jueves 28 marzo 2024

Pedagogía y memoria

por Pablo Majluf

Abundan los comunicadores que trazan engañosas equivalencias entre el régimen obradorista y las disidencias impetuosas, como si ambos lados fueran iguales. El más reciente en colocarse ahí fue Jesús Silva-Herzog Márquez en su artículo Las trampas del populismo.

Silva-Herzog acusó a Claudio X. González de una demagogia idéntica a la del bárbaro que nos gobierna después de que propuso “tomar nota de todos aquellos que, por acción o por omisión, alentaron las acciones y hechos de la actual administración y lastimaron a México. Que no se olvide quién se puso del lado del autoritarismo populista y destructor”.

Fragmento de La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí

El crítico neutral equipara un vehemente llamado a guardar memoria de las atrocidades obradoristas, a las listas del macartismo. De una convocatoria a la rendición de cuentas erige un hombre de paja que distorsiona ideas valiosas de pedagogía a las que toda democracia en reconstrucción debe aspirar. No es fortuito que el oficialismo coincida tildando de persecución fascista a la invitación.

Y aunque la crítica al votante común también es pertinente para la reflexión democrática, el llamado de Claudio X. González es a recordar a facilitadores y colaboracionistas del régimen. ¿Acaso es demagogia populista o una expresión del fascismo registrar cómo Raquel Buenrostro destruyó el sistema de distribución de medicinas bajo la advertencia de que mataría a niños con cáncer? ¿No podemos guardarle un pendiente a López-Gatell por su manejo criminal de la pandemia? ¿Es persecutorio bordarle letras escarlatas a Manuel Bartlett, Gertz Manero, Rocío Nahle, Octavio Romero, Álvarez-Buylla? ¿Es inquisitorial un repositorio del régimen obradorista?

Sin decirlo, queda claro que el seguimiento que realmente incomoda a Silva-Herzog es el emprendido contra antiguos simpatizantes del obradorismo en el ámbito académico e intelectual que, por obvias razones, repudian las críticas y burlas que a menudo recibe merecidamente su obnubilación, lo cual –lejos de ser una persecución– es perfectamente legítimo en un mercado de ideas democrático. ¿Por qué no podemos sonar las alarmas sobre los falsos profetas que, con todos sus doctorados, nos dijeron que López Obrador sería un socialdemócrata escandinavo? ¿Por qué no habrían de pasar ninguna prueba de rigor? ¿Qué liderazgo intelectual puede ofrecer alguien que pensó que una momia echeverrista nos conduciría al desarrollo? ¿Acaso no es mejor reivindicar a quienes, como Ikram Antaki, nos advirtieron puntualmente desde hace dos décadas que se trataba de un demagogo latinoamericano, con todo lo que ese sencillo arquetipo implica?

El llamado de Claudio X. González va en la línea de lo que ha propuesto en diversas ocasiones Anne Applebaum, a quien Silva-Herzog a menudo cita y recomienda. En La historia juzgará a los cómplices, Applebaum aboga por guardar cabal registro de los facilitadores de Trump para que vivan en el ostracismo político, pero también para evitar que la historia se repita. En El Telón de acero: la destrucción de Europa del Este, escribe que “para poder reconstruir una nación, sus ciudadanos deben comprender cómo fue destruida en primer lugar: cómo se socavaron sus instituciones, cómo se tergiversó su lenguaje, cómo se manipuló a su gente”. Un esfuerzo que incluye ponerle cara a la barbarie, sobre todo en sociedades amnésicas con tan alta impunidad, perpetua rotación de puestos y continuos cambios de máscaras.

La pregunta es muy sencilla: ¿A quién asiste el olvido? ¿A quién la indulgencia?

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