonces que confirmé mi tesis sobre la discreción de los hombres en los chats. Ellos, los de determinada edad por supuesto, no se aventuran a exhibir el menú en pleno por miedo a que el interlocutor les baje a la mujer.

Pero nosotras… ¿Qué no le contamos a las amigas?

VII.

Los teléfonos de las chicas a los que he tenido acceso (y por qué no decirlo, en conversaciones propias), hay un desplegado de minuciosas descripciones sobre lo que hacemos o anhelamos hacer, que bien podrían servir para la próxima edición de “Sensacional de traileros”. Pero ojo: no por eso dejamos de ser “las respetables” a la hora de soltar el teléfono.

VIII.

Mi tía Pavo sigue vivita y coleando. Hace ya algún tiempo descubrí que sí tiene vagina. Mi tía sigue pensando que soy negra y mal educada. Ella continúa omitiendo las malas palabras dentro de sus conversaciones.

Mi tía tiene muchas amigas. Muchas, muchas. Se reúnen los martes a jugar canasta. Es viuda desde hace 9 años. Alguna vez me enteré que su marido tenía dos casa más y que ella nunca olvidó a un tal Flavio que la pretendía a los 19 y que terminó casado con una prima suya.

La tía Pavo sí tenía vagina.

La tía Pavo no tiene celular. Dice que esas cosas son del diablo.

Sus amigas sí tienen… y no sólo lo usan para monitorear a sus nietos.

Ellas sonríen más que la tía Pavo.

Son de la generación del mambo… y del Whatsapp.

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