jueves 25 abril 2024

Me retiré de mí mismo

por Rubén Cortés

Acaba de ser publicado Por qué escribir, el último libro de Philip Roth: lo dejó preparado y editado para que apareciera tras su muerte (22 de mayo de 2018). Es el colofón sabio, heroico de un hombre que no temió a vivir alejado y convertirse en lobo solitario.

De Editorial Random House, son 576 páginas de ensayos, entrevistas y discursos de Roth de 1960 a 2013, traducidos por el más sensible y creativo de los traductores de Roth al español, Jordi Fibla. El mejor texto del libro es Patrimonio.

Y es una bendición volver a leer inéditos de quien es el Nobel particular de muchos que lo consideramos el gran escritor estadounidense de la segunda mitad del siglo XX y, como en Patrimonio, a un Roth legítimo, puro, duro, fiel a nosotros.

Un gran ejemplo es este párrafo:

A los hijos de inmigrantes se les hizo sentir inferiores, ignorantes, torpes, rudos, intelectualmente obtusos. En cierto sentido todas las generaciones estadounidenses son generaciones intermedias que se mueven entre las lealtades heredadas al nacer y los requisitos de una sociedad en radical transformación.

Lo notables es que se trata del mismo escritor que nos dejó, en La macha humana, por ejemplo, párrafos de un cariz diametralmente diferente acerca de los mismos seres humanos a los que se refiere en Patrimonio, pero que en La Mancha humana son otros:

Como dice la fantasía de nuestro orgullo desmesurado, estamos hechos a imagen de Dios, de acuerdo, pero no del nuestro…, sino del de los antiguos griegos. Dios vicioso. Dios corrompido. Un dios de la vida si jamás ha existido. Dios a imagen del hombre.

De todos modos, con Roth uno siempre acaba enredado con la cubana Consuelo, de 24 años, de El animal moribundo, de su boca arqueada y cutis pálido, que lleva desabrochados los tres primeros botones de la blusa y deja ver unos pechos poderosos y bellos.

Y del sexo. Del sexo como lo describe Roth, quien en La mancha humana lo trata como una corrupción redentora que contrarresta la idealización de la especie y nos hace conscientes de la materia que somos.

Pero en El animal moribundo lo describe, al sexo, como el fulgor de la belleza y de la sana locura del deseo; como una expresión  humana sin igualdad, porque no existe ninguna igualdad sexual, porque no existe una manera de manejar esa cosa tan salvaje.

De eso fue capaz de escribir Roth cuando ya era un lobo solitario en las montañas de Newark, encerrado todo el día, sin Iphone, google, fax o email, pensando que ser viejo es lo mismo que esa chica fea que está en el rincón del baile.

Sin embargo, escribió lo más bello del siglo.

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