viernes 19 abril 2024

De Olof Palme a Shinzo Abe: Crímenes que cambian a las sociedades

por María Cristina Rosas

El asesinato del ex Primer Ministro de Japón, Shinzo Abe, constituye un shock en una sociedad como la japonesa donde los homicidios con armas de fuego no superan las 10 personas por año -en contraste con México, donde, en 2020, de los 34 515 homicidios registrados, el 70 por ciento se produjo con armas de fuego. Ello no significa que Japón sea un país inmune a la violencia, si bien esta es distinta a la que se produce en otras sociedades. Baste mencionar que el país del sol naciente ocupa el quinto lugar mundial en suicidios por cada 100 mil habitantes, lo que obedece a factores culturales y sociales característicos de sus habitantes. Y dada la baja tenencia de armas de fuego en Japón, los suicidios se llevan a cabo de otras maneras y con herramientas distintas.

Fuente Statista, Organización Mundial de la Salud.

En Japón, donde se promulgó en 1958 la primera ley de control de armas de fuego del mundo, existe una cultura de despistolización. Desde 1685 las autoridades recompensaban a las personas si entregaban sus armas, algo que, a diferencia de sociedades como la mexicana, donde la sensación de inseguridad e impunidad es muy alta, no ha repercutido en la reducción de la tenencia de armas de fuego -amén de que, en los últimos años, la autoridades nacionales han reducido los programas encaminados a la despistolización de la población.

Tener un arma de fuego en el país asiático resulta complicado pues el solicitante debe asistir a cursos de tiro y aprobarlos con el 95 por ciento de efectividad. También debe acreditar pruebas toxicológicas y de salud mental. En el país existen muy pocos lugares para comprar armas y estos son monitoreados por las autoridades periódicamente. Asimismo, los cuerpos policiales usan muy poco las armas de fuego dado que en su formación se privilegia a las artes marciales, incluyendo el judo y el kendo. Es tal la cultura anti-armas de fuego que un policía que se suicidó empleándolas, fue acusado post mortem de haber incurrido en un hecho delictuoso.  Y la temida mafia japonesa, la Yakuza, ha reducido el uso de armas de fuego en sus actividades, dado que las penalizaciones son muy altas.

Con este telón de fondo, causa todavía más asombro el crimen contra el ex Primer Ministro Abe, el cual pudo tener numerosas motivaciones, si bien hasta ahora se maneja la tesis del asesino solitario. En las primeras indagaciones tras el arresto del presunto responsable de disparar con un arma casera contra el célebre político nipón -quien se encontraba en un mitin en Nara, apoyando la candidatura de Kei Sato, miembro de la cámara alta del parlamento japonés- no se aprecia una asociación delictuosa ni plan colectivo alguno para el asesinato de Abe, fuera de su posible autor material. Como es sabido, Abe subió al estrado para dirigirse a los presentes y acto seguido se escucharon dos detonaciones que, ahora se sabe, fueron realizadas con un arma casera por Tetsuya Yamagami de 41 años, quien es investigado por su posible vínculo con grupos extremistas sin descartar igualmente que haya actuado en solitario. El presunto homicida dijo que disparó contra Abe por la pertenencia de este a “cierta agrupación” sin que la policía diera más detalles sobre el particular.

Una de las primeras consecuencias de estos terribles acontecimientos es que el partido al que pertenecía Abe, el liberal democrático, se alzó con una importante victoria en los comicios parlamentarios de ayer, al haber invitado este instituto político a la población a acudir a las urnas y apoyar la democracia tras el atentado.

Japón, con todo y su despistolización, no es ajeno a los magnicidios, que, si bien son poco usuales, sí han cobrado las vidas de seis mandatarios o bien el 9 por ciento de los 64 gobernantes que ha tenido el país desde 1885. También se han producido atentados contra figuras políticas que no causaron su muerte, como ocurrió en el caso del abuelo de Abe, Nobusuke Kishi, a quien, en 1960 un extremista de derecha le propinó varias puñaladas en el muslo. Fue también el caso de los primeros ministros Takeo Miki (1975), Morihiro Hokosawa (1994) y del viceministro Shen Kanemaru (1992) que fueron atacados sin que se produjera un desenlace fatal.

Además de estos hechos, Japón ha sido escenario de organizaciones extremistas. Dos de ellas han acaparado los titulares: el Ejército Rojo Japonés, y, de manera más reciente la secta Aum Shinrikyo (Verdad Suprema). En el primer caso, grupos de estudiantes opositores a la presencia de Estados Unidos en el país -y a los cambios que impulsó tras la segunda guerra mundial- crearon, en 1970, el Ejército Rojo Japonés con orientación de extrema izquierda y que recurrió al uso del terror y la violencia para revindicar su agenda. Las acciones de esta agrupación incluyeron el secuestro de aviones, la toma de embajadas en el exterior y asesinatos masivos. En uno de los secuestros de aeronaves perpetrado en 1977, uno de los miembros del grupo intentó tomar el control del avión pero terminó por estrellarse con lo que todas las personas a bordo fallecieron. En otra acción también perpetrada en ese año, el avión secuestrado fue desviado de su destino original y una vez en tierra, los militantes exigieron al gobierno japonés seis millones de dólares y la liberación de seis miembros de la agrupación. En el año 2000, la dirigente del Ejército Rojo Japonés, Fusako Shigenobu fue arrestada y desde la cárcel declaró un año después que el grupo había sido disuelto, pero que seguirá reivindicando su agenda política. Ella purga una condena que podrá apelar hasta 2026, momento en que tendría 81 años.

Verdad Suprema, una agrupación religiosa apocalíptica registrada ante las autoridades niponas y liderada por Shoko Asahara, intentó en los comicios de 1989, usar los canales políticos para posicionarse institucionalmente, cosa que no logró. Así, la secta se radicalizó y optó por la fabricación de armas químicas para emplearlas contra la población y transmitir su mensaje a las autoridades. Tras un primer ensayo con sarín en 1994, el 20 de marzo de 1995 los miembros de Verdad Suprema colocaron 11 paquetes de sarín en estaciones del metro de Tokio, lo que provocó la muerte de 12 personas y cientos de heridos en lo que se reconoce como el peor atentado terrorista en la historia del país. Asahara, como es sabido, fue arrestado junto con varios dirigentes del organismo y sentenciado a la pena de muerte por ahorcamiento, pena aplicada el 6 de julio de 2018 cuando el indiciado tenía 63 años. Asahara fue encontrado responsable de instigar los atentados para derrocar al gobierno e instalarse como Emperador de Japón, además de haber realizado otros ilícitos. La pena de muerte es legal en Japón y se aplica en casos graves que involucren asesinatos masivos, traición a la patria o/e insubordinación militar. De confirmarse la responsabilidad de Tetsuma Yamagami en la muerte de Shinzo Abe, todo apunta a que recibiría la pena de muerte.

¿Qué implica un magnicidio? En sociedades donde existe una cultura y culto a la violencia, agravado con instituciones frágiles, fácil acceso a armas de fuego e impunidad y corrupción en la procuración de justicia, es algo común y las sociedades se tornan inmunes a la violencia. Ya se citaba el caso mexicano. En Estados Unidos, donde la impunidad es menor, la criminalidad es alta en parte por la facilidad para que las personas puedan contar con armas de fuego en sus hogares. Lo que resulta sorprendente entonces, es que países que no tienen esas características, sean escenario de asesinatos políticos.

Una revisión de los mandatarios asesinados en el presente siglo en el mundo, muestra una preponderancia de magnicidios en naciones pobres o con niveles de desigualdad y pobreza muy altos. Así, el 18 de enero de 2001, el Presidente del Congo, Laurent Kabila, fue asesinado por uno de sus guardaespaldas, un adolescente, en el palacio presidencial en Kinsasa. En el mismo año, el 1 de junio, el rey de Nepal, Birendra, fue asesinado por su hijo junto con otras ocho personas, aparentemente por una disputa en torno al matrimonio del príncipe. El 13 de marzo de 2002, el primer Ministro de Serbia, Zoran Djindjic fue asesinado por un francotirador frente a la sede gubernamental del país. El 14 de febrero de 2005, el Primer Ministro libanés Rafik Hariri, murió en un atentado suicida. El 27 de diciembre de 2007, la Primera Ministra de Pakistán, Benazir Bhuto murió tras ser baleada ello simultáneo con una explosión que se produjo durante un mitin político. El 2 de marzo de 2009, el Presidente de Guinea Bissau, Joao Bernardo Nino Vieira fue asesinado por soldados aparentemente como represalia por haber ejecutado al jefe de las fuerzas armadas. En Chad, el 20 de abril de 2021, el mandatario Idriss Deby Itno murió al enfrentar rebeldes a horas de su reelección. El 7 de julio de 2021, el Presidente de Haití, Jovenel Moïse, fue asesinado  en su casa durante la noche por mercenarios. Todos estos hechos parecen alejados de Japón, país próspero, desarrollado y que, como se explicaba, tiene políticas encaminadas a favorecer la despistolización. El asesinato de Abe lleva a recordar el de Olof Palme, el cual ocurrió en uno de los países más desarrollados y con uno de los mejores sistemas de seguridad social del mundo: Suecia. La noche del 28 de febrero de 1986, Palme salía del cine con su esposa Lisbeth sin escolta personal, dado que la violencia contra figuras políticas en el país era escasa. La última vez que un dirigente fue asesinado en el reino escandinavo ocurrió en 1792. Palme caminaba con su mujer sobre la céntrica calle de Sveavägen cuando recibió un balazo por la espalda. Si bien su esposa también fue herida, el daño en ella fue menor.

La policía cometió numerosos errores en la investigación, mismos que han sido denunciados hasta en la cultura popular. El caso fue cerrado cuando se reveló en 2020 que el diseñador gráfico Stig Engström fue el autor material del magnicidio. Engström se suicidó el 20 de junio de 2000 y la noticia recibió muchas críticas de parte de juristas, especialistas en criminalística y periodistas por considerar que esta “revelación” dejaba impune un crimen que sacudió a Suecia y al mundo. Las especulaciones sobre las verdaderas motivaciones para asesinar a Palme subsisten al día de hoy y se ha planteado que pudieron haber participado desde gobiernos como el sudafricano hasta el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), toda vez que Palme fue el primer mandatario en designar al PKK como organismo terrorista. Y como suele ocurrir en estos casos, posiblemente la verdad nunca se conocerá. Lisbeth, la viuda de Palme, quien falleció el 18 de octubre de 2018, identificó originalmente como asesino de su marido a Christer Pettersson, aunque subsisten dudas respecto a que haya identificado al hombre equivocado. Petterson fue dejado en libertad al poco tiempo debido a errores de procedimiento.

Tras la muerte de Palme, Suecia perdió la inocencia. El país elevó las medidas de seguridad para las figuras políticas, pero aun así la violencia se ha tornado algo más común: el 11 de septiembre de 2003, la Ministra de Asuntos Exteriores Anna Lindth murió tras ser agredida a puñaladas por Mijailov Mijailovic, ciudadano sueco de ascendencia serbia. Ella estaba en una tienda departamental a la caza de un atuendo pare un debate televisivo en que participaría la noche del 10 de septiembre para defender la adopción del euro en Suecia. Para sorpresa de muchos, Lindth no contaba con escolta en el momento en que fue atacada, no obstante el legado del asesinato de Palme y de tratarse de una funcionaria de alto nivel.

Por cierto que Suecia es el país con más tiroteos y víctimas de armas de fuego en Europa en el momento actual. Tres hechos parecen haber contribuido al auge de la violencia y la pistolización en el país, a saber: la existencia de pandillas criminales; el tráfico ilícito de estupefacientes y la pérdida de confianza en la policía, sobre todo en los suburbios. Las víctimas son sobre todo jóvenes. Si bien estos factores están presentes en toda Europa, Suecia sigue presentando las tasas más altas de balaceras y defunciones por armas de fuego. Sin embargo, esta polarización social sobre todo se ha acentuado en el presente siglo y no contesta a la pregunta sobre el por qué del magnicidio de Palme en 1986. Con todo, la muerte del socialdemócrata marcó un antes y un después y hoy Suecia ha debido redefinir su relación con el PKK y el gobierno de Turquía a fin de continuar con el proceso de adhesión del país a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) cosa que marca un cambio radical respecto a aquella nación neutral que prefería ser un punto de equilibrio en la Europa del norte. 

Sirva esta reflexión para imaginar el futuro de Japón tras la muerte de Abe. Por lo pronto, su Partido Liberal Democrático (PLD) se afianzó en los comicios recientes, pero el legado del personaje, su Abenomics, podría sufrir ante su ausencia. La fuerza que tendría el legado de Abe vivo, podría reducirse con el tiempo, llevando al actual primer Ministro Fukio Kishida a tomar el control del partido y a modificar las políticas instrumentadas por el ahora occiso. Lo que es ineludible es que ahora la seguridad personal de las figuras políticas en Japón se incrementará, si bien, como se vio en Suecia -otro país con altas tasas de suicidio-, la violencia asume muchas formas y manifestaciones y cada sociedad tiene dolencias y patologías que al final, generan problemáticas como las descritas. En Suecia se decía, tras el asesinato de Palme: “esto es insólito.” Pero la violencia política no lo es.

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