viernes 19 abril 2024

Otra noche en Miami

por Rubén Cortés

Disfruto de esta belleza y lo acepto: quiza no se puede tener lealtad por una causa perdida, pero sí se puede tener lealtad por una ciudad operdida. Va cayendo el sol. Se termina el día y hago lo de siempre en Miami. Salgo en coche desde North Beach con Santino y mi sobrino Alejandro, para regocijarme con la que es considerada en guías de turismo la vista más increíble de Estados Unidos, eso que denominan skyline o la silueta de una ciudad: observar el Downtown mientras cruzamos La Julia Tuttle Causeway, el puente de la carretera I-195 que conecta las últimas islas del norte con el continente. Me gusta porque en realidad se ven dos Downtown entre la brumosa pátina dorada del sol: el de tierra firme, con rascacielos de cristales calobar y palmeras en las terrazas; el que se refleja en la bahía barrida por la brisa y salpicada de veleros blancos.

Vamos a tomar café expreso con leche evaporada en La ventanita del Versailles, en la calle 8, y buscamos música cubana en la radio del coche, pero en todas las estaciones tienen a toda mecha el éxito del momento, un reggaetón del puertorriqueño Bab Bunny:

No sé si irme en el Mercedes o en el Maserati

Modelos extranjeras que me dicen papi

Están tirando al cel, ya me quieren ver (ah)

Seguramente ya están locas por coger

Y siempre, mucho Gucci, mucho Ferra, Louis Vuitton

Yo no uso Retro, pero tengo to’a la colección

Pa’l Khalifa Kush tengo la conexión

Pa’l avenue Miami Beach, e’ mi dirección (ah)

Tampoco se ven ya muchos cubanos en La ventanita, copada de turistas asiáticos y con apenas dos o tres ancianos vestidos con guayabera blancas, cuando, hasta hace pocos años, la monopolizaba una muchedumbre de exiliados para hablar en contra de Fidel Castro: ése era el encanto de La ventanita. Pero ni Bad Bunny en la radio ni los turistas asiáticos en La ventanita son una casualidad de otra noche en Miami. Seis décadas después de la llegada de la primera gran oleada de medio millón de exiliados cubanos, el sur de La Florida empieza a cambiar. Sólo es casi igual el skyline de La Julia Tuttle Causeway, construido precisamente en 1959, el año del triunfo comunista en Cuba. Miami hoy es cada vez más latinoamericano, con preeminencia de nacionalidades varias en el mundo del espectáculo y el entretenimiento; y con el dominio económico de empresarios gringos, rusos, italianos, mexicanos, y control político total de los estadounidenses.

Quedó atrás el Miami acaparado por la sonoridad cubanísima de la salsa de Celia Cruz, el Miami Sound Machine de Gloria Estefan y Willie Chirino o del reggaetón-pop de Pitbull; el Miami de la hegemonía política de la Fundación Nacional Cubano-Americana de Jorge Mas Canosa, que había sido el lobby político más duro y temido de Washington. El último golpe al otrora control político cubano lo recibió en las elecciones de 2018 una popular ex conductora anticastrista de la televisión local, la cubana María Elvira Salazar, quien perdió el importante distrito 27 de Florida, que abarca el centro de Miami, la Pequeña Habana, la zona comercial de Brickell, Coral Gables y otras áreas de Miami y que desde 1989 estuvo en manos de la cubano Ileana Ros-Lehtinen.

El Miami de sesenta años después del triunfo comunista de Fidel Castro en Cuba, es una muestra precisa de la línea del tiempo que marcó el esplendor y el declive de los hombres y mujeres cubanos, como ejemplo de personas libres, competitivas y trabajadoras en el continente americano. El reinado cubano en el sur de La Florida había sido descrito de manera brillante por Tom Wolfe en su último libro, Bloody Miami (Editorial Anagrama 2012):

Mack Brickell, una estadounidense blanca, rubia de ojos verdes, anglosajona y protestante, esposa del director del diario Miami Herald, va a aparcar educadamente su diminito Mitsubishi Green Elf, hídrido… cuando un Ferrari 403, rojo, de 275 mil dólares se le adelanta como una exhalación y le gana el cajón de estacionamiento. Del Ferrari 403 desciende contoneandose una joven cubana de cabello ondulado y negro hasta las nalgas, vestido dorado ajustado al cuerpo, cadena de oro al cuello, tacones de 10 centímetros con foquitos encendidos, piernas perfetamente formadas, bolso de piel de avestruz.

–¿… Y ACASO TIENE LA MENOR IDEA DE LOS CHAPUCERA Y DESAGRADABLE LADRONA QUE ES USTED?, le grita Mack.

–¡Mírala! Abuela, escupes al hablar como una perra sata rabiosa con la boca llena de espuma!, responde la cubana.

–¡NO TE ATREVAS A HALARME ASÍ! ¡UN SIMIO SUCIO Y ASQUEROSO ES LO QUE ERES! Y APRENDE A HABLAR BIEN EN INGLÉS. YA ESTÁS EN ESTADOS UNIDOS¡

Y la cubana cierra la discusión:

–No, mi malhablada puta gorda, ahora estamos en Mi-ah-mii! ¡Ahora tú estás en Mi-ah-mi!

Los cubanos escapados del comunismo en los años sesentas, setentas y primera parte de los ochentas llegaron a Miami con las ideas y el espíritu de haber construido (ellos, sus padres o abuelos) la Cuba republicana que, de 1902 a 1958, aprobó la primera constitución socialdemócrata en América Latina, que su capital era, junto con Viena y Londres, la mayor capital del mundo en proporción de habitantes. Sólo en La Habana había 18 periódicos, 32 emisoras de radio y cinco canales de televisión; se construían en Cuba cinco mil edificios por año y  Cuba era el principal productor de azúcar del mundo, con zafras de cinco millones y medio de toneladas; el 34 por ciento de la tierra se destinaba a la ganadería y la producción de alimentos, que eran suficientes para garantizar el 75 por ciento del consumo interno; había igual cantidad de habitantes que vacas: seis millones; un automóvil por cada 40 personas, un teléfono por cada 38, un radio por cada seis y un televisor por cada 25 y el Producto Interno Bruto per cápita era de 374 dólares.

El emprendimiento laboral y la activa participación en la política traidas de Cuba por las tres primeras oleadas de la migración, le permitieron a los cubanos asumir el control político y económico del estado de La Florida hasta que aquellas primeras tres oleadas empezaron a morir y a envejecer en el primer lustro del siglo XXI.

A menudo se comete el error de ubicar a la derecha, y hasta en la extrema derecha, el pensamiento político aquellos primeros cubanos que detonaron al sur de La Florida como una de las potencias economicas, políticas, de las comunicaciones y el espectáculo  en Estados Unidos. Pero, en verdad, estaban colocados en la izquierda progresista. Venían de un país con ocho elecciones libres al hilo en cuatro décadas y de luchar contra la dictadura de derecha de Fulgencio Batista y contra la tiranía de izquierda de Fidel Castro. Y, en Miami, sólo eran anticastristas acérrimos, lo cual hacía que fuesen calificados como “de derecha”. Eso sí: capitalistas, burgueses y anticomuista hasta el cuello sí eran. Pero no conservadores en muchos aspectos, pues con frecuencia defendían causas  políticas asociadas a los democrátas o los liberales, en favor del aumento de beneficios como el Seguro Social o Medicare, la exigencia de medicinas recetadas y educación bilingüe, con posturas a favor del medio ambiente y hasta en favor de prohibir la presencia de perros agrevivos en la ciudad, como los de la raza Pitbull.

Su vinculación histórica al Partido Republicano se debió unicamente a que éste les consiguió la Ley de Ajuste de 1964, que les granjeó ser los únicos migrantes del mundo en ser acogidos en automático como residentes al pisar suelo estadounidense hasta que el democráta Barack Obama se los quitó el 13 de enero de 2017, unos dias antes de abandonar la Casa Blanca. Pero, por ejemplo, el democráta Bill Clinton dejó su fiesta de cumpleaños de 1994, vestido de jeans, botas y camisa vaquera, para recibir a Mas Canosa, sólo porque éste le garantizó, con su liderazgo del voto cubano, su elección y reelección en La Florida. Una frase muy repetida en los corrillos de Washington decía que “El lobby israelí compra a los democratas y alquila a los republicanos; los cubanos compran a los republicanos y alquilan a los demócratas”.

El declive de los hombres y mujeres cubanos, como ejemplo de personas libres, competitivas y trabajadoras en el continente americano se empezó a notar en el sur de La Florida desde el arranque del siglo XXI: los cubanos que lo habían hecho florecer y lo controlaron por medio siglo, fracasaron en su descendencia. A sus hijos y nietos nunca les interesó la política, nunca dieron importancia al hecho de ser el grupo etnico dominante en todas las facetas de la vida en un estado de la Unión Americana. A la desidia de los hijos y nietos de los pioneros del exilio, se juntó la inexistencia absoluta de vocación democratica, de pasión por el trabajo como fuente de vida, de interés en la vida pública y por el civismo de los cubanos hijos de la revolución castrista que comenzaron a llegar en masa el sur de La Florida, desde el año noventa hasta el fin de la Ley de Ajuste el 13 de enero de 2017. Para los hijos y nietos de los pioneros, Cuba era apenas el toque de un piano en el horizonte; para los instalados hijos de la revolución castrista, Cuba era únicamente un lugar al cual mandar dinero y regresar para poder visitar los hoteles que, siendo ciudadanos cubanos, el gobierno les prohibía acceder, pero que commo emirados sí les permitía gastar los dólares que ganaban en Miami.

El ardor por recuperar la Cuba anterior al comunismo se apagó para siempre tanto en Miami como en la isla, lo cual fue, sin género de dudas, el gran triunfo historico del comunismo de Fidel Castro: quedarse sin contraparte para arrebatarle una patria de la cual se apoderaron, pero que es de todos quienes lleven dentro de su ser una parte de ella.

(Cuba sin ti. Memorias del olvido. Autor: Rubén Cortés. Editorial Cal y Arena. Es presentado hoy en la FIL de Gudalajara por Julio Patán y Alonso Pérez Gay. 1.30 PM. Salón Juan José Arreola. Planta alta)

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