lunes 18 marzo 2024

No, Presidente

por Luis de la Barreda Solórzano
  • En solidaridad con feministas, periodistas, académicos, médicos, abogados, científicos y escritores que han sido agredidos desde la tribuna de Palacio Nacional.

No, Presidente, el feminismo no es una simulación. Es el movimiento que detonó la revolución más profunda y exitosa del siglo XX y de lo que va del siglo XXI. A diferencia de las revoluciones violentas de inspiración marxista de la centuria pasada, que costaron muchas vidas y terminaron en dictaduras que suprimieron las libertades públicas y aun varias de las privadas, y combatieron con ferocidad toda disidencia, las transformaciones que propició el feminismo se lograron sin un tiro, sin una gota de sangre, se consumaron sin represión alguna de parte de las feministas y le abrieron la puerta a las mujeres occidentales al ejercicio de derechos que se les habían negado durante milenios.

No, Presidente, las mujeres que han protestado contra la candidatura de Félix Salgado Macedonio no han sido manipuladas por ninguna fuerza oculta. A diferencia de las mujeres de su gabinete que han guardado estentóreo silencio, las que han levantado la voz contra esa indecencia se han portado con dignidad. Cuando le han exigido que rompa el pacto, a lo que lo han instado es a que no defienda a un hombre sobre el que pesan acusaciones de varias mujeres de haberlas violado, acosado u hostigado sexualmente.

Sí, Presidente, las proclamas y las exigencias del feminismo son importadas: no mecieron su cuna en suelo mexicano. ¿Pero sabe usted que los grandes valores del proceso civilizatorio tampoco son oriundos de nuestro país? Los ideales de democracia, libertad e igualdad provienen de la Ilustración, ese formidable movimiento intelectual que sacudió los cimientos de las sociedades feudales y los regímenes absolutistas y enarboló las banderas de la ciencia, el razonamiento, el antidogmatismo, la crítica razonada, los derechos del individuo frente a gobiernos, dioses y tribus. Su origen europeo no les resta relevancia ni ha impedido que se hayan convertido en aspiraciones universales y en conquistas civilizatorias en muchos países.

No, Presidente, los abogados que defienden a empresas extranjeras de las decisiones arbitrarias de su gobierno no son traidores a la patria. Es sorprendente que usted se refiera a esas corporaciones con el calificativo de extranjeras, como si por no ser nacionales carecieran de derechos, entre ellos el de defenderse. La ley es aplicable a todas las personas, las físicas y las colectivas, sea cual fuere su nacionalidad. La xenofobia es una postura antiilustrada cuya motivación es un extraño e injustificado resentimiento heterofóbico y cuya necesaria consecuencia es la discriminación contra los otros. Además, usted está llamando traidores a quienes defienden un sistema eléctrico más eficiente, que permita una generación limpia y menos onerosa. Como sostiene el rector de la Escuela Libre de Derecho en la carta que dirigió a los alumnos: “Estén seguros de que nunca la defensa de una causa puede considerarse traición”.

No, Presidente, los intelectuales que cuestionan sus decisiones no están al servicio del régimen de corrupción que imperaba ni defienden privilegios. Son ciudadanos que ejercen el derecho a analizar la política de su gobierno, los resultados de esa política, que señalan la corrupción y los privilegios de ahora, que expresan sus puntos de vista ejerciendo la libertad de expresión sin intimidarse ante las injurias y difamaciones —las cuales rebasan los límites del ejercicio legítimo de esa libertad— que usted les dedica cada mañana. Una diferencia esencial entre el súbdito y el ciudadano es que aquél calla resignadamente ante los actos del gobernante y éste participa en la vida pública al menos expresando sus opiniones, que suelen ser desfavorables a esos actos cuando los resultados de la política gubernamental le parecen deplorables.

¿Sabe, Presidente? En las dictaduras casi nadie se atreve a expresar lo que piensa de su gobierno porque esas expresiones pueden costar muy caro, y los pocos que se atreven se exponen a represalias atroces. La democracia, en cambio, es el régimen donde se manifiestan todos los descontentos e inconformidades con las autoridades, y los gobernantes deben saber que su cargo los expone a la crítica constante. Conminar a los intelectuales a que depongan sus cuestionamientos por “lealtad al pueblo” es demandarles que enajenen la conciencia y se vuelvan sus aplaudidores incondicionales.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 04 de marzo de 2021. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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