jueves 25 abril 2024

Risas en la cocina

por Juan Villoro

En Pulp Fiction, Quentin Tarantino definió el lugar de los mexicanos en la vida norteamericana. Unos asaltantes sacan sus armas en una cafetería y todo mundo se paraliza. De pronto, se oye un ruido en un cuarto trasero. Sin saber quién o quiénes están ahí, uno de los criminales dice: “¡Saquen a los mexicanos de la cocina!”. Ninguna otra nacionalidad puede ocupar ese espacio.


Recordé esto en la cafetería Neil's de Nueva York, un sitio pequeño que conserva muebles y recetas de los años cincuenta. La cocina es aún más reducida y está abierta a la barra. Es imposible pasar por alto a quienes ahí trabajan, pero sobre todo, es imposible no escucharlos. Los cocineros hacen bromas rebanan tomates al ritmo de sus carcajadas, silban melodías y cantan a coro. En los raros momentos de silencio, comparten órdenes de trabajo o dicen una frase motivacional como “¡Ay, vida, no me mereces!”.


La situación de los mexicanos en Estados Unidos dista mucho de ser idílica. Desde el punto de vista laboral, es preferible a la que tienen en México, donde ganarían diez veces menos. Más allá de los sinsabores, el humor migra con ellos. Incluso los comensales que no hablan español disfrutan la algarabía de los cocineros y lavaplatos de Neil's. Como en una pieza de teatro del absurdo, sonríen sin comprender el sentido de las palabras.


Presencié esta escena en la zona Este de la ciudad. Al otro lado de Central Park, la Torre Trump ostenta el nombre de su propietario en letras doradas. Durante más de medio año hemos visto la irresistible ascensión del candidato que basa su campaña en el desprecio de los mexicanos. Como Hitler y Mussolini, el excesivo republicano fue descartado en un principio como un payaso que buscaba en el nacionalismo una respuesta para las vencidas ilusiones de las masas. Como ellos, ha conseguido encandilar a un numeroso sector de la población.


Con menos estridencias, Ted Cruz, candidato oficial republicano, tiene propósitos más reaccionarios. Trump propone construir un muro en la frontera. Cruz no apela a esta fantasía medieval; de manera más sobria, y más amenazante, prefiere un control burocrático de los ilegales.


El país de Jefferson ha caído en una degradación insospechada. Más allá de sus propios errores, Barack Obama no puede gobernar porque carece de mayoría en el Congreso. Pero los republicanos disponen de un poder que, curiosamente, no satisface a sus lectores. La popularidad de Trump se explica porque los votantes están hartos de los conservadores profesionales en Washington. Obama es bloqueado por defensores de la tradición repudiados por sus electores.


El campo demócrata es más claro pero no muy esperanzador. Si Bernie Sanders ganara la nominación, la política se polizaría en tal forma que, posiblemente, el Partido Republicano se apoderaría del centro. Hillary Clinton podría ganarle al exaltado Trump, pero tendría menos posibilidades con un fascista sereno como Cruz.


Hillary representa el triunfo de la experiencia sobre la esperanza. Conoce perfectamente el sistema político de su país y se adapta a las circunstancias con terso pragmatismo. En su condición de candidata, niega posturas que antes aprobó. Cercana a los circuitos financieros, critica a Wall Street por la crisis que empezó en 2008; hasta 2013, Hillary se oponía a los matrimonios del mismo sexo; ahora los defiende. Pero Sanders es demasiado progresista para cautivar al votante medio. Su principal apoyo proviene de jóvenes entre diecisiete y veintinueve años (en esta franja de la población superó a Clinton en trece de las primeras quince primarias). En The New Yorker, Ryan Liza comenta que el verdadero triunfo de Sanders puede consistir en preparar una candidatura del futuro, como sucedió con George McGovern, que perdió estrepitosamente ante los republicanos, pero permitió que ciertos demócratas se formaran con él, entre ellos Bill y Hillary Clinton. Esta profecía es optimista en lo que toca al acceso al poder. También revela que para conseguirlo hay que ser como los Clinton, que prefieren la adaptación a la convicción.


En el mejor de los casos, las elecciones de Estados Unidos serán un gasto multimillonario para dejar las cosas como están. Mientras tanto, en las cocinas del imperio, los mexicanos calientan la comida, y no dejan de reír.



Este artículo fue publicado en Reforma el 25 de marzo de 2016, agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página

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