martes 19 marzo 2024

La pandemia explicada a mi niña

por Articulista invitado

Por Nacer Wabeau

I

Era una pareja feliz, con la suerte de vivir en una de las ciudades más hermosas y visitadas del mundo. Pasaban poco tiempo juntos, aunque sabían disfrutar con pasión de los momentos que robaban a sus oficios. Durante los fines de semana, para despejar la mente, podían escoger entre una enorme cantidad de actividades culturales y artísticas, una exposición de pinturas en algún museo, ver una obra de teatro, una presentación de ballet clásico, un concierto de música en el Ópera Bastille, ir al gimnasio o jugar al tenis, sentarse en la sombra del Jardín de Plantes con un libro en la mano, y siempre terminaban en un restaurante gourmet entre los más finos de París.

Melissa García es médica internista, oriunda de México. Mientras completaba el tercer año de su especialidad, conoció a Michel de Fleury, joven médico e investigador en infectología en el Hospital Pitié-Salpêtrière.

Desde el primer encuentro, Michel se prendó de Melissa, le parecía la mujer perfecta, quería todo de una vez. En cambio, Melissa prefería ir despacio, a su ritmo, primero, conocer sus intenciones y su carácter. En el fondo, no le gustaba el estilo de vida de Michel, quien le repetía que la amaba, pero no tenía tiempo para ella. Pasaba largas jornadas en el hospital, generalmente en las mañanas atendía a sus pacientes, en las tardes se encerraba en el laboratorio con su equipo de investigadores. A menudo, olvidaba la hora de salida. Además, era torpe para bailar; mientras que, para Melissa, después de la medicina, el baile era su pasión, nada le divertía tanto como hacer locuras en una discoteca.

A medida que pasaban los meses, se descubrían mutualmente. Michel adoraba el vino de gran reserva y los restaurantes de alta gastronomía, en cambio, Melissa era estricta con su dieta, cuidaba con esmero su cuerpo esbelto, de una rara hermosura. Disfrutaban juntos los fines de semana, luego, cada uno en su casa.

Un niño frente a un graffiti pintado por Kai ‘Uzey’ Wohlgemuth, en Hamm, Alemania. (Ina Fassbender/AFP)

Al principio, se sentía muy sola, se decía: “este no es un hombre para mí, me repite por el móvil: Meli je t´aime, pero no tiene tiempo ni para sí mismo.” Jamás se imaginó que se iba a enamorar tanto, no solo de Michel, sino de Francia, y, sobre todo del estilo de vida parisino. Tardaron un poco más de un año para oficializar el matrimonio, haciendo dos inolvidables fiestas, una en Francia, otra en México.

Melissa no puede pasar más de un año o dos sin visitar a su familia, pero después de una semana, se siente agobiada por tantas precauciones para protegerse, y no aguanta el dolor en la nariz y la garganta por tragar el aire de una de las ciudades más contaminadas del mundo. Se dice a sí misma: “Amo a México, pero al diablo con su machismo y su violencia, viva Francia donde el hombre se arrodilla frente a su mujer, diciéndole con ternura: oui oui mon amour”. En cambio, a Michel todo le encanta en México, sobre todo la comida, tan variada y sabrosa, aunque muy picosa.

Tardaron mucho en tomar la decisión de tener hijos. Prefirieron viajar por el mundo, una semana de vacaciones en Ushuaia en Argentina, otra en el parque Serengueti en Tanzania, una escapada en el mítico desierto de Marruecos, otra en las mágicas montañas del Himalaya.

La llegada de Alice al mundo llenó de alegría a las dos familias en ambos lados del Atlántico. La Abuela mexicana volaba a París para acurrucar a su nieta y hablarle en español. La abuela francesa aprovechaba para descansar y, también, aprender algo, aunque era monolingüe y torpe para los idiomas. Melissa echaba carcajadas al escuchar a su suegra esforzándose en pronunciar algunas expresiones mexicanas. La niña crecía feliz, jugando, rodeada de tanta atención, tantos abrazos y besos.

II

Las noticias del Coronavirus en China causaron mucha preocupación en la comunidad científica mundial. Michel se reunió varias veces con su equipo de investigación. Intercambió ideas mediante videoconferencias con sus colegas en China, Japón, Corea del Sur, Estados Unidos, Alemania, África, y México.

Al obtener su título en infectología, empezó otra subespecialidad en virología. Publicó su tesis en una prestigiosa revista académica en Boston. Su investigación fue saludada por la comunidad científica, recibió varios reconocimientos, incluso de la Organización Mundial de Salud (OMS).

Durante la gripe porcina, bautizada por la OMS como la pandemia del Virus H1N1/09, Michel viajó al país azteca, quedó impresionado por el profesionalismo de sus colegas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde disfrutó de una pasantía de un semestre.

Con la aparición del brote del virus del Ébola, voló al Congo, Guinea, Sierra Leona, entre otros países de África. Cada viaje culminaba con un artículo científico. Dictó conferencias bien remuneradas en las mejores universidades del mundo, pero también, compartió gratuitamente sus conocimientos con investigadores que trabajan con las uñas en las pobres universidades africanas.

Una noche, después de la cena, acompañó a su hija a la cama, le leyó unos cuentos hasta que se durmió como un ángel, le dio un beso en la frente y volvió al salón.

Pasajeros de un ferry en la terminal de Mombasa en la India. (Photo by – / AFP)

Melissa disfrutaba de su tequila a pequeños sorbos, ojeando una revista. Michel se sirvió un armañac y se dejó caer en el sofá, diciendo:

─ Meli, esta es una mierda.

─ ¿A qué te refieres, mon amour?

─ Al coronavirus.

─ Ah, lo sé, esto es apenas el inicio.

─ Mandamos un informe al ministerio de salud, pero como siempre tardan en responder.

─ Esperemos que no sea archivado. Pero, hablemos de otra cosa, mi amor.

Se cruzaron miradas de ternura, brindaron con el armañac y tequila. Se acercaron uno al otro como para protegerse, se abrazaron, se besaron, y se levantaron para devorarse en la cama.

En aquel entonces, fuera de la comunidad científica, la epidemia del Coronavirus no era la gran noticia, muchos creían que era una enfermedad exclusiva de chinos, algunos, incluso, se permitían chistes de mal gusto, con la estigmatización característica de los estúpidos felices en su ignorancia.

Nadie imaginó la propagación tan rápida de la epidemia en Japón, Corea del Sur, y de pronto tocando a las puertas de Europa, en Italia. Pocos hacían caso a las alertas de científicos. Algunos líderes de grandes potencias se burlaban de la OMS, que cuenta con los mejores expertos en epidemiología, virología, entre otros campos de la salud humana. Varios, amigos de Michel, le confiaron su desesperación, tenían que retrasar la declaración de pandemia, debido a presiones diplomáticas. El mandatario de la Casa Blanca, cuya soberbia era mundialmente conocida, se atrevió a llamar “virus chino” al Coronavirus. Finalmente, cuando contagió a más de cien países, la OMS se vio en la obligación de declarar oficialmente el estado de pandemia del Covid-19.

De pronto, casi todos los líderes del mundo se convirtieron en aficionados de la ciencia y comenzaron a tomar en cuenta las recomendaciones de la OMS.

III

Mucho antes del discurso del presidente Macron, repitiendo seis veces “estamos en guerra”, Michel y sus colegas estaban en el campo de batalla, trabajando dieciocho horas al día, durmiendo en alojamientos provisionales cerca del hospital, algunos con pastillas, porque no lograban conciliar el sueño. Por su parte, Melissa tenía que trabajar horas extra en el Hospital Bichat-Claude-Bernard.

A sus siete años, Alice no logra entender por qué su papá ya no viene a casa para jugar con ella y leerle cuentos antes de dormir. Cuando se comunican por WhatsApp, la niña pregunta mucho con absoluta inocencia:

─ Papá, ¿en qué país estás? ¿cuándo vas a volver?

─ No te preocupes, hija, estoy en París.

─ Entonces, ¿por qué no vienes? Mamá no sabe leer cuentos.

─No puedo, hija.

─ ¿Por qué?

─ Hay muchos enfermos, te ruego entenderme.

─Sí, sí, yo sé todo, mamá me ha explicado que hay un virus. ¿por qué no lo matan? Son médicos, ¿no?

─Estamos tratando, hija, por ahora, no podemos, pero lo vamos a eliminar.

─Que sea rápido, papá, como te digo, mamá no sabe leer cuentos, prefiero escuchar tu voz, olerte.

─Estamos haciendo todo lo posible, hija, por ahora, hay que hacer caso a tu mamá.

─Estoy enojada con ella, vuelve muy tarde del trabajo, y cuando llega, ya no me abraza, me prohíbe tocarla, dice que primero tiene que ducharse.

─Así es, hija, tu mamá no te abraza porque te ama.

─Hum, eso no me gusta, todo eso por un virus. Lo odio. ¿Lo has visto, papá? ¿cómo es? ¿de qué color es? Lo odio.

─Tu mamá te va a explicar eso mejor que yo.

─Ya me lo ha mostrado en un video, dice que es muy malo.

─Así es, mamá sabe mucho. Te tengo que dejar, te amo, hija mía.

─Te amo, papá.

Melissa le explicó a su hija repetidas veces con paciencia y cariño el protocolo requerido para lavarse las manos, estornudar en el codo y, sobre todo, alejarse de los demás. Pero Alice seguía preguntando, tratando de entender el porqué de cambios tan drásticos, exigidos por los adultos.

Instagram: jd.moha

De la noche a la mañana, París que nunca duerme, se ha convertido en una ciudad fantasma, silenciosa, con las calles desiertas, como si estuviese abandonada por sus habitantes; sus restaurantes, hoteles, cafés, discotecas, salones de belleza,  prácticamente todos los negocios cerrados, con la excepción de farmacias y algunos supermercados, exigiendo el estricto protocolo de entrada y salida, el distanciamiento requerido en la fila, no aproximarse a la cajera, cancelar con el monto exacto o firmar el comprobante con su propio lapicero.

El cierre de guarderías, escuelas, colegios y universidades impresionó mucho a la juventud. El confinamiento obligatorio no es cosa fácil para personas con energía, acostumbradas a andar por doquier y gozar plenamente de la libertad.

No obstante, había que abrir algunas escuelas y guarderías exclusivamente para los hijos del personal médico. El primer día de clases en una escuela desierta y silenciosa fue traumático para Alice y sus tres compañeros.

─ ¿Por qué no vienen los demás? ─se preguntaban boquiabiertos, mirando con asombro a su alrededor.

No había nadie en el patio de la escuela, solamente dos gatos moviéndose sigilosamente para cazar pájaros. ¿Dónde están los carros particulares y los buses escolares? ¿Dónde están los gritos de las voces inocentes? La maestra, Sylvie, que se había reunido previamente con la sicóloga escolar, instruyó a los cuatro niños para que se sentaran, guardando un metro de distancia entre cada uno, y empezaron a hablar de la situación:

─Estoy orgullosa de sus madres y padres, están haciendo un trabajo muy importante.

─Mi papá me dijo que lo van a eliminar, ─dijo orgullosa Alice.

─Mi papá me explicó que por ahora no tiene cura, ─añadió otro niño.

─Mi mamá me dijo que sus amigos trabajan en el laboratorio para inventar un medicamento, ─precisó el tercer niño.

─Mi mamá piensa que lo más importante es una vacuna, ─concluyó la última niña.

─Por eso estoy orgullosa de sus papás y mamás, todo el pueblo francés está orgulloso de ellos, están salvando vidas.

─Mi mamá me ha explicado que el Coronavirus no conoce fronteras, por eso, los científicos están trabajando para salvar la humanidad.

─Exactamente, por eso estamos orgullosos de sus madres y padres, ─insistió Sylvie─. Ahora, vamos a empezar una serie de juegos y actividades, respetando el protocolo de distanciamiento. No se preocupen, vamos a ir paso a paso.

IV

A medida que pasan las semanas, la conferencia de prensa diaria se vuelve tediosa. Cada vez, empiezan con los números crecientes de personas contagiadas y de miles de víctimas mortales, sepultadas sin ceremonia en fosas comunes. Para algunos, es una estrategia para asustar a la gente, justificar las medidas cada vez más drásticas, y exigir el confinamiento total, con el fin de disminuir la inquietante propagación del virus. Para muchos, es la triste realidad, el enemigo letal es invisible y está por doquier.

Algunos sitios en Internet dan cifras en tiempo real, con una serie de cálculos y comparaciones entre diferentes regiones, el porcentaje de víctimas por edad, por género, y en cada país del mundo. El Coronavirus no hace ninguna discriminación entre las potencias militares y económicas donde rebosan superfluidades, y los pobres países donde carecen de lo necesario; anda sin pasaporte ni visa, cruzando las fronteras, burlándose de los carísimos muros de vergüenza, construidos para dividir los pueblos de la misma familia humana.

En presencia de sus muchachos, que ama como a sus propios hijos, la maestra Sylvie, muestra optimismo y fortaleza, pero en el fondo de sí misma, se siente devorada por la angustia y la impotencia, ante la magnitud de la pandemia. Trata de imponerse cierta disciplina, prohibiéndose ver el teléfono delante de sus niños. Pero, de vez en cuando, mientras les asigna una tarea, no resiste a ojear discretamente la pantalla de su móvil: ninguna buena noticia, ningún mensaje de esperanza, el avance del contagio es aterrador.

Seguía al pie de la letra las recomendaciones de la sicóloga escolar, con quien se comunicaba regularmente por WhatsApp o por Skype. Hacía de todo para estimular la imaginación de sus muchachos, manteniéndolos alejados de las malas noticias, ocupados todo el día, haciendo dibujos, leyendo cuentos, viendo videos. Pero era imposible evitar sus infinitas preguntas sobre el Coronavirus, no tenía otro remedio que inventar respuestas lo más honestamente posible. Velaba sobre las medidas higiénicas, lavándose las manos cada media hora junto con ellos. Lo hacían como un juego y se divertían lanzándose el agua uno al otro.

Una noche después de una larga jornada laboral, Sylvie llamó a la psicóloga escolar, que no solo era su colega, sino una amiga de muchos años, y le confió:

─Ahora el problema soy yo, no estoy preparada, me siento absolutamente impotente. Los muchachos están traumatizados. No sé qué más puedo hacer para evitar sus preguntas sobre el Covid-19, ni cómo explicarles la situación.

─Entiendo, ─suspiró la sicóloga─. Nadie está preparado para eso

─No entienden porqué sus madres y padres ya no vienen o llegan tarde para recogerlos, no entienden porqué no pueden jugar como antes, ni porqué no deben visitar a sus abuelos, no les gusta el silencio aplastante en la escuela desolada. Veo la tristeza en sus ojos, oigo la angustia en sus preguntas, veo el trauma en sus dibujos.

─Estoy orgullosa de ti, Sylvie, eres una de las mejores educadoras que he conocido, estás haciendo bien las cosas.

─Te agradezco. Vieras qué difícil. ¿Viste el dibujo de Alice, te lo mandé por WhatsApp?

─ ¿Cuál de todos? ─requirió la sicóloga, tratando de disimular su tos.

─Una especie de pelota deforme de color rojizo, con garras parecidas a las de algún felino feroz. Le pedí a Alice que explicara su dibujo a sus compañeros. Dijo con su voz dulce e inocente: “Es el Coronavirus, estas son sus patas y sus garras, mi mamá me lo mostró en un video, me advirtió que es muy malo.” Otro día, dibujó unos pájaros sin vida y nos explicó que murieron asfixiados por el aire contaminado. Otra vez, bosquejó el planeta Tierra asediado por el Coronavirus.

Fosa común para muertos con coronavirus en Nueva York. (JOHN MINCHILLO / AP)

Después de un largo silencio, mirándose en la pantalla, Sylvie suplicó:

─ ¿Podrías venir para ayudarme? Hablar con los muchachos, verlos.

─No debo ─aclaró la psicóloga con voz humilde como si se disculpara─. Desde que me han llamado al hospital, sin querer me puse en contacto con pacientes infectados. Hace unos días comencé a sentirme mal. Me hicieron el test, y resultó positivo.

─ ¡Ay, no puede ser! ¿Por qué no me lo has dicho desde el inicio? Y yo, hablando de los muchachos y sus dibujos.

─Porque es mi obligación atenderlos hasta que la vida me lo permita. Por ahora, me corresponde estar en cuarentena para no contagiar a nadie.

─ ¡Cómo quisiera ayudarte! ─lamentó Sylvie─. Esta pandemia nos ha quitado algo tan humano como abrazar a un ser querido y acompañarlo en su convalecencia. Te deseo pronta recuperación.

─Gracias Sylvie, tan amable como siempre. Mañana te llamo, me encantaría escuchar a los niños y ver sus dibujos. Vamos a ver qué podemos hacer para aliviar la angustia de estas criaturas inocentes.

V

Aunque la pandemia continúa, ha llegado el momento de hacer una pausa, y de revelar el origen de este relato. El autor debe confesar que no es más que un secretario, esta historia se basa en el diario de una maestra francesa, quien, durante su pasantía como (VI) Voluntaria Internacional en el Instituto Francés para América Central (IFAC), conoció al escritor. Desde entonces, han cultivado una profunda amistad. Debido a su voluntad de guardar el anonimato para proteger a los médicos, y, sobre todo, a los niños; es preciso modificar los nombres, sin alteración alguna de las iniciales ni de los hechos.

Faltaría resumir la conversación entre la doctora Melissa García y el doctor Michel de Fleury en presencia de la maestra Sylvie N.

El popular mercado del Carmelo de Tel Aviv. ABIR SULTAN (EFE)

Sucedió a raíz de un incidente en la escuela, el día en que los niños fueron recogidos en diferentes momentos después de la cinco de la tarde, salvo Alice que tuvo que esperar con Sylvie hasta las nueve de la noche. Cuando Melissa apareció en una ambulancia, Alice entró en pánico, estalló en llanto, reclamándole a su madre:

─ ¿Por qué tan tarde? ¿Por qué en una ambulancia? Quiero saber, ¿qué le ha pasado a mí papá? Me están escondiendo algo.

La niña lloraba inconsolable. La madre trataba de tranquilizar a su hija a unos metros de distancia, convencida de que no debería abrazarla antes de ducharse. La maestra Sylvie con los ojos humedecidos, intentaba en vano mostrar fortaleza para calamar a la niña. Le hizo el gesto a la madre y murmuró:

─Doctora, yo puedo acompañarla a casa.

─Mejor, te lo agradezco, Sylvie.

La ambulancia atravesó a toda velocidad las calles de París, irremediablemente mudas y tristes. Apenas en casa, Melissa se encerró en el baño, echó su ropa a la lavadora, y miró su cuerpo desnudo en el largo espejo. “¿Por qué he escogido este oficio? No quiero ver a mi hija abandonada e infeliz. ¿Cómo explicarle esta pandemia?”, se decía reprimiendo su llanto, contemplando su rostro empapado de lágrimas.

De regreso al salón, acurrucó a su hija, explicándole:

─Lo siento hija mía, empezamos una operación, y se nos complicó, no podía salir del quirófano y dejar al paciente morir.

─ ¿Por qué llegaste en ambulancia? ¿qué ha pasado con tu carro?

─Porque me siento agotada, no es prudente conducir en esta condición, esta es la verdad, hija mía, nunca te he mentido, te ruego perdonarme.

─Está bien mamá, estoy orgullosa de ti. Cuando yo sea grande, también quiero ser médica para salvar vidas. ¿Qué vamos a cenar?

Sylvie se levantó para despedirse. Melissa insistió en que se quedara. Entraron en la cocina, improvisaron algo, y cenaron juntas. Como una hora después, Melissa le hizo el gesto a Alice que era tiempo de dormir.

─Está bien, voy a la cama, no hace falta que me leas cuentos, voy a escuchar uno de los que papá me ha regalado, pero si llama, me despiertas, ¿de acuerdo?

─Prometido, hija mía, te lo prometo, ─repitió la madre acompañando la hija a su cuarto de dormir.

De regreso al salón, Melissa miró fijamente a Sylvie que había terminado de lavar los platos, y le dijo:

─Te lo agradezco profundamente, no me gustaría estar sola esta noche. ¿Quieres otro vino o algún digestivo?

─Prefiero continuar con el vino ─contestó Sylvie encogiéndose los hombros.

Melissa sacó la botella de Saint-Émilion gran reserva de la refrigeradora, la abrió, sirvió dos copas, brindaron, se desearon salud, se sentaron en el sofá, puso Las cuatro estaciones de Vivaldi, y comenzaron a hablar:

─Es muy duro ─suspiró Melissa, algunos creen que los médicos somos de hierro, confieso que soy frágil, consciente de la magnitud de la crisis, me siento impotente.

─Durísimo ─replicó Sylvie la mirada fija en un punto de la mesa.

─No es la primera vez que eso le sucede, el sábado por la mañana, quería pasar el fin de semana, como de costumbre, donde su abuela, que vive aquí no más, a veinte minutos, en Bures-sur-Yvette. Tuve que explicarle que no era posible, debido a su edad. La llamamos por Skype, se consolaron y se dieron besos a distancia. Luego, en la tarde, me dijo: “mamá, ahora que no vienen todos los compañeros, no me gusta ir a la escuela. Sylvie es muy gentil, pero somos cuatro, es aburrido. Tengo una idea: hablé con mi abuela mexicana, me dijo que en México hay muy pocos casos, porque hay mucho calor, el coronavirus no sobrevive al calor. Quiero ir allá, y me quedaré con mi abuela hasta que encuentren la solución.” Le dije que ya no hay aviones y eso de la temperatura es una mentira. Entonces se sintió muy triste. Llamó a su abuela mexicana, hablaron más de una hora, desde México le mandó sus bendiciones, pidiendo la protección de la Virgen de Guadalupe.

Guardaron silencio, clavando las miradas en el suelo, escuchando la Primavera de Vivaldi.

─ ¿Cómo está la situación en México? ─preguntó Sylvie para romper aquel pesado silencio.

─Muy mal, aún no han tomado en serio esta crisis. En todo caso, no pueden exigir el confinamiento con el indescriptible hacinamiento en los barios marginales, ni recomendar el lavado de manos, sabiendo que más del 30% de la población no tiene agua. México es un hermoso país, pero es un desastre, con la corrupción a gran escala, mucho trabajo informal, y altos índices de pobreza.

─ ¡Qué pena! ─lamentó Sylvie─, cuando fui VI en América Central, pasé una semana de vacaciones en México, efectivamente es un país maravilloso, pero, ya lo has dicho. Y no solo México, no conozco toda América Latina, pero en los países que he visitado, me chocó ver la brecha social y la extrema pobreza.

─América Latina se caracteriza por grandes contrastes, es la región más desigual del mundo, he visto hospitales privados de un lujo indecente, mientras que los hospitales públicos carecen de camas, debido a la corrupción y la evasión fiscal descarada, ─afirmó la doctora Melissa García, profundamente pensativa, después de un silencio, prosiguió─: Acostumbrado al excelente sistema de salud pública en Francia, a Michel le chocó la hostilidad contra los servicios públicos en América latina. El otro día conversamos Michel y yo, hemos llegado a la conclusión de que esta pandemia es como un huracán devastador, dejará una huella imborrable en el planeta entero. Solamente los países que tienen instituciones públicas bien consolidadas, y, sobre todo, un sólido y bien estructurado sistema de salud pública, podrán enfrentar más o menos esta crisis inédita. El mundo no será igual que antes, habrá un antes y un después de la pandemia, habrá que revisar muchas cosas a nivel planetario, habrá que enfocar en lo esencial, reflexionar sobre el sentido de la existencia humana.

─En efecto, ─suspiró Sylvie─, siento que el modelo ha colapsado a nivel global, estamos en el fin de un proceso, y el inicio de una nueva era, estamos viviendo un momento crucial sin precedente en la historia de la humanidad.

─Bueno, el tiempo dirá ─susurró Melissa─. Y los otros niños, ¿cómo están?

─Igual, depende de la edad, cuanto más jóvenes, más difícil es explicarles la situación.

─ ¿Cómo son sus últimos dibujos?

─Depende, cada día es diferente, pero en general, expresan mucha angustia, miedo e incomprensión.

─De alguna manera las maestras y las médicas tenemos mucho en común, también abandonaste a tu hijo esta noche.

─Lo llamé, en pocas palabras entendió, me dijo: “tienes que cuidar a Alice”.  En mi caso, mi hijo tiene catorce años, es más fácil explicarle la situación. Está feliz con su padre, que trabaja desde la casa, aunque confinados, como todo el mundo.

Sylvie bebió un sorbo de vino, se pasó la lengua sobre los labios, luego de un silencio meditativo prosiguió:

─Ahora bien, estoy de acuerdo contigo, tenemos mucho en común, siempre he pensado que los sistemas de educación y salud deberían ser la prioridad de las prioridades, públicos y accesibles para todos, protegidos de la tiranía financiera y de las absurdas leyes de mercado. Porque con ciudadanos que gozan de buena salud y de una educación de calidad, el desarrollo humano, el progreso social, la conciencia ecológica, y todo lo demás, se logra trabajando responsable y honradamente. Aclaro que nunca he sido comunista ni me reconozco en la dicotomía derecha-izquierda, pero esa es mi humilde opinión, pienso que la educación y la salud no son una mercancía cualquiera. Es cuestión de sentido común. Todo lo demás puede ser privado, con una estricta regulación para garantizar la primacía del interés común. Sé que soy un poco soñadora.

─Vale la pena soñar ─subrayó Melissa─, sin los sueños, la vida sería… ¡eh!

VI

De pronto, vibró el teléfono, Melissa movió el dedo, y Michel apareció en la pantalla.

─ ¿Cómo estás, Meli? ─preguntó Michel.

─Bien, ¿y tú mi amor? ─contestó Melissa sin convicción.

─ ¿Cómo está Alice?

─Más o menos, pero ya está dormida.

Entonces, Melissa le contó a su marido lo que había sucedido con la hija. Escuchó atentamente, al final, Michel dijo con firmeza:

─Tenemos que encontrar una solución, es mejor que Alice se quede en casa, debemos buscar a alguien para cuidarla.

─Justamente, la maestra Sylvie está a mi lado, te la paso.

─Buenas noches doctor Michel, ─intervino Sylvie.

─Buenas noches, Sylvie, mañana llamaré a la directora de la escuela, es mejor que cada niño se quede en casa para evitarles mayor trauma. Te ruego recomendarme a alguna de tus colegas para cuidar a Alice, le pagaré el doble del sueldo en tiempo normal.

─Me encantaría cuidar a Alice, es una niña adorable, a condición de que sea gratis, será mi humilde contribución, en todo caso, el ministerio de educación nos garantiza el sueldo. Tal vez, un euro simbólico para guardarlo como recuerdo.

Personal sanitario lloran la muerte de un compañero por coronavirus en el Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid). MANU FERNÁNDEZ EFE

─Gracias Sylvie, ─dijeron el padre y la madre al unísono, pese a la distancia.

─Después de esta crisis ─sonrió Melissa─, te invitaremos con tu familia a México, mis padres tienen una casa amplia, hay espacio para todos.

Sylvie se encogió de hombros, dando unas palmadas a Melissa, quien se inclinó para subir el volumen de la música. Michel seguía en la pantalla, observando su casa desde lejos.

─Sé que te encanta Vivaldi ─dijo Melissa, llevándose el índice a la sien como si se acordara de algo importante─: Eh… la reunión con el presidente Macron, ¿era para hoy o mañana?

─Hoy ─confirmó Michel.

─ ¿Cómo estuvo?

─Eh… bien en general ─contestó el Dr. Michel de Fleury─. De parte del gobierno, el presidente Macron y los ministros fueron muy corteses, hay que admitirlo. En cuento al Comité Científico, varios colegas declinaron la invitación, no querían hablar con ellos. Se sienten muy heridos con los cortes presupuestarios a la salud pública. Lo sabes, ¿no?

─Pero eso ha sido una práctica perversa de las últimas décadas, ─recalcó Melissa─.  Y con el movimiento de los Chalecos Amarillos, entre otros conflictos sociales, y la negativa del gobierno a dialogar, la situación empeoró.

─ Ahora resulta que están dispuestos a dialogar, a escuchar, a tomar en cuenta el criterio de la Comunidad Científica. Nos prometieron billones de euros, no me acuerdo del monto exacto, en todo caso, la videoconferencia está grabada. La mayoría de los colegas coincidimos en que más vale tarde que nunca, y ante la magnitud de la crisis no era el momento de la polémica. Pero había que decirles la verdad: si nos hubieran dado la mitad hace diez o quince años, tendríamos mejores hospitales, laboratorios más innovadores, estaríamos en mejores condiciones para enfrentar esta crisis.

El Dr. Michel, visiblemente cansado, se mordió el labio inferior, como si tratara de recordarse de lo más importante, luego de un silencio, añadió:

─Además de los billones prometidos por la Unión Europea. Algunos colegas interrogaron al presidente sobre el futuro de la Unión, hemos dejado a Italia sola, tampoco hemos movido un dedo para ayudar a España, cada país improvisa soluciones en solitario. Y no es la mejor manera de enfrentar una pandemia. Quedará para la historia que la primera ayuda a Italia llegó desde China. ¿Dónde está la Unión Europea? ¿Dónde está el deber de solidaridad entre vecinos?

─ Excelentes preguntas ─subrayó Melissa─ ¿Qué dijo el presidente Macron?

─Dijo lo que tenía que decir, y le dijimos lo que teníamos que decirle, por ética no conviene repetir textualmente sus palabras ─respondió Michel, sin duda debido a la presencia de Sylvie, si estuviera solo con su esposa, habría respondido otra cosa, porque acostumbraban a contarse todo. Después de un suspiro, prosiguió─: El presidente tiene razón, en efecto, estamos en guerra. Resulta que somos una potencia nuclear y no tenemos mascarillas para nuestros médicos, ni suficientes camas y respiradores para nuestros pacientes. Hemos llegado al extremo de la selección, a muchos hay que dejarlos morir. Y eso nos causa un grave problema ético y filosófico.

─ ¡Ay doctor! ─exclamó Sylvie─. No sé nada de medicina, pero eso debe ser muy difícil. Nuestro mundo está loco. Tenemos suficientes armas nucleares para destruir el planeta, y no podemos enfrentar un enemigo infinitesimalmente pequeño. Esta pandemia me hace pensar en la filosofía del absurdo de Camus y sobre todo su obra maestra La Peste.

─Excelente novela ─replicó Michel, moviendo el índice como si le viniese una idea súbita─: Justamente, Sylvie, además de cuidar a Alice, quisiera pedirte otro favor, no tengo tiempo para escribir, te mandaré mensajes con cierta regularidad, y vas llevando una especie de diario. Por tu parte, también puedes anotar las pequeñas cosas que merecen ser vistas.

─Buena idea ─sonrió Sylvie─, yo no soy escritora, pero encontraremos a alguien para darle la forma y estilo a nuestro diario.

─Excelente, yo también me uno al proyecto ─dijo Melissa─. La idea de darle forma me parece genial, porque Michel y yo tenemos un estilo cuadrado, muy académico. Para contar lo que estamos viviendo, necesitamos emociones y diferentes perspectivas, en este sentido, el aporte de la literatura sería valiosísimo.

Se desearon buenas noches y se despidieron. Luego, Melissa acompañó a Sylvie al cuarto de invitados, se disculpó por el desorden y le dijo que se sintiera en su casa.

VII

Al amanecer siguiente, cuando Sylvie se despertó. Melissa ya se había marchado al trabajo, dejando una nota en la mesa: “Bonjour, Sylvie, fais comme chez toi = estás en tu casa”. Se preparó un té y encendió la televisión con un volumen bajo para no despertar a Alice, que seguía durmiendo como un ángel.

Las noticias no eran buenas. Sylvie se quedó boquiabierta al ver una fila de camiones militares, cargados con cientos de cadáveres, dirigiéndose hacia una inmensa fosa común en las afueras de la ciudad: cristianos, judíos y musulmanes, creyentes de otros credos, ateos y agnósticos, comunistas, socialistas y neoliberales, franceses, europeos y metecos de todos los colores, hombres y mujeres, ricos y pobres de todas las edades, de todos los géneros, tendrán que compartir la misma tumba profunda y oscura, sin discriminación alguna, sin ceremonia del último adiós de sus seres queridos. A lo largo del convoy fúnebre, se escuchaba la Sinfonía del Nuevo Mundo. El comentarista precisó con voz quebrada: se levantará un monumento gigantesco, con los nombres de las víctimas de esta pandemia inédita en la historia de la humanidad.

Sylvie sentía tanta congoja, que cambió mecánicamente de canal. Un experto en finanzas analizaba el choque de la economía mundial por el Coronavirus, en resumen, decía:

“Estamos viviendo la peor crisis económica desde 1929. La economía mundial está en el cráter de un volcán ardiente. Miles de empresas han cesado toda actividad, los aeropuertos del mundo están paralizados, millones de personas han perdido su trabajo… La economía tiene una lógica particular en tiempos de pandemia, con o sin medidas restrictivas, porque las personas se protegen instintivamente del contagio, salen menos, consumen menos, gastan menos, lo cual es catastrófico para el comercio. Esta recesión es un gran reto para la humanidad… ¿Cuándo y cómo saldremos de este hoyo? Aunque todo pronóstico sería arriesgado, me atrevería a decir que, a diferencia de 1929, hoy la economía se puede recuperar más rápido, gracias a las cadenas de suministro supranacionales. El arranque vendrá de China, Japón, Corea del Sur, Singapur, entre otras naciones emergentes de Asia…”

Sylvie respondió unos mensajes de texto, al mismo tiempo, buscó rápidamente entre varios canales. Escogió la entrevista de un experto de la OMS, quien entró en conflicto con un periodista, de esos que hablan rápido e interrumpen al interlocutor. En breve, el experto de la OMS dijo:

“¿Qué clase de pregunta es esta, señor periodista? Primero, permítame hablar pausadamente, sin esta agititis mediática. Sé que, a algunos de sus colegas y analistas, les encantan los pronósticos. Pero, no soy un charlatán ni un profeta del futuro. Soy un científico, mi compromiso es con la verdad. Honestamente no tengo ninguna respuesta precisa, no sé cuándo va a terminar esta tragedia humana. Ahora bien, con base en estudios comparativos de pandemias a lo largo de la historia, podemos decir que, nunca hemos conocido un contagio tan acelerado a nivel planetario como con el Covid-19. Por ejemplo, la pandemia de 1918, la llamada gripe española, afectó a 500 millones de personas, el tercio de la humanidad en aquel entonces, causó 50 millones de víctimas mortales. Más cerca de nosotros, desde el inicio del siglo XXI, hemos adquirido la experiencia acumulada de varias pandemias, tales como el Síndrome Respiratorio Agudo Grave, conocido como el SRAS-Cov del 2003, la gripe N1H1/09, y más reciente, el brote del virus del Ébola…”

Un trabajador de la morgue entre ataúdes en Bruselas, Bélgica. (Yves Herman / Reuters)

El periodista planteó otra pregunta, insinuando la lentitud de la OMS y su tardía declaración del estado de pandemia. El experto respondió con voz pausada:

“Nuevamente me indigna la ceguera de algunos analistas. Hemos dado la alerta a tiempo, hace tres meses, en enero exactamente, y repetidas veces, mediante comunicados mundialmente conocidos. Nadie, o casi nadie nos hizo caso. Hemos sufrido presiones diplomáticas fuera de toda racionalidad. Conscientes de nuestra misión, hemos mantenido la calma y respondido con diplomacia, porque estamos convencidos de que el tiempo de la soberbia y del chovinismo ha caducado, es el momento de la cooperación internacional. Hemos dicho que la prevención y las medidas no farmacológicas son lo mejor en tiempos de pandemia. Hemos recomendado la prohibición momentánea de reuniones públicas, y la cuarentena desde la detección de primeros casos fuera de China donde se originó el Coronavirus. Se ha evidenciado que los países que han aplicado medidas drásticas de aislamiento social y la cuarentena en una fase inicial de la epidemia han logrado mitigar la propagación del Covid-19, como Taiwán, Singapur y Corea del Sur. Hemos felicitado a estos países. Instamos a los demás a seguir el ejemplo de estas pequeñas naciones, y dejar de mentir a sus pueblos…”

El periodista recordó la llegada al final del programa y pidió algún mensaje de esperanza. El experto guardó silencio unos segundos como si pensara profundamente, luego replicó:

“Por ahora, más de cuatro tratamientos están dando buenos resultados. Debo aclarar que estamos a nivel hipotético y experimental. Por otro lado, más de un centenar de laboratorios están trabajando día y noche para establecer el protocolo de un tratamiento a corto plazo, y a mediano y largo plazo, desarrollar una vacuna. Las pandemias siempre han existido, hay que aprender a vivir con ellas y combatirlas. Así como hemos erradicado la gripe N1H1/09 y el Ébola, venceremos el Covid-19 gracias a la investigación científica y la cooperación internacional. La humanidad triunfará…”

El periodista señaló el reloj con el dedo como para decirle que se apurara.  El experto movió la cabeza en signo de comprensión y concluyó:

“Debemos aprender la lección de esta pandemia. Inmediatamente después, es preciso empezar el combate contra otro enemigo letal, entre amigos lo llamamos: el Covid-Politikos. No hay peor desgracia que las canallas que gobiernan algunas naciones de la familia humana. Quienes minimizaban esta pandemia y se burlaban tanto de los expertos de la OMS, como de profesionales de salud de sus propios países, poniendo en riesgo a sus pueblos, deberían ser juzgados por crimen de lesa humanidad… El tiempo de las viejas querellas y divisiones ideológicas ha llegado a su fin. No podemos seguir admitiendo que el 80% de la riqueza sea concentrada por el 1% de la población mundial. Tampoco podemos seguir llamando a la mayoría de excluidos, solo durante los procesos electorales. El modelo de gobernanza ha fallado. Después de esta pandemia nada será igual que antes. Estamos al inicio de una nueva era. Hace falta un nuevo Contrato Social entre las naciones. Es preciso modernizar la democracia, promover la cultura de derechos humanos, humanizar el modelo económico, y proteger nuestro planeta. Urge un cambio radical, urge repensar nuestros valores a nivel global, urge distinguir lo superficial de lo esencial, debemos pensar en el bien común de las naciones y en el destino de la humanidad. Hoy más que nunca, necesitamos la humildad y la imaginación en el poder…”

Al percibir movimientos en el cuarto de dormir, Sylvie apagó la televisión, respiró profundamente, tratando de sonreír, y de buscar las mejores palabras para explicar la nueva situación a la niña.

Los doctores Melissa y Michel siguen en el campo de batalla, la maestra Sylvie cuida a Alice con amor, como si fuera su propia hija, anotando en el diario lo más relevante de cada día. El mundo se ha convertido en una inmensa cárcel a cielo abierto, muchos han renunciado voluntariamente a la libertad, otros son castigados por agentes de seguridad, la ley del confinamiento rige en todo el planeta. La pandemia continúa.


Nacer Wabeau es escritor, novelista, logró ser Catedrático, el grado más alto de la Universidad de Costa Rica. El gobierno francés le otorgó la Orden de la Palmas Académicas. Es binacional, argelino y costarricense, es poliglota, habla cinco idiomas.

 

También te puede interesar