viernes 29 marzo 2024

Nuestros muertos

por Marco Levario Turcott

Somos seres rituales, lo somos desde nuestros orígenes como animales bípedos y por ello al  celebrar lo que sea se oyen de algún modo aquellas voces ancestrales: la fiesta colectiva del nuevo ciclo que avista el Sol en apogeo, en el temor a lo que llamamos furia de la naturaleza y en la sensualidad del apareo mediante el baile. Nuestros ritos no se explican sin los mitos y el del nuevo ciclo siempre implicará renovadas oportunidades para la vida, si respetamos su equilibro y logramos la atmósfera que tranquilicen a los dioses si las creencias son paganas o a uno sólo que es el verdadero según una de las versiones más encendidas.

El rito comprende pensar en nuestros muertos, el mito nos ayuda a creer que podemos estar con ellos otra vez y que además ellos nos miran y nos hacen saber que descansan en paz, si además les compartimos el tabaco que fumaron y la música que entonaron o alguno de esos vicios que hicieron placentera su vida. Pero en definitiva: no hay nada más irreal, y fascinante al mismo tiempo, que creer que por un instante regresan y nos toman la mano para decir que todo estará bien o lo que cualquiera de nosotros queramos escuchar (el perdón de nuestras ofensas por ejemplo, que nos consuelen el llanto nuestro por su ausencia o simplemente que sepan cuánto los extrañamos).

Pero la fatalidad es única e inconmovible: los muertos, muertos están. No nos miran ni descansan en paz, no están en guerra ni se hallan de plácemes ni esperan estos días cada año para darnos el abrazo que necesita nuestra orfandad emocional lastimada por el dolor o la desesperación y la tristeza que son, vaya ironía, también nuestros signos vitales. Podemos imaginar, eso sí, que el padre nos mira con el rostro apacible de siempre y exige renovar el ánimo como lo hacía cuando fuimos niños, la madre que vuelve a estar como siempre estuvo o el hermano y el amigo, la hija o el hijo para retroceder el tiempo y volver a jugar a la pelota o a los soldaditos otra vez. Para volver a besarlos con toda nuestra intensidad posible.

También celebramos a los muertos porque, como dijera Malraux, “en la medida que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida”. Somos seres rituales y al festejar la muerte celebramos la vida, incluso aunque en el fondo no sea otra cosa más que amainar el dolor por la pérdida y es que, en efecto, los muertos sólo pueden vivir gracias a nosotros los vivos. Porque ahora son polvo, tal vez cenizas, huesos amontonados, cabellos crecidos como virutas de nubes esparcidas por el viento. O quizá nada más, una mirada sonriente desde las estrellas, lo que nos provoca la enorme felicidad de haberlos conocido.

FOTO: CARLOS ALBERTO CARBAJAL /CUARTOSCURO.COM

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