viernes 19 abril 2024

La Sana Distancia digital

por Leo García

En los recientes meses, al menos desde diciembre de 2019 y hasta este marzo 2020, las palabras “coronavirus” y “covid” son de los términos más buscados en Google por todo el mundo. No es para menos considerando las dimensiones históricas de la pandemia que se vive porque es un problema que aún no se resuelve.

Para México específicamente, en los recientes 90 días, la principal búsqueda en Google ha sido la palabra “coronavirus”, que ha aumentado en más de un 5000%; le sigue la combinación “síntomas coronavirus”, con un aumento de 2800% y, en tercer lugar, “alcohol en gel”.

Los seres humanos necesitamos información para modelar ideas, resolver dudas, tener elementos para entender el entorno próximo y formar un criterio con el objetivo final de conducir nuestro comportamiento. Para conseguir la información recurrimos a todas las fuentes a la mano, pero el problema es que no siempre la información que se consigue es de calidad, o cuando se recibe viene con cargas y sesgos del emisor. Ahora con el alcance de los medios digitales, y específicamente las redes sociales, para un usuario promedio no hay diferencia entre una opinión e información veraz y sustentada.

Mucho más que en Google, las redes sociales son donde se busca información, sobre todo para tener la retroalimentación de a quienes vemos como nuestros próximos y similares, el prójimo.

Es más sencillo aceptar información y confiar cuando el emisor es alguien a quien de antemano se está dispuesto a creerle. Está en la naturaleza del ser humano aceptar como válido los dichos e imitar las acciones de aquellos con quien tiene afinidad. Sólo que eso también incluye que se “contagie” de las cargas emotivas, que en situaciones como la actual, lo que más fácilmente influye son la ansiedad y el miedo, y con el riesgo real que crezca hasta ser un pánico incontenible con alcance más allá de la pantalla.

Y eso es parte de los grandes riesgos para una situación como la que se vive actualmente en el mundo, porque además, y como muchas veces antes se ha procurado explicar en este espacio, eso propicia el inicio de las dinámicas antagonistas y de polarización. Los infaltables y casi eternos pleitos entre usuarios con posturas opuestas sobre un mismo tema. Sí, somos capaces de polarizar hasta los temas de salud pública.

Casi salta a la vista. En los más recientes días desde la sociedad civil a través de las redes sociales empezó una convocatoria como iniciativa propia de ir atendiendo la recomendación de la distancia social como medida de precaución para disminuir el ritmo de contagio del coronavirus.

Y como no podía faltar, desde el extremo opuesto de ideología y simpatía política, se ha criticado diciendo que no hace falta aún o que son teorías de complot con perjuicio dirigido a la economía.

La escena se vuelve aún más compleja, por si no fuera suficiente, con la aparición de las infaltables teorías de conspiración, bien sea por ingenuidad, legitima ignorancia, o verdadera malicia. Como sea, el efecto adverso es igual de nocivo.

Este es el peor momento para querer arreglar a las plataformas de interacción social digital y lo que queda realmente a la mano del usuario es asumir la responsabilidad y cuidado de lo que consume de contenido y cómo reacciona con ello.

O un poco más. Es momento de asumir la responsabilidad de a quién se le da atención y desapasionadamente discernir la conveniencia de lo que aporta a la conversación para el momento que vivimos.

No son nuevos ni desconocidos los efectos adversos que genera la confusión surgida de las redes sociales o la abierta manipulación por desinformación. Tan es así que hoy, para este momento, las tres principales plataformas globales de interacción social, YouTube (Google), Facebook y Twitter, han incluido en sus reglas y términos de uso conceptos relacionados a la crisis por la pandemia que ronda al mundo.

Pero no se les puede dejar todo el trabajo, siendo que el inicio, medio y fin, de estas campañas es precisamente el usuario mismo.

Somatizando la información

Además de la complejidad de comunicación y percepción por la calidad de la información, se suma la gravedad misma de la situación que estamos viviendo.

Una crisis de salud causada por un virus desconocido, que apenas está siendo estudiado y para el que no hay un protocolo de tratamiento efectivo ni mucho menos hay vacuna y que como consecuencia final puede causar la muerte, no es fácil de entender. Los retos de comunicación son mayúsculos cuando además en el mismo tema se complica por sus implicaciones económicas y políticas. El remate puede venir cuando además la información es contradictoria, imprecisa, e incluso las mismas autoridades y gobiernos son quienes propician la confusión con sus acciones y su opacidad.

Para la mente humana percepción es realidad. En la percepción del usuario esta sobrecarga de información de mala calidad y confusión causa malestar a nivel emotivo; se produce sensación de agobio, temor, preocupación y desconfianza.

Y no sólo eso, es posible que incluso se somatice y manifieste síntomas físicos. El agobio, el estrés y la ansiedad que generan semejantes cantidades de información y su impacto, puede llegar a causar cansancio no sólo mental o emocional sino físico y todos los síntomas asociados: dolor de cabeza, de estómago, reducción en la capacidad de concentración, alteración en el ritmo cardiaco y la presión arterial.

¿Qué se puede hace entonces?

Una idea que se ha propuesto es aplicar una lógica similar a la que se intenta como contención del contagio viral, hacer una sana distancia digital.

Algunos autores proponen pasar lo menos posible de tiempo conectados a Internet. Pero en una dinámica de confinamiento y donde la información es un elemento clave, puede ser la opción menos viable. Sin embargo, lo que está a la mano del usuario es entender, con carácter de principal prioridad, a distinguir las fuentes válidas de información, aunque eso desafíe los consejos, dichos y supuestos de su círculo próximo.

También está a la mano elegir y hacer tanto como pueda por distinguir la información sensacionalista, inverosímil y manipuladora, que tan fácilmente se circula en momentos como el actual y evitar su difusión.

La calidad de la información es el principal sustento para entender una situación y reaccionar de la mejor manera posible a los problemas que aún nos quedan por delante.

Un reto no menor al que representa en sí mismo hacer lo posible por lidiar con un agente patógeno que ha avanzado por buena parte del planeta. Y la larga estela de consecuencias que ya acarrea.

Hagamos red, pero elijamos cuando y como seguimos conectados, y a quién le damos nuestra atención.

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