jueves 28 marzo 2024

República disfórica

por Walter Beller Taboada

Fuera del campo del psicoanálisis, no es muy común usar el adjetivo ‘disfórico’. Se opone a eufórico. Si la palabra euphoria quiere decir etimológicamente“

la fuerza para llevar o soportar algo”, la disforia se caracteriza generalmente como una emoción desagradable o molesta, como la tristeza que acompaña a un estado de ánimo depresivo. Nuestra república parece experimentar actualmente la disforia en materia económica, lo que repercute en la cultura y la educación. Con el pretexto de la austeridad, el país estrecha cada día sus posibilidades y eso va empobreciendo hasta caer en el punto de la tristeza para el desarrollo humano e institucional.

En la esfera de la cultura han ocurrido recientemente cosas bastante preocupantes.

  1. La degradación de unas publicaciones del Fondo de Cultura Económica al nivel de papeluchos (con portadas de ínfimo diseño);
  2. La negativa del encargado del despacho de esa editorial –un inconsistente Paco Ignacio Taibo II– a asistir a la feria del libro de Frankfurt (con lo cual se pierde un escaparate para la venta de derechos de publicación de obras de autores mexicanos a nivel internacional);
  3. La desafortunada y sesgada opinión del titular de la Dirección General de Bibliotecas, Marx Arriaga, quien consideró “ideológica” la colección “México Lee” (que incluye obras de Enrique Krauze y Aguilar Camín), publicada en 2012 por el Estado para dotar de libros a los recintos bibliotecarios;
  4. Lo que muestra un informe del INEGI puntualizando que en promedio los mexicanos gastan en libros quinientos pesos al año mientras que derrochan tres mil pesos al mes en bebidas etílicas y cigarros.

Getty Images

El delirio desbordado por la austeridad muestra en la cúpula gubernamental una extraña apoteosis: el hacer menos con menos es tinte de orgullo para quienes manejan la publicación y circulación de bienes culturales, como son los libros. Se quiera o no, así se fomenta una cultura de miseria dirigida a miserables. El estado de cosas aún puede ser mucho peor cada día.

Todas las decisiones parecen encuadrarse bajo la premisa  del nacionalismo del fracaso (sobre este, ver “Crisis del pensamiento europeo” en Roland N. Stromberg, Historia intelectual europea desde 1789. Ed. Debate), frente al nacionalismo de triunfo.

TAMBIÉN EN CIENCIA Y CULTURA LOS VACÍOS SE CUBREN

El contraste se refleja en la noticia de que ocho niños mexicanos, apoyados por el cineasta Guillermo del Toro, obtuvieron medallas olímpicas en matemáticas. Los niños tenían dificultades para financiar su viaje a Sudáfrica y participar en el International Mathematics Competition, por lo que Guillermo del Toro les ofreció asumir los gastos. Ese es el nacionalismo del éxito. El cineasta cubrió el vació que el Estado mexicano dejó sin ocupar.

En cambio, el Fondo de Cultura Económica crea con su actual director una colección denominada “Vientos del Pueblo”. Nunca se explicará a satisfacción quién será el beneficiado por los ridículos precios de ¡8 pesos! el ejemplar. Se parte de un criterio no demostrado: la gente no lee porque los libros son caros; ergo, si los damos a precios de regalo, la gente va a leer.

No es la primera vez en la historia mexicana que vemos algo así. También Vasconcelos buscó allegar a la población los libros de la cultura clásica griega y romana. Pero la diferencia entre él y el ahora es abismal. La idea central de la formación propuesta por Vasconcelos residía en convertir la escuela en “una casa del pueblo” y al maestro “un líder de la comunidad”. Sus postulados básicos fueron: traducir obras clásicas, la distribución masiva de libros y la edificación de bibliotecas, así como el subsidio al arte y las humanidades. Hoy caminamos en sentido inverso: las obras clásicas se ven con desconfianza o se excluyen autores al más puro estilo estalinista. Las becas del FONCA desaparecen o se reducen (no alcanzan ni para comprar libros del FCE).

Un problema fundamental adicional es el mensaje que acompaña a esa acción populista. Las editoriales privadas, sean o no mexicanas, vuelven a vivir nuevas dificultades como en los años 80 y 90, cuando lamentaban la competencia desleal con una editorial del Estado. Resolvió entonces el gobierno mantener precios no tan subsidiados para que hubiese competencia leal en el mercado de libros. El populismo vuelve a hacer uso del dinero (que nunca fue abundante) del subsidio de la federación, pero para fines demagógicos y nada eficaces, lo cual afectará en mayor o menor grado a la industria editorial.

Ilustración: Patricio Betteo

Hay que reconocer el esfuerzo gubernamental por elevar nuestros escasos índices de lectura. Pero para ello se necesita un impulso a la lectura en todos los espacios sociales, empezando por las aulas (como pensó Vasconcelos). Y he ahí el problema. Al desaparecer el concepto real de “calidad de la educación” en la normativa de la SEP, no habrá ya estímulos institucionales para que los profesores de educación básica se ocupen por la mejora en las habilidades de lectura de sus alumnos (aunque, naturalmente, a nivel individual los maestros harán acopio de experiencia y empeño para que sus estudiantes encuentren las capacidades y hasta el gusto por la lectura. Siempre habrá un generoso Guillermo del Toro).

A esto añadimos el anuncio de la CNTE de elegir, distribuir e imponer libros de texto en ciencias sociales con perfiles marxista-leninistas. Cuando uno pensaba que la posmodernidad y la caída del Muro de Berlín habían dejado el panorama despejado y abierto a nuevos horizontes intelectuales, sobreviene este intento de volver al pasado de la URSS. La SEP aseguró que no se va a permitir que particulares (léase, el sindicato) tomen decisiones a ese respecto. Lo cierto es que el presidente se ha reunido durante ocho ocasiones con gentes de la CNTE, lo que hace prever que pronto veremos ediciones del Manifiesto del Partido Comunista a 8 pesos.

UNA AFIRMACIÓN QUE NO LA TENÍA NI HIDALGO

Otro desencanto es que en el presente se han invertido las prioridades. Antes se pensaba en que la ciencia era fundamental para el desarrollo de la sociedad. Que representaba un activo y una palanca del progreso económico y social, siendo una atalaya para combatir los efectos de la devastación ecológica, las enfermedades, las deficiencias alimentarias; un medio para favorecer la industria y el comercio. En suma, quienes hacen la ciencia pura y aplicada son personas a las que el Estado debe apoyar para que desplieguen su labor. Pero el propio presidente bajó totalmente el nivel de ciencia al que aspira el país. Cuando él aparece en un video proponiendo que sea el trapiche la tecnología que se debe fomentar, se entiende que volvemos a la etapa de la Colonia (y seguramente con las limitaciones impuestas por la Corona española para el crecimiento del conocimiento; ¿o ya no recordamos los tenaces empeños de Hidalgo por dotar de saberes técnicos a la población, a la par del amor al teatro?).

La actual directora del CONACYT solo quiere saber de la ciencia “tradicional”, “nacionalista”, ajena a la internacionalización del conocimiento. Este sesgo lleva a que se limiten las becas para estudiantes que aspiren a la movilidad fuera del país, o bien obliga a que se concluyan abruptamente las  becas de quienes estudian en el extranjero, interrumpiendo sus estudios e investigaciones. El nacionalismo del fracaso implica, en estas circunstancias, un retroceso, como lo es el retroceso al uso de tecnologías asociadas al carbón, cerrando los ojos al futuro en materia de ciencia y tecnología. El pasado 3 de mayo el Ejecutivo federal emitió un memorándum en el que instruye, de manera inmediata, recortes que van del 30 al 50% en partidas presupuestales que afectan directamente el gasto operativo de dependencias y entidades bajo la égida del CONACYT.

En síntesis, el panorama en ciencia y cultura es desolador. El impulso que recibían en el pasado (siempre magro pero constante), hoy se ha convertido en la mera orientación facciosa del poder y el ejercicio del dinero público. No puede haber motivo para la euforia. En los hechos, no existe un nacionalismo triunfador. Porque la atención está centrada en un nacionalismo miope, débil, desalentador, que incrementará sus efectos negativos en los años porvenir. La disforia, pues.

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