sábado 18 mayo 2024

Señor, este país no es serio

por Óscar Constantino Gutierrez

El último mitote de las redes es que John Ackerman y Sabina Berman se pelearon, se acusaron mutuamente de no ser fieles al soviet y, como remate de su conflicto, concluyeron anticipadamente la actual temporada del bodrio televisivo que conducen y se paga con nuestros impuestos. El divorcio les salió bien: cada uno tendrá su propio programa en Canal Once.

Un pleito como ese no debería merecer la mínima atención, pero ahí vamos todos a comentar el asunto. Pero, ¿hay otros temas en un país en el que la conducta de los políticos está a la altura del betún? Si tanto el secretario particular del presidente López como su vocero están señalados por presuntas operaciones irregulares y el hermano del camarada Andrés es protagonista de unos videos que hacen ver a Bejarano como un tierno niño de kínder, sólo hay dos opciones de debate público: el de la agenda de intereses nacionales que no se atienden (salud, economía, tributación, energía, seguridad, Estado de Derecho) o el patichapoyismo político. Desafortunadamente, la gente encuentra más atractivo pitorrearse de John Hackerman y Sabrina Birdman que discutir la política tributaria de México.

Y es culpa de todos. En la república del like, importa más comunicar algo gracioso que una reflexión profunda. Uno de los futuros premios Xavier Villaurrutia (y duende de jardín viviente) reconocía que mucho de su estilo narrativo debía ser divertido, no porque intentara emular a Jorge Ibargüengoitia, sino porque nadie iba a leer columnas donde sólo hiciera reflexiones sobre Borges o Revel. Bastantes de los exquisitos de la pluma se resisten a este enfoque y pergeñan textos tan aburridos y sangrones como usar el verbo pergeñar. Pero esos escritores finos siguen siendo minoría en un país donde cualquier tuitero se siente William Somerset Maugham (o Truman Capote). Algo peor se puede decir de los youtubers cuatreros, cuya vulgaridad, irracionalidad y estulticia ignorante los ubica como dignos discípulos de Gerardo Fernández Noroña. Así, los autores en México se dividen entre los que pueden escribir con seriedad de asuntos coyunturales, pero no quieren hacerlo… y los que simplemente son incapaces de hilar tres ideas pertinentes (que son mayoría y sólo expelen lugares comunes).

La primera gran batalla que López ganó fue la de imponer la trivialidad en el discurso público. En este país se discuten estupideces: los errores de dicción del mandatario, sus pifias históricas, su falta de arreglo personal o el resto de sus actitudes contrarias a la condición de Jefe de Estado.

Sí, el nivel de la conversación es culpa de la comentocracia, pero también es responsabilidad de un régimen que ha normalizado la ineptitud y tontería. En el proceso comunicativo, el exceso de bobadas las convierte en actos de corta vigencia que tienen sus minutos de gloria o trending topic y son sustituidos por una nueva necedad. Al volverse cotidiana la gansada, se pierde la sensibilidad, capacidad de asombro e indignación. La gente reacciona a los picos del escándalo y regresa a la línea media. Esta saturación explica que la sociedad no condene a gobiernos que cometen miles de conductas reprobables, cuando esa misma sociedad (durante las administraciones anteriores) hubiera exigido dimisiones por apenas una fracción de esos comportamientos. Los casi 100 mil muertos de López-Gatell son prueba de que la gente no reacciona como antes: la incompetencia se volvió costumbre.

Este país no es serio, pero puede serlo. Para lograr ese cambio, hay que empezar a criticar, cotidianamente, la trivialización de lo público. Aunque ello no gane likes o parezca poco popular a los imitadores de José Emilio Pacheco. Necesitamos analizar y discutir los temas importantes y dejar de hacerle el juego al señor de las cajas chinas, ese que vive en Palacio Nacional y se divierte con los ciudadanos como si fueran los habitantes de un hormiguero en vitrina…

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