jueves 25 abril 2024

Ni esto ni lo otro

por etcétera

En el análisis político de la realidad los mejores conceptos y las tesis más efectivas y coherentes suelen llegar del porvenir, no son producto del tiempo pasado ni de la tradición. Son rupturas. La política es el gobierno de la libertad y lo mejor de la libertad siempre se encuentra en el futuro; de otro modo no tendría sentido querer vivir por y para ella.

Quien trate de ver ahora la cosa social tal como es, lo primero que verá es que nada parece ser como era antes, el cambio del siglo XX al XXI sí marca ya grandes diferencias, tan grandes y duraderas que cuesta trabajo verles como son. Las etiquetas y propuestas del siglo XX y sus predecesores no alcanzan a ver y nombrar todo lo que ya vivimos hoy día como nueva sociedad mundial; los efectos reales de la globalización absoluta del imperio del dólar (que no es el poder de los EUA, porque hasta los EUA se encuentran sometidos por completo al imperio del dólar). Un imperio que gobierna sin sujetos y sin nacionalidades. Porque el capital no tiene nacionalidad ni religión ni nombre propio, aunque se enmascare en público con ello.

Tal es la razón de mi insistencia en deshacer la distinción de izquierda y derecha como un concepto válido para el análisis político. Estos conceptos dualistas y simplificadores nos impiden alcanzar la esencia de los hechos, enajenan la verdad del momento presente. Sólo dan una imagen en blanco y negro de acontecimientos que deben ser comprendidos a colores; son falsas categorías que nos hacen tomar decisiones desde un diagrama de dos dimensiones sobre un fenómeno que ocurre en cuatro dimensiones. La distinción entre izquierda y derecha nada más hace perder de vista lo que debe ser criticado, crea una ilusión maniquea vulgar, que reduce la cosa política a un choque entre de buenos contra malos.

Estos conceptos de izquierda y derecha provienen de los informes de los espías del Vaticano durante la revolución francesa. Esos espías del papa y los jesuitas redujeron todos los grupos en pugna a los dos que predominaban en la Asamblea Nacional y la mesa que la dirigía. Dijeron que los del lado derecho eran los denominados girondinos, conservadores y defensores del orden legal en todo; y los del lado izquierdo eran los jacobinos que validaban el terror como forma de gobierno para el cambio revolucionario. Eso es todo lo que se puede entender como izquierda y derecha. La derecha quiere gobernar con leyes (“Constitución”) y la izquierda quiere gobernar con la fuerza (“Terror”). Pero la tradición actual liga la izquierda con el “socialismo estatalista” y a la derecha con el “capitalismo neoliberal”.

Para imponer el terror revolucionario la izquierda valida que una minoría “selecta”, “los militantes de hierro”, los “iluminados” por la historia, ejerzan violencia en contra de lo que denominan la minoría de derecha que explota a la mayoría enajenada y masificada, o sea, el dichoso “pueblo”; cosa que harán los de izquierda auto-declarándose “la voz del pueblo” por “amor al pueblo”; tal como lo hicieron los anarquistas y los bolcheviques en la Rusia de Lenin. Consideran tan elevados y puros sus ideales para ese pueblo oprimido del que se autoproclaman representantes, que se permiten cometer cuanto crimen o engaño sea necesario con tal de alcanzar el poder; lograr su fin sublime justifica que empleen los medios que sea, comenzando por la mentira y el fraude.

Diciéndose defensora de la verdad y la justicia, la izquierda no duda en mentir y engañar con tal de liberar al pueblo; sobre esa misma lógica sin ética legitiman el uso de la violencia despiadada para acceder al poder. Se declaran la razón suprema y no saben razonar más que con las armas y el poder déspota, cuando van a los parlamentos sólo es para deshacerlos y tratar de obstaculizar su funcionamiento. No convencen, imponen. Y lo trágico es que lo hacen en nombre del pueblo bueno y siempre puro.

Cuando los izquierdistas dejan de actuar de esa manera “terrorista” y “totalitaros”, dejan de ser de izquierda y adquieren posiciones más concretas de acuerdo a la política real; rompen con los dualismos belicosos y comienzan a pensar en términos de diversidad y diferencias, donde pueden coincidir y convivir muchos puntos de vista y modos de vida. Una cuestión que desemboca en la libertad y la sociedad libre, dos cuestiones que desagradan a los izquierdistas de hueso colorado, cosa de ver la conducta de Stalin, Hugo Chávez, los hermanos Castro y el vulgar Maduro, todos ellos dictadores unipersonales y autoritarios que se etiquetan muy de izquierda.

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