sábado 20 abril 2024

Perfiles de coraje

por Pedro Arturo Aguirre

Cuando John F. Kennedy era senador, en los años cincuenta del pasado siglo, se sometió a una dolorosa operación de espalda que estuvo a punto de costarle la vida. Cuenta la leyenda que durante su larga convalecencia se inspiró para escribir el más celebrado de sus libros con el cual ganó el premio Pulitzer: Perfiles de Coraje (Profiles in Courage), obra en la que quien poco después sería electo 35° presidente de los Estados Unidos relata las proezas políticas de ocho senadores que pusieron en riesgo sus carreras por defender sus principios y luchar en favor de lo que consideraban el bien común aún cuando hacerlo resultaba sumamente impopular con los votantes, la “opinión pública”, los grupos de poder e incluso sus propios correligionarios. Como sucede con casi toda la bibliografía kennedyana, nadie duda que Perfiles de Coraje mucho debe a la intervención de Ted Sorensen, el magnífico “escritor negro” de Kennedy, creador de la célebre máxima “No pienses en lo que tu país puede hacer por ti, sino en lo que tú puedes hacer por tu país”. Como sea, el libro es asaz interesante. Ocho senadores ejemplos concretos de coraje político, entendido éste como el deber hacer de un servidor público en determinadas circunstancias para honrar sus propias convicciones aún cuando por hacerlo encuentren la incomprensión generalizada de los ciudadanos y el repudio de sus pares.

Políticos capaces de arriesgar su popularidad en aras de lo que debe hacerse siempre han sido una selecta minoría en la historia de la democracia, donde lo más común es encontrar líderes preocupados por su imagen pública, enamorados de los altos índices de popularidad y obsesionados con ganar elecciones. Y luego están los sicofantes, la despreciable fauna de siempre, el ejército de miserables siempre ávido de lisonjear a los poderosos para tratar de ascender en los escalafones políticos y burocráticos. El fenómeno de la adulación es generalizado en este mundo y en política lo es más, pero se acentúa en los regímenes totalitarios o en los aspirantes a serlo. Ahí está como prueba aquella anécdota (¿chiste?) que se cuenta de Khrushchev durante el XX congreso del PCUS, cuando denunció los crímenes de Stalín. En un momento de su histórico discurso alguien, un personaje anónimo del público le preguntó: “¿Dónde estaba usted cuando se cometían estos crímenes, camarada?”, a lo que, de inmediato, Khrushchev reaccionó preguntando con violencia: “¡¡¿Quién fue?!! ¡¡¿Quién dijo eso?”!!. Aterrado, el auditorio entero enmudeció. En ese momento Khrushchev dijo: “Yo estaba ahí, igual que usted, camarada, en el silencio cómplice”. Y así con todos los grandes y pequeños dictadores del pasado, siempre rodeados de lambiscones infames. Ahora, con la nueva camada de populistas autoritarios la historia se repite. No podía ser de otra manera. Vemos a los Erdogan, Putin, Orbán, Maduro, Ortega y demás miasmas rodeados de serviles. Nuestra 4T no se queda atrás en este campeonato de la infamia. Cada vez son más indignos, numerosos y grotescos los halagos al Peje expresados por una caterva de funcionarios del gobierno, militantes de Morena, pseudo periodistas y oportunistas a modo, tal como en los tiempos del “srpresidentismo” priista. Vivimos la restauración autoritaria en pleno.

Como buen megalómano, Trump ama y necesita a los lambiscones. Cuando era presidente muchas veces las reuniones de su gabinete comenzaban con una andanada de elogios a su amable personita. El Partido Republicano sigue incluso hoy entregado al culto a la personalidad de Trump. Bastantes de los elogios que políticos, comentaristas conservadores y militantes enfebrecidos dedican al Narciso de Mar-a-Lago son dignos de Corea del Norte. Pero en esta ignominiosa claudicación de los republicanos hay una honrosísima excepción: Mitt Romney, ex candidato presidencial de los republicanos (2012) y hoy senador por el estado de Utah, quien advirtió de la peligrosidad, escasa estatura moral y vesania de Trump cuando éste era candidato en las elecciones primarias de 2016. Más adelante, ya como legislador, Romney votó por aprobar el impeachment a Trump dos veces: la primera vez por abuso de poder durante la investigación de la intervención rusa en los comicios de 2016 y la segunda por incitación a la insurrección en un intento de anular el resultado de las elecciones presidenciales de 2020. También votó por certificar los resultados del Colegio Electoral, la acción pro forma que el Congreso estaba realizando el día de la fallida asonada antidemocrática. Los actos de Romney son perfectos ejemplos de valor político y le han valido el furibundo odio de las hordas trumpistas. El senador ha sido objeto de insultos e incluso de constantes amenazas de muerte y dentro de su partido empieza a ser considerado un paria cuyo futuro político es dudoso. Pero Romney jamás se arredró cuando debió enfrentar a quien será considerado muy pronto (por muchos ya lo es) el peor presidente en la historia de Estados Unidos. El tiempo podrá a cada quien en su lugar.

Pero la historia es lenta en dar sus veredictos. Por lo pronto, la Biblioteca y Museo Presidencial John F. Kennedy otorgó a Romney el premio Perfil en Coraje, el cual se otorga anualmente a personajes públicos que se distinguen por su valor civil y político o por promover la democracia y el Estado de derecho. ¡Y vaya que resulta excepcional que se haya otorgado este premio! En 1994 Romney estuvo a punto de vencer a Ted Kennedy en una brutal campaña al Senado. Poco después fue electo gobernador de Massachusetts y su gestión en ese estado le abrió la puerta para obtener la candidatura presidencial republicana de 2012. Además, el actual senador por Utah nunca ha dejado de ser un firme conservador de opiniones divergentes a las de la muy liberal familia Kennedy. Pero cuando se juzga el coraje las diferencias ideológicas deben pasar a un segundo plano, más en esta época de políticos pusilánimes siempre prestos a renunciar a los principios, a esquivar la toma decisiones cruciales pero impopulares, y sumisos ante el cálculo, la ambición y el cortoplacismo. Una praxis política insustancial, de carácter meramente especulativo, que sacrifica la decencia en el altar de la ambición vacía de contenidos a la democracia y alienta a los autoritarios y a los sátrapas.

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