viernes 29 marzo 2024

“Nace una estrella”, una película espléndida

por Marco Levario Turcott

Existen doce notas musicales e infinitas maneras de interpretarlas; a la distancia que hay entre esa escala y sus formas de ejecución le llamamos creatividad. Esa distancia también puede enfocarse de maneras distintas, por ejemplo como metáfora. Hablemos de una:

“Nace una estrella” estuvo en el cine por primera vez en 1937, luego en 1954 y después en 1976; casi 40 años después del primer filme,  hubo incluso una obra de teatro. La más reciente ejecución cinematográfica se estrenó este año, dirigida por Bradley Cooper y actuada por él también, junto con Lady Gaga, en los papeles estelares. Más allá de la contemporaneidad, creo que es la cinta mejor lograda si tuviéramos que hacer una comparación y abstraer contextos. Pero no hay que dejar de decir que, igual que Barbara Streisand y Kris Kristofferson, la pareja de la película actual tiene una espléndida actuación, relevante en particular la de Lady Gaga porque se trata de su primera incursión en el cine y porque muestra casi el mismo virtuosismo histriónico que al cantar.

No cometo ninguna indiscreción al encuadrar someramente la historia, para quienes no hayan visto este cuarto remake cinematográfico, a lo sumo para quienes no tengan idea de la narrativa que comprende, si ese es el caso desde luego puede interrumpirse la lectura desde ahora.

La actual “Nace una estrella” puede mirarse desde diferentes planos, como cuando se ejecuta una canción. Las notas naturales que son siete, enmarcan la historia en sí misma y las cinco compuestas los agregados y subrayados o derivaciones. La historia es conocida, el ocaso de un hombre que impulsa a la mujer de quien se enamora a difundir su arte como cantante. No digo más. En la segunda órbita, la de las otras cinco notas, se encuentra el diseño meticuloso de su director, quien cuida cada palabra, escena e incluso gesticulación para poder cristalizar un ensamble creativo que le llevó cuatro años proyectar. Ahí está la riqueza de esta película, en los matices.

En esta “Nace una estrella” la música no es lo central, es el entorno o la atmósfera a través de la cual se narra la historia de amor; la música la acompaña y le da fuerza y dramatismo. La fotografía y los movimientos de cámara son algo así como el marcapaso para la ejecución musical y el ritmo en el que una estrella se apaga y otra se vuelve refulgente. Cooper logra integrar a Lady Gaga en esos planos y extrae de ella al ser auténtico y libre del maquillaje y la pose estrafalaria y, por ello, un desdoblamiento entre quien es ella como cantante y quien es como la mujer insegura que logra la cima. Así, el director logra que esa distancia sea simultáneamente una forma de regresar a Gaga a sus principios en la vida real (o al menos eso siente el espectador) a través de encarnar a otra chica. Jack (Cooper) se lo dice cuatro veces a Ally (Gaga) de diferentes modos, el mercado está destruyendo tus raíces, el imperio de la imagen te está carcomiendo y te preocupa mucho el qué dirán hasta decirle fea a la cantante, en una escena que no estaba contemplada en el guion y que hizo saltar de enojo a la muchacha, en ese instante, muy dispuesta a tener un bad romance.

“Nace una estrella” nunca dejará de conmover, entre otras razones porque refleja buena parte de los temores y las ilusiones que nos animan para hacer lo mejor posible lo que nos gusta y suscitar admiración por ello. Escuchar cantar a Janet Gaynor en la cinta de 1937 me emocionó tanto como escuchar a Streisand hacer lo mismo con Kristofferson, un emblema del country. Pero oír a Lady Gaga es presenciar uno de los grandes acontecimientos artísticos en lo que va del siglo y que si no ha explotado no sólo se debe a su enfermedad sino a su entrega al mercado que ha pulverizado su arte (un matiz fantástico es mirar a Ally trascendiendo al padre en tanto que Jack queriendo ser una extensión de él, entre el ego, algo de blues y la ingesta de alcohol sin freno).

La actual “Nace una estrella” es un hito cinematográfico, en más de un sentido es la recuperación del cine por narrar historias y lograr su entrecruce, además de comunicar elegantes atisbos para los amantes de la música: la ejecución en doce tonos primero y en otros doce tonos después, en una misma canción, para mostrar que la diferencia es el enfoque que se le da es algo de los más emotivo, tanto como la letra y esa ejecución la proyecta el director y la ejecuta de manera soberbia Lady Gaga. Así, el cierre es espectacular y, simultáneamente, sutil, Jack se enamoró por la manera de interpretar los doce tonos, en la vida y en el canto, que tiene Ally, tanto, que él mismo, sabedor de que su estrella se extinguía, comprendió que su papel para darle vida a la mujer que ama, había terminado.

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