jueves 18 abril 2024

Seguridad Nacional en un hoyo negro

por José Buendía Hegewisch
Etcétera

La evasión del capo coloca al gobierno ante una situación de “emergencia”.

Cuando el gobierno de Peña Nieto volvía a respirar con la mayoría en la Cámara de Diputados de la pasada elección, la realidad tirana otra vez superó sus peores pesadillas con la fuga de El Chapo, por segunda ocasión en 14 años, de la justicia. El nuevo “golpe” se suma a la saga de daños en seguridad y derechos humanos que carcomen su credibilidad en el último año. Y más grave aún: su negativa a los cambios profundiza la idea de falta de liderazgo y conducción para responder a la crisis fuera de su control. Otra vez no hay señal de responsabilidades en el gabinete ante un problema de seguridad nacional, como revela la fractura del aparato estatal en la prisión de máxima seguridad de El Altiplano.

La dimensión de la crisis la fijó la Comisión Bicamaral de Seguridad Nacional del Congreso de la Unión cuando citó a comparecer a los titulares de Gobernación y de la PGR, así como al comisionado nacional de seguridad y al director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen). La evasión del delincuente más buscado —y que se creía el reo más vigilado de las prisiones— coloca al gobierno ante una situación de “emergencia”, pues no sólo afecta la seguridad nacional y debilita la estrategia ante las drogas, sino que también deteriora su imagen en el exterior, señaló en un comunicado.

La evasión deja una idea general de indefensión, por eso el SOS de la Comisión no es exagerado. La capacidad de El Chapo para burlar la inteligencia y la justicia es muestra patente del autogobierno de la corrupción que hay en las prisiones y la evidente complicidad de autoridades. Si el crimen rebasa a la autoridad en las calles de algunas ciudades del país, la prisión es el último reducto del monopolio del Estado. Perder el control a manos de funcionarios de penales, o peor aún de reos, desnuda el descontrol sobre la seguridad y la profunda incapacidad del Estado para impedir que se fugara otra vez, a pesar de que el propio Peña Nieto advirtiera que sería “imperdonable”. Prueba de ello, por ejemplo, es la correlación que muestran varios estados del país entre los índices de inseguridad en los penales más violentos y el mayor deterioro de la seguridad pública en la calle. Ciudades top en la lista de las más peligrosas del mundo, como Ciudad Juárez o Tijuana, revelan que las políticas para limpiar las cárceles se reflejan en una disminución del delito en las calles.

En contraste, la fuga es la otra cara de la moneda de la debilidad de la justicia y su creciente descomposición por la corrupción en que se manejan sus aparatos más allá del control del Estado. Cuando se vulnera una de máxima vigilancia y el reo es reclamado por otros países (Peña Nieto se negó a extraditar a El Chapo a EU), el problema se convierte en una crisis de seguridad nacional. Por eso es la mayor fractura que tiene que enfrentar Peña Nieto tras la secuencia de crisis sobre derechos humanos y seguridad que lo golpean en el último año, junto con los escándalos de corrupción que también salpica a su gobierno.

¿Y cuál es la respuesta frente a la emergencia? La mística del gobierno puede resumirse en la declaración de Osorio Chong tras la fuga: “Las crisis no son para renunciar, sino para enfrentarse”, mientras la oposición demanda en el Congreso su salida como responsable de la seguridad interior. ¿Puede enfrentarse sin cambio en el gabinete? Si bien las crisis pueden ser una oportunidad, no parece posible cambiar el rumbo sin asumir responsabilidades que implica la burla de la huida para el Estado. Y de que las dudas sobre las políticas contra el crimen y el narco deriven, como advierte el Congreso, en una crisis a la seguridad nacional.

Pero el gobierno parece, otra vez, creer que el tiempo puede restablecer el rumbo de la política interior sin necesidad de hacer cambios en los puestos de mando, a pesar de que la tormenta política no hace sino arreciar en el horizonte y aún le queda la mitad del viaje.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 16 de Julio de 2015, agradecemos a José Buendía Hegewisch su autorización para publicarlo en nuestra página

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