martes 19 marzo 2024

Reegresión y reelección

por Carlos Estrada

Lo más preocupante de Andrés Manuel López Obrador, no es su pragmatismo concentrador de poder y el gusto por éste, ni siquiera su incontinencia verbal que exhibe sus taras demagógicas y prepotentes contra los que considera sus “adversarios”, ni mucho menos sus muy particulares creencias religiosas que exhibe como muestras de virtudes espirituales antepuestas a la legalidad y rebobinadas con una tremenda ignorancia sobre la laicidad del Estado Mexicano.

No. Lo que más preocupa, es su vocación redentora, surgida de la más profunda convicción cuasi mística, de que tiene una misión no histórica, sino divina, es decir; designada desde “arriba”, que cumple un destino, que ejerce un “apostolado”.

Imagen de archivo del 10 de marzo del 2006 durante un mitin proselitista en Cholula, Puebla.
FOTO: Nelly Salas/CUARTOSCURO.COM

Como él dijo últimamente: está “consagrado” a la misión, que sólo él conoce y sólo adivinan sus acólitos y feligreses, de que es el “elegido” para salvar a México ¿acaso al Mundo? a través de una Regeneración moral-religiosa-cristiana. El único problema, dice, es que no tiene tiempo suficiente: el límite es su propia vida.

Estamos pues, ante un ser imbuido de un halo de santidad y devoción por el “pueblo bueno”, que no se equivoca, sólo cuando lo manipulan fuerzas oscuras que conspiran desde la derecha y que están preparando un “golpe de Estado suave”, como han repetido hasta el cansancio su prensa buena, la que sí se porta bien con la cuarta transformación.

Si no hubiéramos vivido los últimos 20 años en Latinoamérica, estaríamos ante un fenómeno inédito de un político iluminado y pragmático que le gusta enfermizamente el poder populista y locuaz. Pero no. Él no es un fenómeno en la región. Es tal vez el último, pero no es el primero.

Se ha dicho de parte de los aplaudidores del régimen que su método de comunicación es innovador. Pero se equivocan.

Hace dos décadas, un joven ex militar golpista llegó al poder en Venezuela e implantó un programa radial llamado Aló Presidente. Posteriormente comenzó a realizar conferencias, que más que medio para difundir sus acciones de gobierno, se convirtieron en programas de adoctrinamiento ideológico y difusión de la línea política del gobierno para socavar, poco a poco, las resistencias que quedaban del “antigüo régimen”.

¿Coincidencia? Hay más. Ése “líder carismático” (toda crisis institucional necesita un salvador) juró y perjuró que jamás se intentaría modificar la Constitución de su país para reelegirse. Casi al final de su mandato, logró modificar la Ley, a fin de que se pudiera reelegir.

Cristiano iluminado, solía creer que era la mismísima reencarnación del Libertador Simón Bolívar. Que su “apostolado”, incluida liberar, no sólo a la República Bolivariana de Venezuela, sino a toda la región latinoamericana. Terminar con la inconclusa misión ya no contra España, sino contra los Estados Unidos de América.

Una pequeña pero significativa diferencia. Sus enemigos internos eran azuzados por el Imperio del Mal, a quien identificaba con satanás, contra los valores cristianos que él representaba.

Cabe mencionar que para su reelección acudió a la máxima de todas las argumentaciones que ya no admiten discusión: el pueblo sabio, así lo decidió.

Tal vez nos estemos equivocando con el presidente López Obrador.

En su lidiar, más que buscar restaurar al viejo régimen autoritario y presidencialista del PRI, tal vez en su visión-misión tenga en la mira algo un poco más atrás en el tiempo.

Veamos.

El presidencialismo, corporativismo y populismo priista se instauró con fuerza en los años 30 del siglo XX, como una forma de mantener los equilibrios y contrapesos entre todos los sectores y factores reales de poder del sistema.

El presidente Lázaro Cárdenas, de manera hábil, logró contrarrestar la influencia perniciosa del Maximato de Plutarco Elías Calles, logrando que el presidente concentrara en sí de manera temporal un poder casi absoluto (seis años, y no cuatro para evitar la tentación de la reelección, al argumentar sus antecesores que cuatro años eran pocos para lograr los cambios necesarios), que una vez terminado el periodo sólo le quedaba la facultad metaconstitucional de nombrar a su sucesor. Después de éste periodo más que suficiente, debía retirarse de manera discreta a la soledad.

Uno de los logros, producto no inmediato, pero sí directo de la Revolución, fue precisamente asegurar que ningún presidente quisiera reelegirse. Sabemos del episodio de la muerte de Álvaro Obregón, que en su intento de reelegirse fue asesinado. Calles fue sospechoso y a pesar de no ser un demócrata, pues quería mantener el control como Jefe Máximo de todos los presidentes, la ampliación del mandato fue producto de una negociación entre todas las fuerzas.

La Constitución de 1824, tiene una influencia evidente del régimen estadounidense. Tenemos algunos elementos que fueron variando con el tiempo, a veces suprimidos y modificados por golpes de estado, guerras, intervenciones extranjeras, etc. Figuras como el de Presidente, vicepresidente, así como los mandatos de cuatro años y la reelección, fueron en México, más que solución democrática, pretexto para asaltar el poder, por parte de federalistas, centralistas, liberales, conservadores, imperialistas y republicanos.

Benito Juárez y Porfirio Díaz, son en nuestra historia oficial y en el imaginario popular dos antagónicos. Surgidos en el “Siglo de Caudillos”, como lo plasma magistralmente Enrique Krauze, no son tan diferentes en el fondo. Ambos utilizaron la reelección como un medio para concentrar un poder dictatorial disfrazado de democracia. A Juárez no le alcanzó el tiempo. A Díaz lo rebasó la historia.

Y creo, que es aquí donde debemos buscar más el imaginario de López Obrador.

Al igual que Hugo Chávez con Bolívar, tal vez crea que es la reencarnación esotérica del Benemérito que ha regresado para concluir su “apostolado”.

Al igual que Chávez, cree que debe salvar del mal a México y por qué no, al mundo (repiten sin cesar sus acólitos que es de los mejores presidentes del orbe).

Su misión está consagrada por los valores “cristianos” y ha establecido, como Hugo Chávez, una alianza con las Iglesias Evangélicas para moralizar a la sociedad.

Tienen los mismos enemigos, la derecha neoliberal, aunque AMLO no admite abiertamente que son los EEUU quienes los patrocinan, pero sí el Fondo Monetario Internacional y las calificadoras que no hablan con la verdad y no aceptan que el país ya vive en bonanza.

La destrucción de las libertades está en marcha. Los ataques a la prensa, como Proceso y Reforma por haberse “portado mal” con la Cuarta Transformación; es decir, por evidenciar que el Rey va desnudo, aunque sus acólitos no lo quieran ver, por no “hacerle el juego” a la derecha.

AMLO está utilizando todos los medios legales a su alcance para concentrar todo el poder posible y ya empieza a incursionar en el terreno de los recursos ilegales.

No como Juárez, pero sí como Díaz, empieza a negar el derecho a la protesta de sectores que incluso antes lo apoyaban, como los campesinos. Siendo el presidente un político profesional y experto en lucha callejera, ahora denosta a quienes recurren a dichas prácticas. El joven Díaz contra el viejo Díaz. El opositor Andrés Manuel contra el Presidente López Obrador.

¿Qué hubiera dicho el rebelde Andrés si en las épocas del PRIAN, el presidente de manera autoritaria, intolerante y ruin hubiera despedido al director de CONEVAL por ejercer su derecho a pensar y opinar? Seguro habría dicho que era un patriota, valiente y un héroe luchador por la democracia.

Hace unos días, el INAI solicitó a la Presidencia de la República que le entregara copia certificada de la carta compromiso que firmó el Presidente en la que manifiesta su intención de no reelegirse que exhibió en marzo. Presidencia dijo que sí sabía de dicha carta, pero que después de una búsqueda exhaustiva, no la encontraron.

Hace unos días también, surgió una asociación que empieza a promover la reelección de López Obrador.

Él dice que aunque no tiene mucho tiempo va a respetar el no relegirse. Falta ver qué opina el “pueblo bueno”, pero esa película ya la vimos y el final con sus amargas consecuencias.
Estamos ante la restauración del antigüo régimen. Del viejísimo presidencialismo, la reelección y el autoritarismo. Tal vez no el surgido de la Revolución; sino del que causó esa guerra con sus 6 millones de muertos. Tal vez o muy probablemente, por lo que se ve, atendiendo su misión “divina”, de no darle tiempo, su plan “B”, es la instalación de un régimen de partido de Estado como parte de su obra magistral, que será inscrita en las páginas de la historia como el salvador de la patria.

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