jueves 28 marzo 2024

Nostalgia por Playboy

por Arouet

Hay quienes aseguran que la nostalgia es un sentimiento que llega con la edad y que es algo parecido a reconciliarnos con nosotros mismos al darnos cuenta de que, alguna vez, fuimos felices sin percatarnos y entonces reparamos el asunto (o sea, somos felices ahora) a través de la memoria. Quién sabe. Como sea, para mí el destino de los siguientes párrafos sería menos incierto si usara un GPS en el móvil o en el auto:

Añoro a Playboy como lo hago con el jazz, por eso a menudo miro a Betty Page en las hojas amarillentas de mi revista, oyendo a Charlie Parker, y en la fusión de ambas dimensiones temporales, acudo a esos tiempos cuando las miradas furtivas y las manos inquietas se ampararon en la oscuridad. Esa añoranza es de varios años atrás, no sucede ahora que se anuncia que Playboy dejará de mostrar desnudos debido a la desaforada presencia de la pornografía en Internet, como si la revista fundada por Hefner en 1953 fuera pornográfica y como si esta no hubiera competido con otras grandes, por ejemplo Penthouse. Lo cierto es que eso le ha destrozado el negocio y no hay otro argumento que le compita.

Mi nostalgia viene de antes, repito: en los últimos diez años siempre he sabido que son muy inferiores las ediciones de Playboy de estos días a cualquier número que ustedes quieran del Playboy estadounidense de los 60 y los 70 o las revistas mexicanas que explotaron la franquicia él o Caballero, Yo y Su otro yo, y sí, en primer lugar hablo de las opulentas ninfas de antaño cuyas exuberantes turgencias prefiero a los modelos de hogaño; ah, Marilyn Monroe, Betty Page y tantas otras que dieron consuelo a mi apetito adolescente, además de las diosas mexicanas Isela Vega o Rebeca Silva y tantas otras.

En estos años, sin duda Playboy era una caricatura de sí mismo y creo que ahí –y en la ola expansiva de lo políticamente correcto– se encuentra buena parte de su fracaso, y en algo más: si en el viejo Playboy pudimos leer entrevistas a Martin Luther King, Salvador Dalí y John Lennon en el nuevo difícilmente podríamos asistir a más de dos palabras coordinadas, proferidas, digamos, por Justin Bieber. Creo que los editores le dieron la espalda a su público más sólido y espolearon sus ánimos a caballo con este nuevo gran público fascinado sobre todo por la imagen, y que encuentra en Internet contenidos en donde la elegancia del erotismo es cosa de ancianos –lo peor es que tal vez tengan razón, y así lo establezco porque me impulsa la nostalgia, nunca las proclamas morales y menos contra la pornografia regulada–.

Ahora sobrevive el logotipo igual que como lo hacemos nosotros: como icono del tiempo que fuimos y como imagen yerta del tiempo presente. Como sea, creo que millones de nosotros vivimos el torrente imaginario donde las conejtias recibían, complacidas, la alfalfa que les dimos. Por eso siempre tendrán mi gratitud.

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