viernes 29 marzo 2024

Querida Notre Dame, quería verte de nuevo

por Regina Freyman

Quería verte de nuevo,
tocarte, saber quién eras,
ver si te encontraría idéntica
a la imagen ideal que había
quedado contigo y tal vez
destruir mi sueño con la
ayuda de la realidad.

-Claude Frollo
Victor Hugo

Imagino caminar ordenadamente en un grupo de turistas, una guía nos cuenta las historias de monumentos únicos, joyas arquitectónicas que confieren identidad y alojan la memoria de la humanidad. Es el tour del siglo que comienza con dos torres simétricas, altísimas, piernas de un gigante que esconde el cuerpo entre nubes. Dos mosquitos como aviones las derriban.

Así comienza, para mí, el tour inédito del siglo; una visita apabullante que derriba todas mis predicciones adolescentes.

Hoy domingo de pascua arde la catedral de París, tan increíble como dos temblores devastadores en el mismo lugar (mi país) con coincidencia de fecha 20 años después.

Arde Notre Dame, caminantes de este siglo, nacidos el anterior, entonamos mudos los himnos en francés de los dolientes ¡Ave, María! con fe o sin fe que no perturban ni desafinan al dolor. No pensé nunca verla así , deseaba pronto verla en persona, integrar el número de 13 millones de visitas que la procuran cada año.

No sabremos ya nunca si Victor Hugo le escribió su novela a Notre Dame motivado por ver a la ya antigua catedral renovada, o si su jorobado estuvo inspirado en un escultor contrahecho, en un contratista de barrio. Esmeralda y Quasimodo resuenan tristes como las cuatro campanas que tañen un Ave María.

Víctor Hugo nos dice en su novela que la arquitectura era la principal de las artes, templos inscritos como libros gigantescos que hacían de sus visitantes lectores experienciales. Peregrinos que al entrar a un edificio leían entre sus muros lo sagrado de sus textos.

Notre Dame con sus 96 metros de altura nos recibe con la historia bíblica que cuenta su fachada principal, teatro de estatuas que narran incluso para quienes no saben leer.

Imagen: 1zoom.me

Nuestro autor (porque es nuestro como lo era su catedral, basta con amar algo para hacerlo propio) intenta convencernos en todo un capítulo de su novela, de que es imprescindible cuidar y conservar la construcción. Expresa su valor al compararla con la imprenta de Gutenberg. En la Edad Media “el poeta nacía arquitecto” afirma Hugo.

“Todo pensamiento, sea religioso o político, tiene interés en perpetuarse, porque la idea que ha conmocionado a una generación quiere conmocionar a otras y dejar huella. ¡Y qué precaria inmortalidad la del manuscrito! ¡Un edificio es un libro mucho más sólido, duradero y resistente! Para destruir la palabra escrita bastan una antorcha y un turco. Para demoler la palabra construida, hace falta una revolución social”.

Sigo andando entre las páginas de este libro encendido por las llamas, creo vislumbrar en su pórtico central el Juicio Final; el arcángel Miguel recibe largas filas de difuntos, elevará los cuerpos de los muertos al Paraíso o al Infierno. Un diablillo pícaro intenta trastocar la balanza para manipular las decisiones del arcángel; mientras Cristo sentado en su trono escucha a la Virgen y a San Juan.

El pórtico lateral norte está dedicado a la Virgen María, sus representaciones al interior suman 37, hecha de cristal, óleo o marfil, nuestra Señora se pasea en sus habitaciones. Ella es coronada o resucitada por su hijo.

El seno de Notre Dame arropa al antiguo templo de San Esteban y 800 años de sucesos deambulan entre sus naves: cientos de parisinos vigilando el cuerpo del rey, San Luis, que murió en Túnez; el rey Felipe de la Feria inaugurando los primeros Estados Generales del Reino de Francia; la boda del rey Enrique IV con Marguerite de Valois; la coronación de Napoleón I; la melodía de paz del Te Deum al final de la Primera y la Segunda Guerra Mundial; o el suicidio trágico de nuestra Antonieta llorando por el amor de Vasconcelos o la traición de Rodríguez Lozano.

Pero fue Victor Hugo el que dotó a la catedral de un alma verdadera, un jorobado para quien su catedral basta, poblada reyes, santos y obispos de mármol que no se ríen de su rostro y lo miran con benevolencia. Gárgolas que escupen el agua para que no inunden su palacio o quimeras exóticas con quien comparte habitación y demonios, que no le odian, pues se le parecen lo suficiente como para considerarlo hermano. Los santos son sus amigos y lo bendicen entre las llamas; Quasimodo se lamenta y nosotros también.

Imagen: 1zoom.me

Un bosque entero de roble se vuelve humo, 21 hectáreas se calcula, es la cantidad total de madera utilizada en las estructuras del coro y de la nave. Cada viga proviene de un árbol de roble diferente nacidos a fines del siglo XII y comienzos del XIII. Todas las piedras de Notre Dame venían de la misma región parisina. 28 estatuas de los reyes de Judá, que fueron decapitados durante la Revolución Francesa ostentan nuevas cabezas que voltean con horror ante la catástrofe. Lamentan sin saber con precisión los más de cuatro millones de euros anuales que costaba la manutención de su casa.

La Catedral por un tiempo fue atea

La Revolución Francesa la convirtió en simple depósito, luego en “Templo de la Razón”, el arzobispo mismo fue obligado a reemplazar su mitra por el gorro frigio rojo de la República. Fue en 1802 que Notre Dame recuperó su credo.

Su nuevo rostro debía estar a la moda y el gótico era el estilo. Su arquitecto orgulloso Eugène Viollet-le-Duc se representó a sí mismo tres veces en Notre Dame y la firmó desde las alturas poniendo su rostro en Santo Tomás. Suya es la flecha que hemos visto caer, misma que hizo crecer la Catedral 96 metros.

Quasimodo y su historia publicada en 1845 motivaron de nuevo el interés por el recinto para iniciar una nueva reconstrucción. Desde entonces, muchos como yo vemos a este personaje como el alma misma de la catedral.

Prosigo por el tour de lo inédito, viajo por este siglo testigo de lo visto, lo por ver y de aquello que no volveremos a ver jamás. Seguramente el millonario francés, los amigos de Notre Dame y mil filántropos más inicien una nueva reconstrucción, pero para los míos, los aventureros que venimos de otro siglo quedará impresa en la memoria la tarde inagotable en que ardió Nuestra Señora, esa que tanto ansiábamos ver, y que nunca más será la misma.

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