martes 16 abril 2024

El osito y el dictador

por Pedro Arturo Aguirre

El líder chino Xi Jinping es un muy buen ejemplo de lo inseguros y acomplejados que pueden llegar a ser los grandes dictadores. Cuando ascendió a la presidencia se le percibía como un gris político de transición, tal como lo habían sido sus dos inmediatos antecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao. Así los quería Deng Xiaoping, el arquitecto de la transformación china, quien consideraba la adoración pública de los gobernantes como “una falta de decoro” y decidió legarle a su país un sistema político más institucional que personalista. Prefería Deng para dirigir China a parcos tecnócratas forjados en su escuela como dirigente moderado, pragmático, cauto y discreto. Y así parecía ser Xi, cuyo principal atractivo consistía en haberse casado con una popular actriz. Pero al llegar al poder, el circunspecto burócrata se soltó el chongo. Apenas dos años después de llegar a la presidencia fortaleció sus facultades y acrecentó su autoridad, y esta tendencia de poderío personalista ha crecido desde entonces.

China tiene hoy al jefe de Estado más poderoso desde los tiempos de Mao Zedong y pretende en todo momento proyectar la imagen de su presidente como un mandatario enérgico, incluso imperial, que cuenta con una clara preeminencia sobre el resto de los actores políticos del país. El arquetipo de un “hombre fuerte”. Estos cambios hablan de la consolidación de una tendencia en el liderazgo chino en el que lo esencial es acumular poder en la cúpula del gobierno y reflejan cierto consenso entre muchos altos funcionarios de que se necesita un líder más ágil y enérgico para hacer frente a los retos de la reestructuración económica, las presiones de la política exterior y los desafíos internos que enfrenta al gobierno de partido único. Con el empoderamiento presidencial inició también el culto a la personalidad. El Partido Comunista adoptó como oficial al “pensamiento visionario del presidente Xi Jinping, tan grandioso, moderno y bello”. Se ven por doquier en las ciudades chinas grandes arreglos florales glorificando la promesa del dirigente máximo de “realizar el Sueño Chino” y miles de pancartas rojas invitan por doquier al pueblo a acercarse al Partido Comunista “con el camarada Xi Jinping como su núcleo”. La Asamblea Popular Nacional, institución que simula ser el órgano legislativo chino, eliminó de la Constitución el impedimento a obtener más de una reelección al presidente, el cual había sido incluido en la Carta Magna por deseo explícito de Deng Xiaoping.

Caricatura de Xi Jinping y Winnie the Pooh. Autor: Badiucao

El “Sueño Chino” es la versión de Xi Jinping del “Let´s Make America Great Again”, y en donde más energías ha dedicado el presidente para la consecución de tan noble objetivo es en los terrenos de la política exterior. China asume frente al mundo una actitud cada vez más confrontacionista. Tras décadas de ejercer “una diplomacia sutil, pero perspicaz, dedicada a garantizar el ascenso pacífico y silencioso al estatus de gran potencia”, según la línea dictada por Deng Xiaoping, ahora vemos agresividad y prepotencia bajo el liderazgo de un ambicioso “hombre fuerte” que no duda ni un segundo en encararse con otros países para cumplir, a ultranza, su anhelo de hacer de China el país más poderoso y rico del planeta para el año 2049, centenario de la fundación de la República Popular. La nueva generación de diplomáticos chinos es conocida como los “lobos guerreros”. Son contestatarios y hasta groseros en su empeño por defender las posiciones de Pekín. Nada conservan de los embajadores de la China de antaño, caracterizados por su discreción.

En aras de “Hacer a China otra vez Grande”, Xi ha estrechado el cerco sobre Taiwán, hizo aprobar para Hong Kong una férrea Ley de Seguridad Nacional para “combatir el secesionismo y la injerencia extranjera”, disputa de forma crecientemente violenta la soberanía de aguas territoriales estratégicas con sus vecinos del sudeste asiático, se enfrentó con India en el incidente fronterizo más sangriento en 50 años y se lleva mal con Japón, Australia y Canadá. En el ámbito interno reprime movimientos separatistas en el Tíbet y Sinkiang, la región occidental del país en la que viven los uigures, una minoría musulmana la cual se ha convertido en objetivo de una inicua campaña de internamiento en campos de “readiestramiento ideológico”. En el renglón económico, China se ha propuesto ponerse a la cabeza de la carrera tecnológica. Ya lidera el desarrollo del 5G y hace progresos en la exploración espacial. También impulsa el ambicioso proyecto de la “Nueva Ruta de la Seda”, macroproyecto comercial y de infraestructuras de enorme trascendencia geoestratégica diseñado para ubicar a China como eje central de las dinámicas internacionales. Así, Xi se convertiría en la personificación de la imagen clásica del emperador gobernante “de todo cuanto hay bajo el cielo”.

Pero al frente de esta imparable potencia se encuentra un hombrecillo regordete, inseguro y de chata personalidad. Prueba de ello es la guerra abierta y sin cuartel que le ha declarado al osito Winnie Pooh, cuya imagen está terminantemente prohibida en todo el territorio chino. De hecho, hacer una búsqueda en internet de este oso declara al material como “contenido ilegal”. Una película y un videojuego donde aparece el personaje también han sido proscritos. Tanto odio al rechonchito de marras fue causado porque cuando el presidente chino realizaba una visita a oficial a Estados Unido a un chistoso se le ocurrió hacer viral un meme comparando al chino con Winnie Pooh y a Obama con Tigger. Meses después, Beijing llegó al ridículo de solicitar a la policía madrileña retirar de la Plaza del Sol a un hombre disfrazado de Winnie Pooh porque por ahí iba a pasar el presidente Xi. Como suele suceder, tanto encono solo provocó la multiplicación de las bromas. De hecho, las reacciones contra esta absurda guerra se han convertido en la más eficaz forma de protesta contra el gobierno chino, embarcado en su nueva pasión imperialista y cuyas violaciones a los derechos humanos en la región de Sinkiang provocan un creciente repudio mundial. Es así como China, potencia que despunta como la más poderosa del siglo XXI, está perdiendo la guerra contra un osito amarillo de caricatura. Y cosas similares han sucedido y suceden con los déspotas de toda laya de por aquí y por ha. Moraleja: la tiranía siempre es derrotada por el humor, por muy poderosa que parezca.

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