viernes 29 marzo 2024

Las sendas entre Bartók, Debussy, Stravinsky y el rock progresivo

por Marco Levario Turcott

Sólo algo hermoso podría surgir de Bartók, Debussy y Stravinsky, en particular de la veta impresionista, folclórica de Europa central y sinfónica: se llama Rock Progresivo y es además uno de los referentes cúspide del compromiso con la creatividad y la ejecución virtuosa, tanto que el mismo (sub)género nos impide una definición más precisa salvo que desmenucemos periodos, estilos y regiones. Es comprensible, no son lo mismo las atmósferas psicodélicas e incluso esotéricas de Van de Graaf Generator, y ahí el joven Robert Fripp, que el mismo King Crimson (comandado por Fripp) porque, además, el progre abrevó de la poesía de Dylan o de bandas como Pink Floyd (el rock espacial) y hasta The Beatles, cómo no considerar a Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band, por ejemplo.

En otro momento elaboraré una especie de árbol de la vida del Rock Progresivo, entre otras cosas porque me remite a eso precisamente, a un mistema musical con tantas ramificaciones que sólo puede mirarse a lo lejos en su frondosidad o a través de internarse en alguno de los tallos y ahí perderse entre el melotrón –inventado en los 50 del siglo pasado, en EU– o los movimientos de la música clásica y el jazz. Aquel mistema implica variedades, mixturas y sonidos y subgéneros; el sonido Canterbury remite a Camel o a Gong, dos de los grandes grupos de todos los tiempos o el Krautrock a Brian Eno, por favor mientras leen esto oigan Radar Love de la banda holandesa Golden Earing, más aún, podemos tomar como referente al ya citado Rey Carmesí y afirmar que incluso sus discos guardan diferentes sentidos y apuestas –lo que se explica también por el continuo cambio de sus integrantes (y en esta pléyade de corrientes, hay quienes llaman “Metal progresivo” a lo primero que hizo Queen).

King Crimson

Entonces, no es lo mismo The Moody Blues (y algo que al menos a mí me suena más a una balada como lo es Nights In White Satin y lo digo con la seguridad de que en estos temas no hay intenseos) que el holandés Focus y la savia de la música clásica y la flauta, y ni siquiera en esa misma vertiente se parecen Focus a los conocidos italianos New Trolls y Jethro Tull, ya no digamos el canadiense Rush y la preeminencia del sintetizador. Ni qué decir de lo más consumible que, al menos para mí, significó un abandono del origen: Emerson, Lake & Palmer y The Alan Parsons Proyect, entre otros grupos edulcorados con el pop (desde mi punto de vista, claro).

No hablaré de Génesis o Yes ni del (renegado) Gentle Giant, ni de las bandas italianas Área y Premiata Forneira Marconi –esta última que no se explica sin Génesis y King Crimson–. Ni siquiera del grupo que más prefiero en el subgénero clásico que es Celeste; Setteottiavi está entre lo más hermoso que he escuchado en mi vida, tanto como Principe di un giorno; si ya lo conocen tendrán en cuenta las percusiones y el sax, y si no lo han hecho junto con ello podrán perderse en los ambientes clásicos nada más guiados por la flauta y el melotrón.

Jethro Tull

O sea que al final de todo esto me quedo con el impulso creativo, no exagero si escribo que también filosófico, del rock progresivo, en donde por ahí merodeó alguna vez incluso Clapton con Roger Waters y hasta algo al lado de Phil Collins. Tampoco exagero si digo que Ovo, la soberbia creación de Peter Gabriel no se explica sin el progresivo (fue parte de Génesis). Es decir, que sólo escribí por escribir, para hablar de música y escucharla mientras lo hice, con la seguridad de que por esos senderos sí se nos puede ir la vida. ¿Me permiten dejarlos con este solo de Ian Anderson? Anden, escuchemos música.

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